SALMO: 27: 1
“El Señor es mi luz y mi salvación, ¿de quién
temeré? El Señor es la fortaleza de mi vida, ¿de quién he de atemorizarme?”
En la
hora del peligro, ¿en quién confiamos? En la Edad Media se representaba a la
Iglesia Católica como un barco que se encontraba azotado por una fuerte
tormenta. Los pasajeros que navegaban en él eran cardenales, obispos, monjes,
frailes…La Iglesia los protegía. En las aguas embravecidas, multitudes, entre
ellas, ningún tonsurado. Manera muy entendedora de decir que fuera de la
Iglesia Católica no hay salvación posible. Es muy probable que la imagen de la
Iglesia como fuente de salvación eterna haya sido tomada prestada del arca de
Noé en la que únicamente ocho personas justas se salvaron de perecer ahogadas.
La
imagen medieval de la nave salvavidas es un tremendo error que tiene
consecuencias eternas ya que aparta de Jesús los ojos de los pecadores para
ponerlos en la Iglesia que usurpa el poder de Dios de perdonar los pecados por
la fe en el Nombre de Jesús.
El
salmista que sabe en quien ha creído no aparta los ojos de Dios que es quien le
ha dado el don de la fe. Empieza el poema afirmando: “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿de quién temeré? El Señor es la
fortaleza de mi vida, ¿de quién he de atemorizarme?
En el
v. 5 David que es el autor del salmo escribe: “Porque Él me esconderá en su tabernáculo en el día del mal, me ocultará
en lo reservado de su morada, sobre una roca me pondrá en alto”. Esta
declaración de fe nos transporta al Edén después que Adán y Eva hubiesen pecado
pretendiendo esconder la desnudez en que se encontraban tapándose con unos
delantales cosidos con hojas de higuera. Su necedad no les impidió tener miedo
que les infundía la presencia de Dios que se aproximaba. Quisieron desaparecer de
su presencia escondiéndose entre los árboles.
David
habla de esconderse, no de la presencia de Dios, sino en su tabernáculo, que
era el símbolo de la presencia de Dios entre los hombres. Jesús denuncia a los
jerosolimitanos su rechazo al intento de juntarlos bajo sus alas como la
gallina lo hace con sus polluelos al menor síntoma de peligro. Pero no
quisieron. (Mateo 23: 32).
David,
distinguiéndose de las multitudes que perecen en el vano intento de protegerse
bajo las alas de la Santa Madre Iglesia, su fe en Jesús le hace decir: “Sobre una roca me pondrá en alto”. David
edifica su vida sobre la Roca que es Jesús: “descendió
lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa, y
no cayó, porque estaba fundada sobre la roca” (Mateo 7: 25).
Lector,
no pongas tu confianza en algo tan débil como lo es una institución eclesial,
sea cual sea el nombre que lleve. Es un mal
negocio poner la confianza en los hombres a pesar de que lleven puesta
una mascarilla que venda piedad.
DEUTERONOMIO 8: 5
“Reconoce asimismo en tu corazón que como
castiga el hombre a su hijo, así el Señor tú Dios te castiga”
Por la
fe en el Nombre de Jesús un hijo del diablo por adopción se convierte en un
hijo de Dios. El recién nacido en la familia de Dios sigue siendo pecador y por
lo tanto poseyendo actitudes censurables. En Efesios 6: 4 el apóstol Pablo
expone cómo deben comportarse los padres con sus hijos: “Y vosotros padres, no provoquéis a ira a vuestros hijo, sino criadlos
en disciplina y amonestación del Señor”. Dios, el Padre de nuestro Señor
Jesucristo a la vez que Padre nuestro, porque nos ama y desea nuestro bien,
tiene que disciplinarnos. Nuestros padres nos disciplinaron porque
necesitábamos ser domados. A veces se extralimitaban en su tarea educativa y
“nos provocaban a ira” porque no lo sabían hacer ”en disciplina y amonestación del Señor”. Muchas veces nos
enfurecíamos al ser disciplinados. Más tarde comprendimos que lo habían hecho
para nuestro bien. En nuestras rebeldías, para nuestros padres seguíamos siendo
sus hijos y tenían la responsabilidad de convertirnos en personas de bien.
Han
transcurrido los años y llegamos a la vejez. Observamos a nuestro alrededor y
nos damos cuenta de que hay demasiados potros sin domar. Niños y jóvenes sin
bridas que los mantengan en el camino recto. Esta juventud indómita que tan a
menudo aparece en los medios de comunicación por las fechorías que cometen se
debe a que sus padres no han puesto freno a sus impulsos delictivos. Mucho de
ellos pierden la posibilidad de ser reconducidos al buen camino.
Moisés
en el texto que comentamos dice: “Reconoce
asimismo en tu corazón que como castiga el hombre a su hijo, así el Señor tú
Dios te castiga”, Reconoce, acepta en tu corazón que Dios como Padre
nuestro tiene la obligación de disciplinarnos, corregirnos debido a los muchos
tropiezos que cometemos. Nos disciplina porque nos ama y quiere nuestro bien. A
menudo nos rebelamos contra su disciplina que jamás “provoca a ira” porque nos da lo que justamente nos merecemos. No
se excede ni una milésima.
Que el
Señor nos enseñe a aceptar la disciplina que nos aplica porque tiene la
finalidad de que la imagen de su Hijo se vaya formando en nosotros y con ello
su carácter, “para que seamos
irreprensibles y sencillos hijos de Dios sin mancha en medio de una generación
maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el
mundo” (Filipenses2: 15)