1 SAMUEL 30: 6
“Mas David se fortaleció en el Señor su Dios”
Pongámonos
en la piel de David. David y sus hombres son despedidos de la concentración de
los ejércitos filisteos porque los
principales de los filisteos desconfían
de ellos, no sea que durante el combate que se avecina contra Saúl se volvieran
contra nosotros: “No sea que en la
batalla se nos vuelva enemigo, porque, ¿con qué cosa volvería mejor la gracia
de su señor que con las cabezas de estos hombres? ¿No es este David, de quien
cantaban en las danzas, diciendo: Saúl hirió a sus miles, y David a sus diez
miles?” (1 Samuel 29: 4,5).
Al
amanecer David y sus hombres abandonaron el
campo filisteo para regresar a Siclag, el lugar que Aquis, el príncipe
filisteo a quien David servía desde que abandonó la tierra de Israel para huir
de la persecución, de Saúl, le había señalado como lugar de residencia. Al
llegar a su destino descubrieron que los amalecitas habían asaltado e incendiado el pueblo “y se habían llevado cautivas a
las mujeres y a todos los que estaban allí, desde el menor hasta el
mayor, pero a nadie habían dado muerte, sino se los habían llevado al seguir su
camino” (1 Samuel 30: 2).
Los
hombres de David reaccionaron así ante la catástrofe que contemplaron sus ojos:
“Y David se angustió mucho, porque el
pueblo hablaba de apedrearlo, pues todo el pueblo estaba en amargura de alma,
cada uno por sus hijos y por sus hijas” (v.6). ¿Cómo reacciona la gente
ante situaciones catastróficas? Las imágenes televisivas que dicen más que mil palabras nos muestran
el desespero que manifiestan las personas que sufren las consecuencias de
inundaciones, incendios, guerras, accidentes, robos…Manifiestan desespero al
sentirse abandonadas. Las imágenes hablan por sí solas. Los hombres de David
ofuscados por el desespero y perdida la capacidad de raciocinio, en su enajenación
piensan apedrear a su caudillo al responsabilizarle de lo ocurrido. Pero David,
hombre de fe firme, que sabía en quien había creído, en vez de dejarse llevar
por la ira y cometer alguna locura de la que después tendría que arrepentirse, “se fortaleció en el Señor su Dios”.
David por medio del sacerdote Abiatar consultó al Señor, diciendo: “¿Perseguiré a estos merodeadores? ¿Los
podré alcanzar? Y él le dijo: Síguelos, porque ciertamente los podrás alcanzar,
y de cierto librarás a los cautivos” (v. 8). En cada situación difícil, en
vez de dejarnos guiar por los sentimientos carnales, consultemos al Señor
pidiéndole dirección y fortaleza para afrontar la situación y dejar en sus
manos la solución del problema. La precipitación no es buena consejera.
2 SAMUEL 12: 14
“Mas con este asunto hiciste blasfemar a los
enemigos del Señor, el hijo que te ha nacido ciertamente morirá“
El
adulterio que David cometió con Betsabé la esposa de Urias heteo y el asesinato
del esposo ultrajado en manos de los hijos de Amón, mereció el reproche del
Señor por medio del profeta Natán: “¿Por
qué, pues, tuviste en poco la palabra del Señor, haciendo lo malo delante de
sus ojos?… Por lo cual ahora no se apartará jamás de tu casa la espada, por
cuanto me menospreciaste, y tomaste la mujer de Urias heteo para que fuese tu
mujer” (vv. 9,10).
El
pecado de David no fue un delito insignificante. En nuestros días al adultero y
al asesinato se les encuentran justificaciones. El texto, pero, expone la
trascendencia del pecado cometido por David: “Mas por cuanto con este asunto hiciste blasfemar a los enemigos del
Señor, el hijo que te ha nacido ciertamente morirá” (v. 14). El pecado por
muy en secreto que se cometa no pasa
desapercibido a los ojos del Señor. Más pronto o más tarde siempre sale a la
luz pública. El salmo 51 escrito por David es penitencial. Describe el dolor
que llena el alma del rey cuando por medio el profeta Natán le hace ver el
pecado cometido. El perdón de Dios por medio de la sangre que su Hijo Jesús
vertió en la cruz del Gólgota que limpia todos los pecados, no exime de la
responsabilidad y las consecuencias.
Cuando
los cristianos pecan y los pecados son públicamente conocidos hace que los
enemigos del Señor blasfemen su Nombre. ¡Cuán necesario es que los hermanos en
Cristo nos comportemos los unos con los otros con la valentía con que el
profeta Natán lo hizo al señalar el
pecado del rey.
A pesar
que los cristianos estemos rodeados de personas ateas e incrédulas a quienes el Nombre del Señor les importa un
bledo, exigen que los cristianos se comporten santamente. Pasan por alto las
corrupciones que cometen entre ellos. La cosa cambia cuando pecan los
cristianos: sí, sí, ¡si eres como uno de nosotros1 ¿Cómo puedes hablarnos de
Dios si tú te comportas de manera tan indigna? Con nuestro comportamiento no
santo hacemos que quienes nos observan blasfeman el Nombre de Dios.
A pesar
que en Cristo somos redimidos en Cristo y convertidos en nuevas criaturas, el
viejo hombre sigue vivo y necesita ser mantenido en sujeción para que no haga
de las suyas. Cuando en la iglesia se celebra la Cena del Señor (11 Corintios
11: 23-32), el texto nos enseña la
manera como deben celebrarla los participantes. No debe hacerse de manera
rutinaria. Debe hacerse con un sincero examen de conciencia, reconociendo la
condición pecadores, confesando, si
somos conscientes de ello, los pecados cometidos: “Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del
Señor, juicio come y bebe para sí” (v.29).
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