HOMOFOBIA
<b>Tú
estás aquí porque Dios creó a Adán y a Eva, no a Adán y a Esteban</b>
Un día
sí y otro también las páginas de los periódicos se ven salpicadas por
homofobias. Los hombres nos caracterizamos por creernos poseedores de la verdad
que la sexualidad es heterosexual y que esta verdad pretendemos implantarla a
base de garrotazos. Yo también creo esta verdad y le pido a Dios que me libre
de convertirme en un extremista que intente convencer a las personas que no la creen a base de puñetazos y
puntapiés.
Dios
creó al hombre macho y hembra porque es la única manera de ser fructíferos y
multiplicarse para así llenar la Tierra y someterla ((Génesis 1: 27, 28).
Finalizada la obra de la creación “Dios vio todo lo que había hecho, y he aquí
que era bueno en gran manera (v. 31).
Una incidencia perturbó el orden inicial de la sexualidad que dio paso a la
diversidad de opciones sexuales que no pueden recibir el beneplácito divino
porque no las puede catalogar como buenas.
Los
homofóbicos tienen razón al sentir aversión hacia la homosexualidad y variantes
que no se ajustan al orden divino. No la tienen cuando usan la violencia para
hacer volver al redil a las ovejas extraviadas.
La violencia se opone al amor que enseña Jesús que es Dios encarnado que
nos instruye a amar a los homosexuales e incluso a los enemigos. De tal manera
amó Dios a los pecadores que ha dado a su Hijo unigénito a morir por sus
enemigos que lo somos todos los hombres. Cuando se utiliza la violencia, por el
motivo que sea, para corregir anomalías, indica que algo no funciona bien en las personas que la utilizan. Jesús
señala el punto débil de los homofóbicos.
Jesús
hace diana cuando dice: “Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros
con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los
conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así,
todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede
el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. Todo árbol
que no da buen fruto, es cortado y echado al fuego. Así que, por sus frutos los
conoceréis” (Mateo 7: 15-20).
El
árbol bueno no produce ningún tipo de violencia. Jesús enseña a amar no sólo a
los buenos, incluso a los malos. Esta tiene que ser la característica de los
cristianos
Los
homofóbicos violentos tienen cierto parecido con los perfeccionistas fariseos
que se consideraban estrictos cumplidores de la Ley de Dios. Este
perfeccionismo inexistente les permitía criticar a Jesús porque comía con
los cobradores de impuestos, por considerarlos colaboracionistas de los
opresores romanos, y con los pecadores, especialmente con las mujeres
consideradas pecadoras. Los fariseos no podían tener ningún trato con los
impuros porque ello implicaba contaminarse.
A los
homofóbicos extremistas perfectamente se les puede aplicar la enseñanza que se
desprende del relato de la mujer atrapada infraganti cometiendo adulterio. Unos
fariseos la llevan a Jesús que se encontraba enseñando con el propósito de
coger a Jesús con la intención de cogerlo en alguna contradicción con el
propósito de desprestigiarlo. Le dicen: “Maestro, esta mujer ha sido
sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la Ley nos mandó Moisés
apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices?” (Juan 8: 3-5). Jesús guardando
silencio sepulcral “inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo”
(v. 8). ¿Qué escribía? No haré especulaciones. “Y como insistían en
preguntarle, se enderezó y les dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el
primero en arrojar la piedra contra ella” (v. 7). Si Jesús se encontrase hoy
con un grupo de homofóbicos dispuestos a golpear a una persona de orientación
sexual no ortodoxa, les diría. “¿Quién de vosotros esté sin pecado sea el
primero en patalear y aporrear a esta persona”. Al escuchar esta recriminación
de los labios de Jesús bien seguro que reaccionarían de la misma manera que lo
hicieron las fariseos: “Pero ellos al oír esto, acusados por su conciencia,
salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros” (v. 9), avergonzados, pero no
arrepentidos, los acusadores abandonaron el lugar “quedando solo Jesús y la
mujer en medio” (v. 9).
“Enderezándose
Jesús, y no viendo a nadie, sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los
que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús
le dijo: Ni yo te condeno, vete, y no peques más” (vv. 10, 11). El texto no
deja claro si la mujer se arrepintió de su pecado. Lo que sí nos enseña el
pasaje es que a los pecadores, sea cual sea su pecado, no se les debe tratar
con violencia. La aversión a un pecado específico no debe convertir en justiciero a quien la sienta. Jesús
tratando con misericordia a la mujer nos da el ejemplo a seguir. Si el modelo
de Jesús no nos lleva al arrepentimiento haciéndonos sentir misericordiosos con
los pecadores, que lo son también los acusadores, significa que siguen
siendo árboles malos que deben ser cortados y echados al fuego.
Octavi Pereña i Cortina
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