divendres, 3 de setembre del 2021

 

1 SAMUEL 30: 6

“Mas David se fortaleció en el Señor su Dios”

Pongámonos en la piel de David. David y sus hombres son despedidos de la concentración de los ejércitos filisteos  porque los principales de los filisteos  desconfían de ellos, no sea que durante el combate que se avecina contra Saúl se volvieran contra nosotros: “No sea que en la batalla se nos vuelva enemigo, porque, ¿con qué cosa volvería mejor la gracia de su señor que con las cabezas de estos hombres? ¿No es este David, de quien cantaban en las danzas, diciendo: Saúl hirió a sus miles, y David a sus diez miles?”  (1 Samuel 29: 4,5).

Al amanecer David y sus hombres abandonaron el  campo filisteo para regresar a Siclag, el lugar que Aquis, el príncipe filisteo a quien David servía desde que abandonó la tierra de Israel para huir de la persecución, de Saúl, le había señalado como lugar de residencia. Al llegar a su destino descubrieron que los amalecitas habían asaltado e  incendiado el pueblo “y se habían llevado cautivas a  las mujeres y a todos los que estaban allí, desde el menor hasta el mayor, pero a nadie habían dado muerte, sino se los habían llevado al seguir su camino” (1 Samuel 30: 2).

Los hombres de David reaccionaron así ante la catástrofe que contemplaron sus ojos: “Y David se angustió mucho, porque el pueblo hablaba de apedrearlo, pues todo el pueblo estaba en amargura de alma, cada uno por sus hijos y por sus hijas” (v.6). ¿Cómo reacciona la gente ante situaciones catastróficas? Las imágenes televisivas  que dicen más que mil palabras nos muestran el desespero que manifiestan las personas que sufren las consecuencias de inundaciones, incendios, guerras, accidentes, robos…Manifiestan desespero al sentirse abandonadas. Las imágenes hablan por sí solas. Los hombres de David ofuscados por el desespero y perdida la capacidad de raciocinio, en su enajenación piensan apedrear a su caudillo al responsabilizarle de lo ocurrido. Pero David, hombre de fe firme, que sabía en quien había creído, en vez de dejarse llevar por la ira y cometer alguna locura de la que después tendría que arrepentirse, “se fortaleció en el Señor su Dios”. David por medio del sacerdote Abiatar consultó al Señor, diciendo: “¿Perseguiré a estos merodeadores? ¿Los podré alcanzar? Y él le dijo: Síguelos, porque ciertamente los podrás alcanzar, y de cierto librarás a los cautivos” (v. 8). En cada situación difícil, en vez de dejarnos guiar por los sentimientos carnales, consultemos al Señor pidiéndole dirección y fortaleza para afrontar la situación y dejar en sus manos la solución del problema. La precipitación no es buena consejera.


 

2 SAMUEL 12: 14

“Mas con este asunto hiciste blasfemar a los enemigos del Señor, el hijo que te ha nacido ciertamente morirá“

El adulterio que David cometió con Betsabé la esposa de Urias heteo y el asesinato del esposo ultrajado en manos de los hijos de Amón, mereció el reproche del Señor por medio del profeta Natán: “¿Por qué, pues, tuviste en poco la palabra del Señor, haciendo lo malo delante de sus ojos?… Por lo cual ahora no se apartará jamás de tu casa la espada, por cuanto me menospreciaste, y tomaste la mujer de Urias heteo para que fuese tu mujer” (vv. 9,10).

El pecado de David no fue un delito insignificante. En nuestros días al adultero y al asesinato se les encuentran justificaciones. El texto, pero, expone la trascendencia del pecado cometido por David: “Mas por cuanto con este asunto hiciste blasfemar a los enemigos del Señor, el hijo que te ha nacido ciertamente morirá” (v. 14). El pecado por muy en secreto que se cometa  no pasa desapercibido a los ojos del Señor. Más pronto o más tarde siempre sale a la luz pública. El salmo 51 escrito por David es penitencial. Describe el dolor que llena el alma del rey cuando por medio el profeta Natán le hace ver el pecado cometido. El perdón de Dios por medio de la sangre que su Hijo Jesús vertió en la cruz del Gólgota que limpia todos los pecados, no exime de la responsabilidad y las consecuencias.

Cuando los cristianos pecan y los pecados son públicamente conocidos hace que los enemigos del Señor blasfemen su Nombre. ¡Cuán necesario es que los hermanos en Cristo nos comportemos los unos con los otros con la valentía con que el profeta Natán  lo hizo al señalar el pecado del rey.

A pesar que los cristianos estemos rodeados de personas ateas e incrédulas  a quienes el Nombre del Señor les importa un bledo, exigen que los cristianos se comporten santamente. Pasan por alto las corrupciones que cometen entre ellos. La cosa cambia cuando pecan los cristianos: sí, sí, ¡si eres como uno de nosotros1 ¿Cómo puedes hablarnos de Dios si tú te comportas de manera tan indigna? Con nuestro comportamiento no santo hacemos que quienes nos observan blasfeman el Nombre de Dios.

A pesar que en Cristo somos redimidos en Cristo y convertidos en nuevas criaturas, el viejo hombre sigue vivo y necesita ser mantenido en sujeción para que no haga de las suyas. Cuando en la iglesia se celebra la Cena del Señor (11 Corintios 11: 23-32),  el texto nos enseña la manera como deben celebrarla los participantes. No debe hacerse de manera rutinaria. Debe hacerse con un sincero examen de conciencia, reconociendo la condición  pecadores, confesando, si somos conscientes de ello, los pecados cometidos: “Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí” (v.29).

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