diumenge, 31 d’octubre del 2021

 

FILIPENSES 4: 11

“Pues he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación”

Una de las causas del incremento de trastornos mentales que se han producido debido al Covid-19 se debe a que las personas no han aprendido a contentarse, sea cual sea el efecto. El descontentamiento tiene su razón de ser. La solución nos la propone el Padrenuestro, esta oración bien conocida por muchos, pero ignoran su significado porque  se les ha enseñado a recitarla como una mantra.

el Padrenuestro enseña el contentamiento cuando di ce: “Padre nuestro que estás en los cielos…Hágase tu voluntad como en el cielo, así también en la tierra”  (Mateo 6: 9,10). Jesús el Maestro excelso que enseña como quien tiene autoridad y no como los doctores de la Madre Iglesia de todas las épocas. (Mateo 7: 29), puede impartir esta enseñanza porque siendo el Hijo de Dios eterno sabe que Dios lo ha creado todo y todo se mueve según su voluntad.

Lo que produce el descontento, en la mayoría de las situaciones no son graves trastornos sino pequeñas molestias que no se sabe cómo manejarlas. Estas pequeñeces que  se enfrentan a nuestra voluntad agrian  nuestro carácter haciendo que vivamos  enojados de manera permanente. Este estado es el que produce nuestros trastornos mentales que nos lleva al consumo desorbitado de pastillas para calmar la ansiedad, el cansancio crónico,  el desvelo, el estrés…Insignificancias que se convierten en gigantes que nos aturden.

Nada de lo que nos acontece es casual. Detrás de todos los acontecimientos se encuentra Dios, el Creador de todo lo existente y que hace que todo ocurra según su voluntad. Nada por pequeño que sea se escapa de su control. El Padrenuestro reconoce el señorío del Padre y nos induce a aceptar que se haga su voluntad.

El apóstol Pablo aprendió a contentarse en cualquiera que fuese la circunstancia que le tocase vivir porque reconocía la autoridad suprema de Dios. En vez de rebelarse contra la voluntad del eterno Dios la acataba humildemente y no luchaba contra ella.

Recordemos: La casualidad no existe. Todo lo que ocurre tiene un motivo de ser. Nuestros pensamientos que están muy por debajo de los pensamientos de Dios no entienden por qué ocurren las cosas.. Sometámonos a la voluntad de Dios tal como enseña el Padrenuestro y la paz de Dios que sobrepasa el conocimiento humano nos librará de la esclavitud de las pastillas que en vez de curar agravan el malestar emocional.


 

JEREMIAS 8:9

“Los sabios se avergonzaron, se espantaron y fueron consternados, he aquí que aborrecieron la palabra del Señor, ¿y qué sabiduría tienen?”

Los dirigentes de Judá decían. “Nosotros somos sabios, y la Ley del Señor está con nosotros” (v.8). Los dirigentes de Judá eran muy presuntuosos. Quien decide si alguien es sabio o no es el Señor que es la plomada que calibra si el muro sube vertical o no. Los dirigentes de Judá presumían de ser sabios pero el Señor  descubre su presunción: “Por tanto daré a otros a sus mujeres, y sus campos a quienes los conquistan, porque desde el más pequeño hasta el más grande cada uno sigue a la avaricia, desde el profeta hasta el sacerdote todos hacen engaño. Y curaron la herida de la hija de mi pueblo con liviandad diciendo: Paz, paz, y no hay paz” (vv. 10, 11).

La palabra del Señor no ha perdido vigencia. Hoy,  cuando los políticos se comportan como ciegos guiando a otros ciegos, deambulan sin saber a dónde van. Como dicc la Biblia ambos caen en el hoyo. Los vemos a todos golpeando al aire tropezando aquí y acullá. ¡Cuán certera es la visión del profeta Isaías: “Pero los impíos son como el mar en tempestad, que no puede estarse quieto, y sus aguas arrojan cieno y lodo. No hay paz, dijo mi Dios, para los impíos” (Isaías 57: 20, 21). Siembran vientos y recogen tempestades. Le damos la espalda a Dios y recibimos las consecuencias. No queremos saber nada de su Ley que ha sido dada para nuestro bien. Darle la espalda a Dios hace que recibamos su reprobación. Nos acercamos peligrosamente al despeñadero. La catástrofe está cercana. Los acontecimientos la anuncian. Desciframos las señales del tiempo que anuncian lluvia o viento y sin embargo ignoramos las que anuncian nuestra inminente destrucción.

El anuncio del profeta Oseas es de rabiosa actualidad: “Habéis arado impiedad, y segasteis iniquidad, y comeréis fruto de mentira, porque confiaste en tu camino y en la multitud de tus valientes” (19: 13).

La ceguera nos impide darnos cuenta de que nos dirigimos directamente hacia la destrucción, como nación y como individuos. Le podemos pedir a Jesús que nos devuelva la vista. Recuperada la visión daremos media vuelta y nos alejaremos del precipicio en que estábamos a punto de precipitarnos.

 

 

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