LEVÍTICO 18. 1-3
“Habló el Señor
diciendo: Habla a los hijos de Israel y diles: No haréis como hacen en la
tierra de Egipto en la cual morasteis, ni haréis como hacen enlal tierra de
Canaán, a la cual yo os conduzco, ni andaréis en sus estatutos”
Un titular de prensa expone como si hubiese
sido dar un gran paso hacia delante dado por la Iglesia Católica por
reformarse, dice: “Mujeres y laicos podrán votar en el sínodo después de una
decisión sin precedentes”. Esta es la gran noticia que hace pensar que la
Iglesia Católica va a reformarse con la participación de mujeres y laicos en la
toma de decisiones. El que mujeres y laicos de ahora en adelante puedan
participar en los sínodos, no da pie a considerar que en la Iglesia Católica se
haya tomado una “decisión sin precedentes” en su camino hacia reformase. El
hecho de que en los sínodos van a participar más personas, si los nuevos no son
más sabios que los actuales, las decisiones sinodales no van a mejorar en
calidad. Desde hace siglos en el seno de la Iglesia católica se han producido
fuertes luchas internas para reformarse.
Se han hecho retoques cosméticos que afectan a lo externo que no han incidido
en lo interno que es donde existe el verdadero problema.
Moisés advierte a los hijos de Israel que no
se comporten como lo hacían los egipcios de cuya tierra acababan de salir con
la ayuda del brazo poderoso de Dios. Tampoco tenían que imitar el
comportamiento de los pueblos que habitaban en la Tierra Prometida hacia la que
se dirigían. El comportamiento de los pueblos no es el que Cristo quiere que
sea el de su pueblo. Yo os he sacado de Egipto y soy yo quien os va a dar en
heredad la tierra que prometí a Abraham y reafirma la promesa en Isaac y Jacob.
Yo soy vuestro Rey y no tenéis que imitar los modelos de gobierno de las
naciones.
El mensaje que Dios hace llegar a su pueblo
por medio de Moisés es clarísimo: “Mis
ordenanzas pondréis por obra, y mis estatutos guardaréis andando en ellos. Yo
el Señor vuestro Dios. Por tanto, guardaréis mis estatutos y mis ordenanzas, las cuales haciendo el
hombre, vivirá en ellos: Yo el Señor” (Levítico 18: 4, 5).
El modelo democrático adoptado tanto por las
grandes instituciones eclesiásticas como por las pequeñas iglesias locales ha
conducido al cristianismo al desprestigio. Tanto las macro instituciones
eclesiásticas como las pequeñas iglesias locales no tienen que ser democráticas, es decir gobernadas por los
fieles. Son teocráticas, es decir es el Señor de la Iglesia quien las gobierna
por medio de sus siervos escogidos. Los textos citados en esta reflexión ponen
de manifiesto que es el Padre de nuestro Señor Jesucristo quien es el que
gobierna. Dejemos de comportarnos como los israelitas que a los mensajes de
Dios transmitidos por medio de los profetas decían. “No oiremos”. Sigamos el humilde ejemplo del adolecente Samuel que
al llamado del Señor, respondía: “Habla,
porque tu siervo oye” (1 Samuel 3: 10).
ISAÍAS 5: 8
“¡Ay de los que
juntan casa a casa, y añaden heredad a heredad hasta ocuparlo todo! ¿Habitaréis
vosotros en medio de la tierra?”
“Porque raíz de
todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se
extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores” (1 Timoteo 6: 10). El amor
monetario está universalmente extendido. Uno de la multitud le dijo a Jesús: “Maestro, di a mi hermano que parta conmigo la herencia” (Lucas
12: 13). En un principio puede parecernos lógica la petición que esta
persona anónima le hace a Jesús. El Señor que lee los pensamientos recónditos
en lo profundo del alma lee la codicia escondida en el corazón del solicitante
y, lo descubierto lo pone de manifiesto con estas palabras: “Mirad, guardaos de toda avaricia, porque la
vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee” (v. 15). La codicia humana la ilustra Jesús
con la parábola del rico insensato: “La
heredad de un hombre rico había producido mucho. Y él pensaba dentro de sí,
diciendo. ¿Qué haré, porque no tengo donde guardar mis frutos” (vv. 16,
17). El hombre rico de la parábola al darse cuenta que sus almacenes se habían
quedado pequeños y que no sabía dónde meter más grano, se sentía desdichado. “¡Ay de los que juntan casa a casa, y añaden
heredad a heredad hasta ocuparlo todo!”. El afán de dinero hace sentirse
insatisfecho a quien lo posee en abundancia porque no satisface las necesidades
del alma. Borra del alma el principio de la misericordia que tendría que
mostrar hacia los agricultores que con el sudor de sus frentes le proporcionan
el grano que le enriquece. En vez de compartir con ellos los beneficios, los
asfixia. Aprovechándose del poder que le otorga el dinero rebaja el precio del
grano con la excusa de la situación del mercado. Tal vez les deja dinero a interés alto y cuando
no se lo pueden devolver se apodera de sus propiedades llevando a la ruina a
aquellos agricultores.
Volvamos al rico de la parábola. Al ver que
los graneros no podían ensancharse como si fuesen acordeones, se le enciende la
bombilla que les trae un brillante pensamiento: ”Esto haré, derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí
guardaré todos mi frutos y mis bienes” (v.18). El rico de la parábola no se
da cuenta de que no puede controlar las circunstancias y que estas pueden
llevarle a la ruina. Como es un necio no piensa que cabe esta posibilidad. Sólo
ve que los graneros están llenos a rebosar, se dice. “Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años, repósate, come,
bebe, regocíjate” (v. 19). Banquetes, viajes, mujeres, sensualidad
desenfrenada. Como es un necio se dice a sí mismo: “No hay Dios” (Salmo 58: 1). Sí que existe Dios que conociendo sus
pensamientos codiciosos, le dice: “necio,
esta noche vienen a pedirte tu alma, y lo que has previsto, ¿de quién será?”
(v. 20). Cuando despierte en la eternidad “alzará
sus ojos estando en tormentos” (v. 23). Triste final para quienes el dinero
es su dios.
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