GÉNESIS 45: 8
“Así pues no me enviasteis acá vosotros, sino
Dios que me ha puesto por padre de faraón y por señor de toda su casa, y por
gobernador en toda la tierra de Egipto”
“Entonces el Señor dijo a Abram: ten por
cierto que tu descendencia morará en tierra ajena, y será esclava allí, y será
oprimida por cuatrocientos años” (Génesis 15: 13). El Señor anuncia que el
pueblo de Israel será oprimido por cuatrocientos años en tierra ajena. No
especifica el país, ni cuándo, ni cómo. El misterio se irá desvelando poco a
poco. Isaac, hijo de Abraham tiene dos
hijos, el que nos importa es Jacob. De los doce hijos de Jacob sobresale José,
el hijo preferido de su padre y aborrecido por sus hermanos que fingen que una
bestia salvaje lo ha descuartizado. Lo venden a unos mercaderes ismaelitas
que a su vez lo venden como esclavo en
Egipto a Potifar que es un oficial del faraón. La mujer de Potifar acusa
falsamente a José de haber intentado violarla lo que hace que el marido ultrajado
lo mande a la cárcel. Tanto en casa de Potifar como en la cárcel, José goza el
favor de Dios. El copero y el panadero de faraón van de patitas a la cárcel.
José que tiene el don de interpretar sueños interpreta los que ambos
funcionarios han tenido. La interpretación se cumple. Pasan dos años y el
Faraón tiene un sueño que le inquieta que ni sabios ni magos saben descifrarlo.
Es entonces cuando el copero se acuerda
de José y le comunica al Faraón su experiencia. Corriendo sacan a José de la
cárcel. Lo bañan, lo visten, lo perfuman y le llevan a la presencia de Faraón
que le explica el sueño agitaba su espíritu. José lo interpreta y le convierte
en la persona más importante de Egipto después de él.
El
sueño del Faraón significa que vendrán siete años de gran abundancia seguidos
de otros sietes de una gran hambruna. Jacob se entera de que en Egipto hay
abundancia de grano y envía a diez de sus hijos a comprar. Después de una serie
de situaciones José se da a conocer a sus hermanos y les dice: “Dios me envió delante de vosotros, para
preservaros posteridad sobre la tierra y para daros vida por medio de gran
liberación” (v.7), José hace venir de Canaán a su padre y a su familia para
que se establezcan en Egipto en donde se multiplican y se convierten en un
pueblo muy numeroso.
Llega
una nueva estirpe faraónica que somete a esclavitud a los hebreos hasta que
Moisés se convierte en el brazo de Dios que libera a su pueblo y lo conduce
hasta la Tierra Prometida. Desde el anuncio de la profecía a Abram hasta su
cumplimiento han pasado digamos 500 años. ¿Quién se podía imaginar que la
historia hubiese sido tal como brevemente he descrito? Viene a cuento este
relato porque los designios de Dios nos son velados. Sus propósitos no los
conocemos. Saber que los pensamientos de Dios son más altos que nuestros
pensamientos tendría que hacer que humildemente dijésemos: Sea hecha Tú
voluntad tanto en el cielo como en la Tierra. Así es como en un mundo tan conflictivo como lo es el que
vivimos con tanta desazón ,nuestras
almas encontrarán el descanso que necesitan si creemos que las circunstancias
en que nos movemos están bajo el control de Dios para nuestro bien.
ÉXODO 16: 21
“Y lo recogían cada mañana, y cada uno según
lo que había de comer, y luego que el sol calentaba, se derretía”
La
congregación de Israel murmuró contra Dios
porque creyeron que no les atendía como se merecían. Recordaban “cuando nos sentábamos a las ollas de carne,
cuando comíamos pan hasta saciarnos,
pues nos habéis llevado a este desierto para matar de hambre a toda esta
multitud” (v.3). Dios atiende a esta
irreverente petición y cada mañana antes de salir el sol “llovía pan del cielo” que tenían que recoger diariamente justo el
que necesitaban. Lo que sobraba “criaba
gusanos y hedía” (v.20). La bendición del maná tiene una lección que enseñarnos.
Cada día antes que saliese el sol tenían que recoger la porción diaria. Según
el apóstol Juan el maná es un símbolo de Jesús que es el Pan de Vida que sacia
las necesidades del alma. (Juan 6: 25-59). El maná que caía del cielo cada día
también ilustra lo que Jesús enseña en el Padrenuestro: “El pan nuestro de cada día dánoslo hoy” (Mateo 6: 11). En nuestras
oraciones diarias le tenemos que pedir al Padre el alimento necesario para
mantener sano nuestro cuerpo. El maná que se tenía que recoger antes de salir
el sol nos enseña que se tiene que madrugar para implorar al Padre la bendición
diaria. El apóstol Pablo nos enseña “Si
alguien no quiere trabajar, tampoco coma”
(2 Tesalonicenses 3: 1). La Palabra de Dios denuncia la picaresca de las
bajas laborales infundadas. Quienes se aprovechan de la bendición de la
Seguridad Social no tienen derecho a la comida. La holgazanería no la bendice
Dios. Antes de la entrada del pecado, Adán y Eva tenían que cuidar el jardín.
Con la entrada del pecado tuvieron que seguir haciéndolo “"con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la
tierra” (Génesis 3: 19).
La otra
enseñanza que aporta el maná es que es un símbolo de Jesús que es el “Pan de vida”: “Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida
eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará, porque a Éste señaló Dios
el Padre” (Juan 6: 27). El hombre no es como el animal que solo es carne.
El ser humano es una dualidad: carne y espíritu. Se tiene que cultivar a ambos.
El espíritu es el gran olvidado. A pesar que la carne es la gran privilegiada
no podemos impedir que se degrade hasta morir. El espíritu es el que se tiene
que nutrir con Jesús que es el pan y agua viva que concede vida eterna a
quienes creen en Él. Al final del tiempo, en el día de la resurrección, los
cuerpos mortales convertidos en inmortales e incorruptibles, juntos con sus
correspondientes espíritus, toda la eternidad gozando la presencia de Dios. La
mejor inversión que podemos hacer es dedicar tiempo en alimentar el espíritu,
el gran olvidado.
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