FILIPENSES 4: 11
“Pues he aprendido a contentarme, cualquiera
que sea mi situación”
Una de
las causas del incremento de trastornos mentales que se han producido debido al
Covid-19 se debe a que las personas no han aprendido a contentarse, sea cual
sea el efecto. El descontentamiento tiene su razón de ser. La solución nos la
propone el Padrenuestro, esta oración bien conocida por muchos, pero ignoran su
significado porque se les ha enseñado a
recitarla como una mantra.
el
Padrenuestro enseña el contentamiento cuando di ce: “Padre nuestro que estás en los cielos…Hágase tu voluntad como en el
cielo, así también en la tierra” (Mateo 6: 9,10). Jesús el Maestro excelso que
enseña como quien tiene autoridad y no como los doctores de la Madre Iglesia de
todas las épocas. (Mateo 7: 29), puede impartir esta enseñanza porque siendo el
Hijo de Dios eterno sabe que Dios lo ha creado todo y todo se mueve según su
voluntad.
Lo que
produce el descontento, en la mayoría de las situaciones no son graves
trastornos sino pequeñas molestias que no se sabe cómo manejarlas. Estas
pequeñeces que se enfrentan a nuestra
voluntad agrian nuestro carácter
haciendo que vivamos enojados de manera
permanente. Este estado es el que produce nuestros trastornos mentales que nos
lleva al consumo desorbitado de pastillas para calmar la ansiedad, el cansancio
crónico, el desvelo, el
estrés…Insignificancias que se convierten en gigantes que nos aturden.
Nada de
lo que nos acontece es casual. Detrás de todos los acontecimientos se encuentra
Dios, el Creador de todo lo existente y que hace que todo ocurra según su
voluntad. Nada por pequeño que sea se escapa de su control. El Padrenuestro
reconoce el señorío del Padre y nos induce a aceptar que se haga su voluntad.
El
apóstol Pablo aprendió a contentarse en cualquiera que fuese la circunstancia
que le tocase vivir porque reconocía la autoridad suprema de Dios. En vez de
rebelarse contra la voluntad del eterno Dios la acataba humildemente y no
luchaba contra ella.
Recordemos:
La casualidad no existe. Todo lo que ocurre tiene un motivo de ser. Nuestros
pensamientos que están muy por debajo de los pensamientos de Dios no entienden
por qué ocurren las cosas.. Sometámonos a la voluntad de Dios tal como enseña
el Padrenuestro y la paz de Dios que sobrepasa el conocimiento humano nos
librará de la esclavitud de las pastillas que en vez de curar agravan el
malestar emocional.
JEREMIAS 8:9
“Los sabios se avergonzaron, se espantaron y
fueron consternados, he aquí que aborrecieron la palabra del Señor, ¿y qué
sabiduría tienen?”
Los
dirigentes de Judá decían. “Nosotros
somos sabios, y la Ley del Señor está
con nosotros” (v.8). Los dirigentes de Judá eran muy presuntuosos. Quien
decide si alguien es sabio o no es el Señor que es la plomada que calibra si el
muro sube vertical o no. Los dirigentes de Judá presumían de ser sabios pero el
Señor descubre su presunción: “Por tanto daré a otros a sus mujeres, y sus
campos a quienes los conquistan, porque desde el más pequeño hasta el más
grande cada uno sigue a la avaricia, desde el profeta hasta el sacerdote todos
hacen engaño. Y curaron la herida de la hija de mi pueblo con liviandad
diciendo: Paz, paz, y no hay paz” (vv. 10, 11).
La
palabra del Señor no ha perdido vigencia. Hoy,
cuando los políticos se comportan como ciegos guiando a otros ciegos,
deambulan sin saber a dónde van. Como dicc la Biblia ambos caen en el hoyo. Los
vemos a todos golpeando al aire tropezando aquí y acullá. ¡Cuán certera es la
visión del profeta Isaías: “Pero los
impíos son como el mar en tempestad, que no puede estarse quieto, y sus aguas
arrojan cieno y lodo. No hay paz, dijo mi Dios, para los impíos” (Isaías
57: 20, 21). Siembran vientos y recogen tempestades. Le damos la espalda a Dios
y recibimos las consecuencias. No queremos saber nada de su Ley que ha sido
dada para nuestro bien. Darle la espalda a Dios hace que recibamos su
reprobación. Nos acercamos peligrosamente al despeñadero. La catástrofe está
cercana. Los acontecimientos la anuncian. Desciframos las señales del tiempo
que anuncian lluvia o viento y sin embargo ignoramos las que anuncian nuestra
inminente destrucción.
El
anuncio del profeta Oseas es de rabiosa actualidad: “Habéis arado impiedad, y segasteis iniquidad, y comeréis fruto de
mentira, porque confiaste en tu camino y en la multitud de tus valientes” (19:
13).
La
ceguera nos impide darnos cuenta de que nos dirigimos directamente hacia la
destrucción, como nación y como individuos. Le podemos pedir a Jesús que nos
devuelva la vista. Recuperada la visión daremos media vuelta y nos alejaremos
del precipicio en que estábamos a punto de precipitarnos.