diumenge, 19 de desembre del 2021

 

MATEO 6: 24

“Nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá al uno y menospreciará al otro. Nadie puede servir a Dios y a la” (Tradición)

“Desde el momento de su concepción María se convirtió en una escogida por Dios. Gracias a la voluntad del Señor, María se convirtió en la “más santa”, la “más  bella” y la “más humilde”, y fue preservada del pecado original, motivo por el cual la Iglesia (católica)  la reconoce y venera como la Inmaculada Concepción” (Joan Josep Omella, arzobispo de Barcelona).

El texto que sirve de base a esta reflexión nos enseña que no se puede servir a dos señores a la  vez. Si se sirve a uno no puede hacerse lo mismo con el otro. Del texto mencionado he sustituido “riquezas” por Tradición  porque ésta es el otro señor que impide adorar a Jesús con el honor que se merece por el hecho de ser el Salvador.

María, en los primeros siglos del cristianismo no se la enaltece hasta el punto de convertirla en corredentora. No fue hasta el siglo IX que el monje Pescasio Rodaberto insinuó por primera vez que María fue concebida inmaculada, es decir exenta de pecado original. Durante siglos en la Iglesia se debatió sobre la concepción inmaculada de María. No fue hasta  que el papa Pio IX proclamó el dogma de la concepción inmaculada de María el 8 de diciembre de 1854. Desde entonces los fieles católicos se ven obligados a tragarse esta doctrina venenosa.

El apóstol Pablo en Gálatas 1: 14 dice ser “mucho más celoso de las tradiciones de mis padres”. En Gálatas 2: 8 nos previene: “Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo”. El apóstol nos dice que no nos dejemos embaucar por las tradiciones de los hombres que fomenta Satanás qu es el padre de la mentira que desde siempre ha sido mentiroso.

Jesús clava la puntilla a las tradiciones de los hombres cuando dice: “Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías cuando dijo: Este pueblo de labios me honra, mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de los hombres” (Mateo 15: 7-9).

Si el arzobispo de Barcelona fuese un lector de la Biblia que se deja guiar por la luz que ella irradia por haber inspirado a los autores humanos a escribirla, no embaucaría a los fieles católicos con doctrinas que no son bíblicas porque son inspiradas por Satanás. ¡Cuidado señor arzobispo con hacer tropezar a los fieles católicos y a los que no lo son con la Roca que es Cristo, Cabeza y Cimiento de la Iglesia de Dios! Jesús le pedirá cuentas en el día que comparezca ante su tribunal: “Y cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de asno, y que se le hundiere en lo profundo del mar. ¡Ay del mundo por los tropiezos!  porque es necesario que vengan tropiezos, pero ¡ay de aquel hombre por quien vine el tropiezo”  (Mateo 18: 6,7).


 

SALMO 9: 20

“Pon, oh Señor, temor en ellos, conozcan las naciones que no son sino hombres”

El diccionario define nación: “Conjunto de personas que tienen una comunidad de historia, de costumbres, de instituciones, de estructura económica, de cultura, a menudo de lengua, un sentido de homogeneidad y de diferencia respecto al resto de comunidades humanas”. Nación es un concepto idealizado de un territorio que se hace visible en símbolos que se idolatran. De ahí las banderas y los juramentos de fidelidad a la patria besando con veneración la bandera que la simboliza. El salmista tiene el interés que los hombres que enaltecen el concepto nación hasta el punto de matar o morir por ella, sepan que lo que han fabricado “no son sino hombres”. El enaltecimiento de la nación se ha convertido en un ídolo que destruye a quienes lo veneran.

Quienes defiende a capa y espada un nacionalismo beligerante que llegan incluso a matar en defensa de su honor les conviene saber qué es lo que Dios piensa de aquello que se la da tanto valor.

“Te has sentado (Dios) en el trono juzgando con justicia. Reprendiste a las naciones, destruiste al malo, borraste el nombre de ellos eternamente y para siempre”  (Salmo 9:4, 5). “Levántate oh Señor, no se fortalezca el hombre, sean juzgadas las naciones delante de ti. Pon, oh Señor, temor en ellos. Conozcan las naciones que no son sino hombres” (Salmo 9: 19, 20). “El Señor hace nulo el consejo de las naciones, y frustra las maquinaciones de los pueblos” (Salmo 33: 10).

Jules Renard escribe: “En el fondo de todo patriotismo está la guerra”. Allí en donde se enarbolan muchas banderas y se enfatiza el patriotismo hasta el punto de incitar la muerte de los supuestos enemigos de la nación se encuentra Satanás que “ha sido homicida desde el principio” (Juan 8: 44). Esta es la razón por la que los patriotismos exaltados van acompañados de derramamiento de sangre. “¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten contra vuestros miembros? “Codiciáis y no tenéis, matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar, combatís y lucháis pero no tenéis lo que deseáis” (Santiago 4: 1, 2). El patriotismo exaltado es un fuego encendido por el Maligno. Como dice Santiago la lengua que arenga las concentraciones multitudinarias  envueltas de banderas ondeantes “es un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno” (Santiago 3: 6).

 

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