PARAISO RECUPERADO
<b>¿Qué pagarías por ser feliz?
Jesús con su muerte en la cruz ha pagado el precio de tu felicidad</b>
Una declaración que <b>Clara
Sanchís</b> hace en su escrito </i> El dedo en la llaga</i>:
Mi profesora de canto, en resumen y según me dijo entre sollozos, llora porque
no es feliz. No es que le haya sucedido alguna cosa trágica. Sólo es, por unas
cosas u otras, no encuentra la felicidad. Bien mirado, la verdad es que yo
tampoco. No sé lo que pensará usted. Desearía que fuese feliz. Pero llegamos a
la conclusión que la idea de la felicidad completa es el obstáculo que nos
impide ser felices a ratos”.
La felicidad es algo tan voladizo como el
viento. ¿Quién puede atraparlo entre sus manos? Cuando cierras la mano para
cogerlo ya ha volado. Se mire como se mire la felicidad es imposible
alcanzarla. La imposibilidad de conseguirla por medio de las cosas que se hacen
lo pone de manifiesto esta cita de la Escritura: “Aborrecí, por tanto la vida,
porque la obra que se hace debajo del sol me era fastidiosa, por cuanto todo es
vanidad y aflicción de Espíritu” (Eclesiastés 2:17).
A pesar de luchar para conseguir la
felicidad por medios propios, el ser humano no se rinde y procura serlo cueste
lo que cueste. Los guionistas e intérpretes de gags cómicos pretenden hacer
reír a los espectadores añadiendo aplausos y carcajadas de fondo para que los
espectadores se unan a ellos. Muy a menudo estos artificios consiguen todo lo
contrario de lo que pretenden porque la
mediocridad de la obra hace llorar en vez de reír. Las risas artificiales no
son sinónimo de felicidad.
La publicidad de cualquier producto que
pretenda venderse a menudo va acompañada de rostros risueños que pretenden relacionar el producto que se
promociona con la felicidad, así, el cliente potencial que no es feliz comprará
el producto que vende felicidad. La felicidad artificial se nos inculca desde
la cuna. El retoque fotográfico no se ajusta a la realidad porque el ser humano
inoculado de pecado no puede ser feliz.
El
Primer Mundo en el que se espeja el Tercero vende una imagen de
felicidad falsa. Engaña a quienes quieren imitarlo porque se les confunde entre
nivel de vida y calidad de vida. De cosas materiales no faltan. Se tiene al
alcance de la mano objetos que cada vez dan más prestaciones que hacen la vida
más fácil y cómoda, pero no dan felicidad. Las enfermedades mentales aumentan a
ritmo vertiginoso y con ello el consumo de ansiolíticos y fármacos
antidepresivos y antiestrés engordan a las farmacéuticas. El Primer Mundo con
toda su prosperidad material no s feliz. Los rostros felices maquilados
fotográficamente no reflejan la
realidad. A pesar de ello persistimos en dejarnos engañar y compramos lo que no necesitamos. Somos tan
necios que nos dejamos seducir por “Tú lo vales”. “No puedes vivir si el
producto X”. “Verás la vida de otro color”. El problema del materialismo es que
nunca satisface. Un escrito de la antigüedad ya lo dijo: “Quien ama la plata no
se saciará con la plata, quien ama la riqueza no obtendrá ninguna renta”. La
cosas que entran por los ojos pronto aburren. El resultado del placer
momentáneo es insatisfacción. Se inicia una sarta de intentos de ver la vida de
oro modo, fracasan. Los buenos propósitos no hacen felices a las personas. Se
asocia felicidad con la ausencia de emociones desagradables, pero las
situaciones desagradables persisten y las emociones de este color afloran
instintivamente. Si consideramos la felicidad como la ausencia de emociones
desagradables entonces se la convierte
una agencia de viajes que programa viajes a paraísos idílicos que de ideales no
tienen nada porque las aguas caribeñas a donde nos quieren llevar cargamos con
la mochila del pecado de la que no nos podemos desprender.
La Constitución de los Estados Unidos de
1776 promete a los americanos la felicidad. En un mundo contaminado de pecado
no existe Constitución alguna que la pueda garantizar a sus ciudadanos. La
injusticia social lo impide. El <i>sueño americano</i> es una quimera.
Para iniciar el proceso de eliminar la
infelicidad de nuestras vidas debemos extirpar el pecado que llevamos dentro,
que nos aparta de Dios que es la fuente de la felicidad. Dicha extirpación
únicamente puede conseguirse por la fe en Jesús. La sangre que el Señor derramó
en la cruz del Gólgota limpia todos nuestros pecados. Dicha purificación nos
permite tener íntima relación con el Señor Dios. Entonces, las situaciones que
son desagradables, que son inevitables, no afectarán a nuestra paz interior. En
los momentos de congoja que son inevitables dada la contaminación del pecado,
acudiendo a Jesús nos corresponderá con la paz que el mundo no puede dar.
“El Señor es mi Pastor”, así lo considera
el autor del salmo 23. El escritor no descansa debajo de una palmera en un
paraíso caribeño sorbiendo un refresco. No. Dice. “Aunque ande en valle de
sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque Tú estarás conmigo, tu vara y
cayado me infundirán aliento” ¿A dónde le llevará Jesús, el Buen Pastor? En
lugares de delicados pastos me hará descansar, junto a aguas de reposo me
pastoreará. Confortará mi alma, me guiará por sendas de justicia por amor de su
Nombre”. En Adán perdimos el paraíso terrenal. Jesús, el Buen Pastor, nos guía
hacia el paraíso celestial en el que viviremos eternamente una vez resucitados para vida
Octavi
Pereña i Cortina
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