JEREMÍAS 8: 15
“Esperamos paz, y no hubo bien, día de
curación, y he aquí turbación”
“Los sabios se avergonzaron, se espantaron y
fueron consternados, he aquí que aborrecieron la palaba del Señor, ¿y qué
sabiduría tienen?”
(v. 9). Si la Palabra de Dios no está presente en la vida privada, en la
pública y social todo es confusión. Los sabios, que son quienes tienen que
proporcionar dirección, sus oráculos no aciertan ni uno. Hoy se ha puesto de moda la palabra influencer,
personas que se han convertido en dioses a los que se consulta para salir del
laberinto en el que nos hemos metido. Pero, sin Dios no hay lumbrera en el
camino que no guie a abandonar el laberinto. Todos quienes se convierten en influencers,
todos sin excepción engañan. Como dice el profeta: “Y curaron la herida de mi pueblo con liviandad diciendo: Paz, paz, y
no hay paz” (v. 11). Los influencers que
asesoran a los políticos no se dan cuenta que los consejos que dan no ayudan a
salir del laberinto en que nos encontramos. Su consejería conduce al fracaso.
Se comportan como el borracho que cuando despierta de su borrachera dice: “Me hirieron, mas no me dolió, me azotaron,
mas no lo sentí, cuando despierte, aun lo volveré a buscar” (Proverbios 23: 35). Siempre
aprendiendo sin llegar a aprender de sus fracasos. Persisten en utilizar la
mentira como instrumento para seguir conservando el cargo que les produce
pingües ganancias.
“¿Se han arrepentido de haber hecho
abominación? Ciertamente no se han avergonzado en lo más mínimo, ni supieron
avergonzarse, caerán por tanto, entre los que caigan, cuando los castigue,
caerán, dice el Señor” (v. 12).
“Esperamos paz, y no hubo bien, día de
curación, y he aquí turbación” (v.15). El lenguaje de los políticos siempre es esperanzador. Cuando
se refieren a la marcha de las negociaciones, sea para formar gobierno o por
algún otro asunto de Estado, siempre ponen demoras. Las conversaciones son
duras. Estamos a punto de cerrar un acuerdo que será beneficioso. Si es que
llegan a un acuerdo, al poco tiempo lo que tenía que ser un bien para todos se
desmorona como un castillo de naipes. Así una y otra vez. Mientras tanto, los
consejos de los influencers llevan el
mundo de mal a peor. Nos comportamos como el ciego que guía a otro ciego. Ambos
caen en el hoyo. Sin Dios las cosas no pueden ir bien. De tropiezo en tropiezo,
una y otra vez. Se repite hasta la saciedad: Paz, paz, pero la paz no llega.
Todo lo contrario. Inesperadamente llega el conflicto. Como no aprenden la
lección, cargan la roca para llevarla a la cúspide de la montaña. Cundo llegan
a la cima, la roca se precipita cuesta abajo. Para volver a repetir la dura
escalada indefinidamente.
Lo dejó
bien claro el profeta: “No hay paz para
los impíos”
SALMO 64: 6
“Traman iniquidades: Han planeado un complot
bien diseñado. Porque el interior del hombre, y el corazón es insondable”
El
traductor titula el salmo: “plegaria
pidiendo protección contra enemigos ocultos”. El título nos avisa de lo que
se va a encontrar en la lectura del salmo. Con la actual pandemia azotando a
las personas da la sensación de que quien escribió el título del salmo lo
hubiese hecho pensando en nosotros: “Plegaria
pidiendo protección contra enemigos ocultos. Nuestros enemigos que a veces
son irreales nos los imaginamos desmesuradamente terribles. Agigantados como
molinos de viento. Las situaciones amenazadoras reales que se nos presentan, si
no sabemos dónde encontrar protección, repercuten en la salud mental.
El
secreto para afrontar a los enemigos reales que nos acechan, sean laborales,
familiares, económicos o de cualquier
otra índole si no se sabe cómo afrontarlos son funestos para la salud mental.
El consumo de ansiolíticos y otros
medicamentos similares pone de manifiesto nuestra fragilidad. Inestabilidad
que se ha puesto de manifiesto y reconocido por los sanitarios con la presencia
del Covid-19. Nos sentimos solos ante el
peligro. Los políticos no saben cómo hacerle frente. La sanidad se encuentra
desconcentrada. Es tal la enormidad del peligro al que nos enfrontamos que nos
sentimos impotentes. No sabemos a dónde acudir en busca de la protección
necesaria. La indefensión se debe a una sola causa: hemos abandonado a Dios.
Tal vez con las vacunas se podrá frenar la expansión de la epidemia y disminuya
la mortalidad. Pero surgirán nuevos enemigos que sembrarán miedo y pondrán de
manifiesto la impotencia ante ellos. El enemigo número uno que más esfuerzos se
hacen para combatirlo y vencerlo es la muerte. La muerte es la sentencia
dictada por Dios por nuestro pecado: “Porque
la paga del pecado es la muerte” (Romanos 6: 23). El texto no termina con
la muerte. Sigue diciendo: “Mas el regalo
de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro”. A pesar de que
Cristo ha vencido la muerte y destruido su aguijón que es el pecado, las
enfermedades que nos acechan nos recuerdan que el enemigo vencido no está
muerto, sigue pataleando poniendo de manifiesto nuestra fragilidad. Ante la
evidencia de nuestra debilidad e impotencia ante la existencia de nuestro mayor
enemigo, el salmista nos enseña dónde podemos encontrar protección: “Escucha, oh Dios, la voz de mi queja,
guarda mi vida del temor del enemigo” (v.1). “Mi
alma está apegada a ti, tu diestra me ha sostenido” (Salmo
63: 8).
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