dissabte, 2 d’octubre del 2021

 

SOFONÍAS 1: 4

“Extenderé mi mano sobre Judá, y sobre todos los habitantes de Jerusalén, y exterminaré de este lugar todos los restos de Baal, y el nombre de los ministros idólatras con sus sacerdotes”

El reinado de Josías se caracterizó por un avivamiento religioso lo cual no significó que fuese un avivamiento espiritual. El Señor  no mira la circuncisión externa sino la del corazón que es en donde nace el auténtico arrepentimiento. Lo que en el ámbito católico se conoce como piedad popular no significa genuina conversión al Señor.

Bien, encontrándose Judá inmerso en una fuerte efervescencia religiosa, Dios por medio del profeta Sofonías hace llegar al pueblo este dramático mensaje: “Destruiré por completo todas las cosas sobre la faz de la tierra, dice el Señor”  (v. 2). A Dios que ve los corazones no se le puede dar gato por liebre: “Extenderé mi mano sobre Judá…y exterminaré de este lugar los restos de Baal, y el nombre de los ministros idólatras con sus sacerdotes,  y a los que sobre los terrados se postran al ejército del cielo, y a los que prostran jurando por el Señor y jurando por Milcom” (vv. 4,5). Junto con la adoración en el templo se manifestaba la piedad popular. Desde los terrados de sus casas adoraban al sol. Con la astrología pretendían conocer el futuro junto con la adoración a los dioses paganos. ¿No guarda este comportamiento impío cierta semejanza con la “piedad popular” de nuestros días que junto con la adoración al Señor se venera a la multitud de santos y vírgenes que es abominación al Señor porque no se le ama sobre todas las cosas ni de corazón con todas las fuerzas. La consecuencia del adulterio espiritual es: “Destruirá por completo todas las cosas de la faz de la tierra”.

El Antiguo Testamento está saturado de referencias de catástrofes que consideramos naturales pero que realmente son juicios de Dios debido a la impiedad de los hombres. Jesús anuncia catástrofes que se irán intensificando antes de su venida gloriosa para instaurar el Reino de Dios eterno. Apocalipsis, el último libro de la Biblia, también describe cataclismos extraordinarios que son juicios de Dios. Catástrofes que no servirán para atraer turistas como se pretende hacer con el volcán de La Palma.

En los nuestros días se habla mucho del cambio climático como causante de sequías e inundaciones que se dan en muchos lugares. Pero ninguna referencia al arrepentimiento. Todo lo contrario. La idolatría prosigue galopante como si se tratase de una tisis. Ante las imágenes del volcán de La Palma que las televisiones se encargan de repetirla sin cansancio mostrando la destrucción que la lava deja a su paso, una ministra del Gobierno ve el dolor de tantos como un espectáculo para atraer turistas. Nada de arrepentimiento. Los intereses económicos prevalecen por encima del bienestar de las personas. No debe extrañarnos que la ira del Señor se intensifique a medida que se va acercando el día final.


 

1 JUAN 5: 3

“Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos, y sus mandamientos no son gravosos”

Se acostumbra a decir en términos generales que todos somos hijos de Dios y que por tanto todos somos hermanos sea cual sea nuestra profesión de fe. En un sentido general todos somos hermanos porque todos somos descendientes de Adán.  En este sentido los humanos no podemos ser hermanos biológicos. No sería así si fuese  cierto lo que los evolucionistas enseñan, que el ser humano apareció en lugares distintos sin conexión alguna entre ellos.

En el sentido espiritual lo deja bien claro Jesús cuando por medio del apóstol Mateo nos dice: “Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, éste es mi hermano, y hermana, y madre” (Mateo 17: 50). Una cosa es el parentesco sanguíneo y otra cosa muy distinta el espiritual. Por nacimiento de mujer todos somos criaturas de Dios. Únicamente son hijos de Dios quienes creyendo en Jesús son hijos de Dios por adopción: “A fin que recibiésemos la adopción de hijos. Y  por cuanto sois hijos, Dios envió a  vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre” (Gálatas 4: 5,6).

Juan despeja toda duda cuando escribe: “Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios” (1 Juan 5: 1). Jesús en su conversación con Nicodemo, un principal entre los judíos, expone la necesidad del nuevo nacimiento que consiste en nacer del Espíritu (Juan 3: 5, 6,8).

Ser hijo de Dios no consiste en ser una persona bautizada y ser miembro de una iglesia local. El bautismo y la filiación en una iglesia local tienen que ser la consecuencia de haber nacido del Espíritu. Muchos que no han nacido espiritualmente son personas bautizadas y afiliadas en una iglesia local lo cual les hace creer que son hijos de Dios. Pero Dios que conoce los corazones les dirá: “No os conozco”

“De tal manera ha amado Dios al mundo”, es un amor sin tacha hacia sus hijos adoptivos.  Este amor especial deben manifestarlo quienes son sus hijos: “En esto conocemos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos sus mandamientos” (v.2). Los hijos de Dios tienen que amar a sus enemigos de la misma manera que ellos son amados por Dios. Quienes son hermanos en Cristo tienen que amarse los unos a los otros para poner de manifiesto que son uno con el Dios trino (Juan 17: 11). La verdadera fraternidad entre los hijos de Dios es lo que hará que el mundo se interese por el Señor Jesucristo. Los antagonismos entre los hijos de Dios no son la manera para atraer pecadores hacia Jesús.

 

 

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