MATEO 26: 75
“Entonces Pedro se acordó de las palabras de
Jesús que le había dicho: Antes que cante el gallo, me negarás tres veces. Y
saliendo fuera, lloró amargamente”
El
impetuoso Pedro es una enseñanza permanente para nosotros. Por esto es
conveniente tomarse en serio las palabras del salmista: “¡Oh como amo tu Ley! Todo el día ella es mi meditación. Me has hecho
más sabio que mis enemigos con tus mandamientos, porque siempre están conmigo”
(Salmo 119: 97, 98). Este texto nos recuerda: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para
redargüir, para instruir en justicia, a fin que el hombre de Dios sea perfecto
enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3: 16, 17). El
apóstol Pablo escribe: “Toda la Escritura
es inspirada por Dios”. “Toda” es
“toda”. No una parte. ¿Cómo podemos conseguir que toda la Escritura entre a
formar parte de nuestra vida? Pienso que una manera de conseguirlo es hacernos
el propósito de leer cada año toda la Escritura. Lo conseguiremos fácilmente si
en nuestros devocionales diarios diferenciamos el Antiguo del Nuevo Testamento
y simultáneamente, iniciando la lectura en Génesis y Mateo. Al llegar al final
del Antiguo volvemos a empezar y hacemos
lo mismo con el Nuevo. Sin darnos cuenta descubriremos que nos habremos
tragado toda la Biblia. Al menos una vez al año habremos leído el texto Mateo 26: 75 que nos recuerda el
arrepentimiento de Pedro y todo el contexto que le condujo a negar a Jesús.
Encontrándose
Jesús reunido con sus discípulos en el piso de arriba celebrando la Pascua, les
dijo: “Todos vosotros os escandalizareis
de mí esta noche, porque está escrito: Heriré al Pastor, y las ovejas del
rebaño serán dispersadas” (Mateo 26: 31). Pedro le dijo al Señor: “Aunque todos se escandalicen de ti, yo
nunca me escandalizaré. Jesús le dijo: De cierto te digo que esta noche antes
que el gallo cante, me negarás tres veces. Pedro le dijo: aunque me sea
necesario morir contigo, no te negaré” (vv. 33, 35).
¡Cuán
necesario es que al menos una vez al año la Escritura nos recuerde que no nos
dejemos llevar por el engreimiento y dejemos de decir de una vez por todas: de
esta agua no beberé, y tengamos que hacer como el apóstol Pedro que a solas,
apartado de la mirada de la gente “lloremos
amargamente”. Es muy necesario que la Escritura nos recuerde a menudo
nuestra condición de pecadores y nos comportemos como el cobrador de impuestos
que “estando lejos” apartado de los
ojos de la gente, “no quería ni aún alzar
los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios se propicio a
mí, pecador” (Lucas 18: 13).
SALMO 20: 7
“Estos confían en carros, y aquellos en
caballos, mas nosotros del Nombre del Señor nuestro Dios tendremos memoria”
El
salmo 20 es una oración pidiendo ayuda: “El
Señor te oiga en el día de conflicto, el Nombre del Dios de Jacob te defienda” (v.
1). Para acercarse al Dios Creador del cielo y de la Tierra es necesario que
previamente se crea en Él. Viviendo en un mundo manchado por el pecado son
muchos los conflictos que se presentan. Los afligidos no acuden al Señor porque
ignoran quien es. Pero se sienten impotentes y en el desespero buscan ayuda en
la necedad de los ayudadores que se
han inventado. En quienes no encentran consuelo.
“Nosotros nos alegramos en tu salvación, y
alzaremos pendón en el Nombre de nuestro
Dios, conceda el Señor todas tus peticiones” (v. 5). Por vivir en un mundo manchado por
el pecado, los conflictos permanecen. No porque se sepa en quien se ha creído
los conflictos van a desaparecer. El Señor ayuda en medio de ellos. Consuela en
las aflicciones. En medio de un mar tempestuoso concede una paz que excede a la
comprensión humana. “La paz os dejo, mi
paz os doy, yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón ni
tengáis miedo” (Juan 14: 27).
El
salmista que tiene la experiencia que el Señor por medio del Espíritu Santo
mora en él, puede escribir para consolación nuestra. “Ahora conozco que el Señor salva a su ungido, lo oirá desde los cielos
con la potencia salvadora de su diestra” (v. 6).
El
salmista contrasta su experiencia con la de los impíos: “Éstos confían en carros y aquellos en caballos” (v. 7a). “Maldito el varón que confía en el hombre, y
pone carne por su brazo, y su corazón se aparta del Señor” (Jeremías 17:
5). Israel confiaba en el poder del ejército egipcio para ahuyentar a su
enemigo. El Señor tiene que decirle que
Egipto es como una caña que si se apoya en ella le atravesará la mano (Isaías
36: 6). Confiar en la fuerza del hombre, sea una nación o un individuo, para
encontrar protección es una ayuda inútil. Para nuestra instrucción el salmista
escribe. “Mas nosotros del Nombre del
Señor nuestro Dios tendremos memoria. Ellos flaquean y caen, mas nosotros nos
levantamos y estamos en pie” (vv. 7b, 8).
Los
ídolos que se fabrican los hombres tienen oídos que no oyen pero los creyentes
que confían en el Señor Jesucristo lo hacen “al
Rey que nos oye en el día que lo invocamos” (v. 9). El Señor Dios que nunca
se duerme tiene siempre sus oídos atentos para escuchar las súplicas de sus
hijos que confían en Él.
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