SALMO 34: 19
“Muchas son las aflicciones del justo, pero
de todas ellas lo librará el Señor”
Se nos
acercan los propagadores de la salud incondicional de los creyentes diciéndonos que si estos
enferman se debe a que no tienen suficiente fe. La Biblia nos enseña que los
creyentes en Cristo enferman como el resto de los mortales.
El
texto que comentamos es suficientemente claro: “Muchas son las aflicciones del justo”. La enfermedad y la muerte
pertenecen a Dios. Él las distribuye como mejor le parece. Desconocemos porque
unos padecen dolencias graves y otros llegan a la puerta de la muerte sin
apenas saber qué es una enfermedad. Es un secreto que pertenece a Dios. A
nosotros nos toca aceptarlo tal como es su voluntad.
Los
ingresos que este año producirá la Marató de TV3 se destinarán a la
investigación sobre la enfermedad mental ya que es una dolencia que hoy
preocupa muchísimo. Que la Marató de TV3 de este año se dedique a investigar
cómo poder paliar la enfermedad mental creo que en parte se debe al incremento
de personas cada vez más jóvenes que padecen trastornos mentales debido a la
Covid-19 y sus efectos.
El
salmista escribe. “Busqué al Señor y Él
me libró de todos mis temores, los que miraron a Él fueron alumbrados, y sus
rostros no fueron avergonzados. Este pobre clamó, y le oyó el Señor, y le libró
de todas sus angustias. El Ángel del Señor acampa alrededor de los que le
temen, y los defiende. Gustad y ved que es bueno el Señor, dichoso el hombre
que confía en Él” (vv. 4-8). El texto no nos dice nada de que el creyente
en Cristo vaya a tener una salud de hierro y que se vaya a dormir feliz y
despierte en la gloria. Algunos incrédulos mueren súbitamente viendo un partido
de futbol en la televisión, pero no despiertan en la gloria, sino en el
infierno. El texto nos dice que Dios está al lado de sus hijos que enferman y
que los libra de todos sus temores y angustias porque la paz del Señor excede
la comprensión humana. “Gustad y ved que
es bueno el Señor, dichoso el hombre que confía en Él”.
La
enfermedad siempre es una fuente de miedo y angustia. Si se pasa confiando
exclusivamente en la pericia de los médicos el miedo y la angustia se
incrementan con el paso del tiempo porque se acentúa el miedo a la muerte que conlleva a producir graves trastornos
mentales. El elevado consumo de ansiolíticos y tranquilizantes en nuestros
días es una evidencia de la presencia de la enfermedad mental.
No le
pido al lector que abandone la medicación que le haya recetado su médico, sino
que compruebe cuán bueno es el Señor que le libera del miedo y temor que le
produce la enfermedad. Porque somos pecadores hemos de morir una sola vez y
después el juicio. Como esto es inevitable,
si creemos que Jesús es la resurrección y la vida, la muerte deja de ser
un enemigo ya que nos aguarda una eternidad en donde no habrá dolor ni lágrimas
JEREMIAS 36: 3
“Quizá oiga la casa de Judá lodo el mal que
yo pienso hacerles, y se arrepienta cada uno de su mal camino, y yo perdonaré
su maldad y su pecado”
En el
año cuarto del reinado de Joacim “vino
esta palabra del Señor a Jeremías diciendo: Toma un rollo del libro, y escribe
en él todas las palabras que te he hablado contra Israel y contra Judá, y
contra las naciones, desde el día que comencé a hablarte desde Josías hasta
hoy” (vv. 1, 2).
Durante
años el Señor había estado hablando a su
pueblo y a las naciones del daño iba a
traer sobre ellos. Ahora el Señor le dice al profeta que recopile en un libro
todo lo que le ha dicho para que quede constancia de ello. Como dice el texto
que nos sirve de base de esta
meditación: “Quizás oiga la casa de Judá
todo el mal que yo pienso hacerles, y se arrepienta cada uno de su mal camino”.
Desde Adán hasta los días del rey Joacim y desde aquella época hasta nuestros
días, Dios no se cansa de enviar mensajeros para que llamen a las personas al
arrepentimiento. La respuesta que Judá e Israel dieron a los llamados de los
profetas fue: “No escucharemos”. Esta
negativa es la misma que los hombres de nuestros días dan a los llamados de sus
siervos hoy.
De manera
explícita Jesús encarga a los discípulos y a sus seguidores: “Id, y haced discípulos a todas las
naciones, bautizándolos en el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu
Santo, enserenándoles que guarden todas las cosas que os he mandado, y he aquí
yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén” (Mateo
28: 19, 20).
Dios
podría enviar de inmediato a los pecadores al infierno. Su incomprensible amor
que siente por el hombre se lo impide hacer. Espera hasta que la copa de la
maldad rebose y ya no haya posibilidad
de arrepentimiento. Como muy bien dice el apóstol Pedro: “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza,
sino que es paciente con nosotros, no queriendo que nadie perezca, sino que
todos procedan al Arrepentimiento” (2 Pedro 3: 9)
El amor
de Dios no siempre produce reacciones favorables. Joacim reaccionó
virulentamente ante el pergamino en el que estaban escritas las palabras que el
Señor había dictado al profeta Jeremías: ”Cuando
Jehundí había leído tres o cuatro planas,
lo rasgó el rey con el cortaplumas, y lo echó en el fuego que había en el
brasero, hasta que todo el rollo se consumió sobre el fuego que en el braseo
había…” (vv. 22-25).
La
Inquisición con su celo de Dios sin ciencia, echó en el fuego millares de
biblias con el propósito de hacer desaparecer
la Palabra de Dios de la Tierra. No todos los que no quieren saber nada
de la Palabra de Dios cometen acciones tan drásticas. Basta con no hacer caso
al mensaje de Dios. El negacionismo no
hace desaparecer ni a Dios ni a su mensaje. Cuando se termine la paciencia de
Dios su castigo recaerá sobre sus enemigos.
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