dissabte, 6 de maig del 2023

 

LEVÍTICO 18. 1-3

“Habló el Señor diciendo: Habla a los hijos de Israel y diles: No haréis como hacen en la tierra de Egipto en la cual morasteis, ni haréis como hacen enlal tierra de Canaán, a la cual yo os conduzco, ni andaréis en sus estatutos”

Un titular de prensa expone como si hubiese sido dar un gran paso hacia delante dado por la Iglesia Católica por reformarse, dice: “Mujeres y laicos podrán votar en el sínodo después de una decisión sin precedentes”. Esta es la gran noticia que hace pensar que la Iglesia Católica va a reformarse con la participación de mujeres y laicos en la toma de decisiones. El que mujeres y laicos de ahora en adelante puedan participar en los sínodos, no da pie a considerar que en la Iglesia Católica se haya tomado una “decisión sin precedentes” en su camino hacia reformase. El hecho de que en los sínodos van a participar más personas, si los nuevos no son más sabios que los actuales, las decisiones sinodales no van a mejorar en calidad. Desde hace siglos en el seno de la Iglesia católica se han producido fuertes luchas internas  para reformarse. Se han hecho retoques cosméticos que afectan a lo externo que no han incidido en lo interno que es donde existe el verdadero problema.

Moisés advierte a los hijos de Israel que no se comporten como lo hacían los egipcios de cuya tierra acababan de salir con la ayuda del brazo poderoso de Dios. Tampoco tenían que imitar el comportamiento de los pueblos que habitaban en la Tierra Prometida hacia la que se dirigían. El comportamiento de los pueblos no es el que Cristo quiere que sea el de su pueblo. Yo os he sacado de Egipto y soy yo quien os va a dar en heredad la tierra que prometí a Abraham y reafirma la promesa en Isaac y Jacob. Yo soy vuestro Rey y no tenéis que imitar los modelos de gobierno de las naciones.

El mensaje que Dios hace llegar a su pueblo por medio de Moisés es clarísimo: “Mis ordenanzas pondréis por obra, y mis estatutos guardaréis andando en ellos. Yo el Señor vuestro Dios. Por tanto, guardaréis mis estatutos  y mis ordenanzas, las cuales haciendo el hombre, vivirá en ellos: Yo el Señor” (Levítico 18: 4, 5).

El modelo democrático adoptado tanto por las grandes instituciones eclesiásticas como por las pequeñas iglesias locales ha conducido al cristianismo al desprestigio. Tanto las macro instituciones eclesiásticas como las pequeñas iglesias locales no tienen que ser  democráticas, es decir gobernadas por los fieles. Son teocráticas, es decir es el Señor de la Iglesia quien las gobierna por medio de sus siervos escogidos. Los textos citados en esta reflexión ponen de manifiesto que es el Padre de nuestro Señor Jesucristo quien es el que gobierna. Dejemos de comportarnos como los israelitas que a los mensajes de Dios transmitidos por medio de los profetas decían. “No oiremos”. Sigamos el humilde ejemplo del adolecente Samuel que al llamado del Señor, respondía: “Habla, porque tu siervo oye” (1 Samuel 3: 10).


 

ISAÍAS 5: 8

“¡Ay de los que juntan casa a casa, y añaden heredad a heredad hasta ocuparlo todo! ¿Habitaréis vosotros en medio de la tierra?”

“Porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores” (1 Timoteo 6: 10). El amor monetario está universalmente extendido. Uno de la multitud le dijo a Jesús: “Maestro, di a mi hermano que parta conmigo la herencia” (Lucas 12: 13). En un principio puede  parecernos lógica la petición que esta persona anónima le hace a Jesús. El Señor que lee los pensamientos recónditos en lo profundo del alma lee la codicia escondida en el corazón del solicitante y, lo descubierto lo pone de manifiesto con estas palabras: “Mirad, guardaos de toda avaricia, porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee”  (v. 15). La codicia humana la ilustra Jesús con la parábola del rico insensato: “La heredad de un hombre rico había producido mucho. Y él pensaba dentro de sí, diciendo. ¿Qué haré, porque no tengo donde guardar mis frutos” (vv. 16, 17). El hombre rico de la parábola al darse cuenta que sus almacenes se habían quedado pequeños y que no sabía dónde meter más grano, se sentía desdichado. “¡Ay de los que juntan casa a casa, y añaden heredad a heredad hasta ocuparlo todo!”. El afán de dinero hace sentirse insatisfecho a quien lo posee en abundancia porque no satisface las necesidades del alma. Borra del alma el principio de la misericordia que tendría que mostrar hacia los agricultores que con el sudor de sus frentes le proporcionan el grano que le enriquece. En vez de compartir con ellos los beneficios, los asfixia. Aprovechándose del poder que le otorga el dinero rebaja el precio del grano con la excusa de la situación del mercado. Tal  vez les deja dinero a interés alto y cuando no se lo pueden devolver se apodera de sus propiedades llevando a la ruina a aquellos agricultores.

Volvamos al rico de la parábola. Al ver que los graneros no podían ensancharse como si fuesen acordeones, se le enciende la bombilla que les trae un brillante pensamiento: ”Esto haré, derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mi frutos y mis bienes” (v.18). El rico de la parábola no se da cuenta de que no puede controlar las circunstancias y que estas pueden llevarle a la ruina. Como es un necio no piensa que cabe esta posibilidad. Sólo ve que los graneros están llenos a rebosar, se dice. “Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años, repósate, come, bebe, regocíjate” (v. 19). Banquetes, viajes, mujeres, sensualidad desenfrenada. Como es un necio se dice a sí mismo: “No hay Dios” (Salmo 58: 1). Sí que existe Dios que conociendo sus pensamientos codiciosos, le dice: “necio, esta noche vienen a pedirte tu alma, y lo que has previsto, ¿de quién será?” (v. 20). Cuando despierte en la eternidad “alzará sus ojos estando en tormentos” (v. 23). Triste final para quienes el dinero es su dios.

 

 

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