SOFONÍAS 1: 4
“Extenderé mi mano sobre Judá, y sobre todos
los habitantes de Jerusalén, y exterminaré de este lugar todos los restos de
Baal, y el nombre de los ministros idólatras con sus sacerdotes”
El
reinado de Josías se caracterizó por un avivamiento religioso lo cual no
significó que fuese un avivamiento espiritual. El Señor no mira la circuncisión externa sino la del
corazón que es en donde nace el auténtico arrepentimiento. Lo que en el ámbito católico
se conoce como piedad popular no
significa genuina conversión al Señor.
Bien,
encontrándose Judá inmerso en una fuerte efervescencia religiosa, Dios por
medio del profeta Sofonías hace llegar al pueblo este dramático mensaje: “Destruiré por completo todas las cosas
sobre la faz de la tierra, dice el Señor” (v. 2). A Dios que ve los corazones no se le
puede dar gato por liebre: “Extenderé mi
mano sobre Judá…y exterminaré de este lugar los restos de Baal, y el nombre de
los ministros idólatras con sus sacerdotes,
y a los que sobre los terrados se postran al ejército del cielo, y a los
que prostran jurando por el Señor y jurando por Milcom” (vv. 4,5). Junto
con la adoración en el templo se manifestaba la piedad popular. Desde los
terrados de sus casas adoraban al sol. Con la astrología pretendían conocer el
futuro junto con la adoración a los dioses paganos. ¿No guarda este
comportamiento impío cierta semejanza con la “piedad popular” de nuestros días
que junto con la adoración al Señor se venera a la multitud de santos y
vírgenes que es abominación al Señor porque no se le ama sobre todas las cosas
ni de corazón con todas las fuerzas. La consecuencia del adulterio espiritual
es: “Destruirá por completo todas las
cosas de la faz de la tierra”.
El
Antiguo Testamento está saturado de referencias de catástrofes que consideramos
naturales pero que realmente son juicios de Dios debido a la impiedad de los
hombres. Jesús anuncia catástrofes que se irán intensificando antes de su
venida gloriosa para instaurar el Reino de Dios eterno. Apocalipsis, el último
libro de la Biblia, también describe cataclismos extraordinarios que son
juicios de Dios. Catástrofes que no servirán para atraer turistas como se
pretende hacer con el volcán de La Palma.
En los
nuestros días se habla mucho del cambio climático como causante de sequías e
inundaciones que se dan en muchos lugares. Pero ninguna referencia al
arrepentimiento. Todo lo contrario. La idolatría prosigue galopante como si se
tratase de una tisis. Ante las imágenes del volcán de La Palma que las
televisiones se encargan de repetirla sin cansancio mostrando la destrucción
que la lava deja a su paso, una ministra del Gobierno ve el dolor de tantos
como un espectáculo para atraer turistas. Nada de arrepentimiento. Los intereses
económicos prevalecen por encima del bienestar de las personas. No debe
extrañarnos que la ira del Señor se intensifique a medida que se va acercando
el día final.
1 JUAN 5: 3
“Pues este es el amor a Dios, que guardemos
sus mandamientos, y sus mandamientos no son gravosos”
Se
acostumbra a decir en términos generales que todos somos hijos de Dios y que
por tanto todos somos hermanos sea cual sea nuestra profesión de fe. En un
sentido general todos somos hermanos porque todos somos descendientes de Adán. En este sentido los humanos no podemos ser
hermanos biológicos. No sería así si fuese
cierto lo que los evolucionistas enseñan, que el ser humano apareció en
lugares distintos sin conexión alguna entre ellos.
En el
sentido espiritual lo deja bien claro Jesús cuando por medio del apóstol Mateo
nos dice: “Porque todo aquel que hace la
voluntad de mi Padre que está en los cielos, éste es mi hermano, y hermana, y
madre” (Mateo 17: 50). Una cosa es el parentesco sanguíneo y otra cosa muy
distinta el espiritual. Por nacimiento de mujer todos somos criaturas de Dios.
Únicamente son hijos de Dios quienes creyendo en Jesús son hijos de Dios por
adopción: “A fin que recibiésemos la
adopción de hijos. Y por cuanto sois
hijos, Dios envió a vuestros corazones el
Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre” (Gálatas 4: 5,6).
Juan
despeja toda duda cuando escribe: “Todo
aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios” (1 Juan 5: 1).
Jesús en su conversación con Nicodemo, un principal entre los judíos, expone la
necesidad del nuevo nacimiento que consiste en nacer del Espíritu (Juan 3: 5,
6,8).
Ser
hijo de Dios no consiste en ser una persona bautizada y ser miembro de una
iglesia local. El bautismo y la filiación en una iglesia local tienen que ser
la consecuencia de haber nacido del Espíritu. Muchos que no han nacido
espiritualmente son personas bautizadas y afiliadas en una iglesia local lo
cual les hace creer que son hijos de Dios. Pero Dios que conoce los corazones
les dirá: “No os conozco”
“De tal manera ha amado Dios al mundo”, es un amor sin tacha hacia sus
hijos adoptivos. Este amor especial
deben manifestarlo quienes son sus hijos: “En
esto conocemos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos sus
mandamientos” (v.2). Los hijos de Dios tienen que amar a sus enemigos de la
misma manera que ellos son amados por Dios. Quienes son hermanos en Cristo
tienen que amarse los unos a los otros para poner de manifiesto que son uno con
el Dios trino (Juan 17: 11). La verdadera fraternidad entre los hijos de Dios
es lo que hará que el mundo se interese por el Señor Jesucristo. Los
antagonismos entre los hijos de Dios no son la manera para atraer pecadores
hacia Jesús.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada