diumenge, 6 d’agost del 2023

 

MATEO 26: 75

“Entonces Pedro se acordó de las palabras de Jesús que le había dicho: Antes que cante el gallo, me negarás tres veces. Y saliendo fuera, lloró amargamente”

El impetuoso Pedro es una enseñanza permanente para nosotros. Por esto es conveniente tomarse en serio las palabras del salmista: “¡Oh como amo tu Ley! Todo el día ella es mi meditación. Me has hecho más sabio que mis enemigos con tus mandamientos, porque siempre están conmigo” (Salmo 119: 97, 98). Este texto nos recuerda: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para instruir en justicia, a fin que el hombre de Dios sea perfecto enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3: 16, 17). El apóstol Pablo escribe: “Toda la Escritura es inspirada por Dios”. “Toda” es “toda”. No una parte. ¿Cómo podemos conseguir que toda la Escritura entre a formar parte de nuestra vida? Pienso que una manera de conseguirlo es hacernos el propósito de leer cada año toda la Escritura. Lo conseguiremos fácilmente si en nuestros devocionales diarios diferenciamos el Antiguo del Nuevo Testamento y simultáneamente, iniciando la lectura en Génesis y Mateo. Al llegar al final del Antiguo volvemos a empezar y hacemos  lo mismo con el Nuevo. Sin darnos cuenta descubriremos que nos habremos tragado toda la Biblia. Al menos una vez al año habremos leído el texto  Mateo 26: 75 que nos recuerda el arrepentimiento de Pedro y todo el contexto que le condujo a negar a Jesús.

Encontrándose Jesús reunido con sus discípulos en el piso de arriba celebrando la Pascua, les dijo: “Todos vosotros os escandalizareis de mí esta noche, porque está escrito: Heriré al Pastor, y las ovejas del rebaño serán dispersadas” (Mateo 26: 31). Pedro le dijo al Señor: “Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré. Jesús le dijo: De cierto te digo que esta noche antes que el gallo cante, me negarás tres veces. Pedro le dijo: aunque me sea necesario morir contigo, no te negaré” (vv. 33, 35).

¡Cuán necesario es que al menos una vez al año la Escritura nos recuerde que no nos dejemos llevar por el engreimiento y dejemos de decir de una vez por todas: de esta agua no beberé, y tengamos que hacer como el apóstol Pedro que a solas, apartado de la mirada de la gente “lloremos amargamente”. Es muy necesario que la Escritura nos recuerde a menudo nuestra condición de pecadores y nos comportemos como el cobrador de impuestos que “estando lejos” apartado de los ojos de la gente, “no quería ni aún alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios se propicio a mí, pecador” (Lucas 18: 13).


 

SALMO 20: 7

“Estos confían en carros, y aquellos en caballos, mas nosotros del Nombre del Señor nuestro Dios tendremos memoria”

El salmo 20 es una oración pidiendo ayuda: “El Señor te oiga en el día de conflicto, el Nombre del Dios de Jacob te defienda” (v. 1). Para acercarse al Dios Creador del cielo y de la Tierra es necesario que previamente se crea en Él. Viviendo en un mundo manchado por el pecado son muchos los conflictos que se presentan. Los afligidos no acuden al Señor porque ignoran quien es. Pero se sienten impotentes y en el desespero buscan ayuda en la necedad de los ayudadores que se han inventado. En quienes no encentran consuelo.

“Nosotros nos alegramos en tu salvación, y alzaremos pendón  en el Nombre de nuestro Dios, conceda el Señor todas tus peticiones” (v. 5). Por vivir en un mundo manchado por el pecado, los conflictos permanecen. No porque se sepa en quien se ha creído los conflictos van a desaparecer. El Señor ayuda en medio de ellos. Consuela en las aflicciones. En medio de un mar tempestuoso concede una paz que excede a la comprensión humana. “La paz os dejo, mi paz os doy, yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón ni tengáis miedo” (Juan 14: 27).

El salmista que tiene la experiencia que el Señor por medio del Espíritu Santo mora en él, puede escribir para consolación nuestra. “Ahora conozco que el Señor salva a su ungido, lo oirá desde los cielos con la potencia salvadora de su diestra” (v. 6).

El salmista contrasta su experiencia con la de los impíos: “Éstos confían en carros y aquellos en caballos” (v. 7a). “Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta del Señor” (Jeremías 17: 5). Israel confiaba en el poder del ejército egipcio para ahuyentar a su enemigo. El Señor tiene que decirle  que Egipto es como una caña que si se apoya en ella le atravesará la mano (Isaías 36: 6). Confiar en la fuerza del hombre, sea una nación o un individuo, para encontrar protección es una ayuda inútil. Para nuestra instrucción el salmista escribe. “Mas nosotros del Nombre del Señor nuestro Dios tendremos memoria. Ellos flaquean y caen, mas nosotros nos levantamos y estamos en pie” (vv. 7b, 8).

Los ídolos que se fabrican los hombres tienen oídos que no oyen pero los creyentes que confían en el Señor Jesucristo lo hacen “al Rey que nos oye en el día que lo invocamos” (v. 9). El Señor Dios que nunca se duerme tiene siempre sus oídos atentos para escuchar las súplicas de sus hijos que confían en Él.

 

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