CONSUELO EN LA MUERTE
<b>”Cuanto más
profunda sea la comprensión de la vida, menos duele la destrucción causada por
la muerte” (Leon Tolstoi)</b>
<b>Pilar
Rahola</b> escribe un artículo titulado <i>Un hijo</i> que
considera que es “una carta de amor al
amigo Jani y a toda su familia. Su hijo Miquel ha muerto de súbito, lejos de su
casa, engullido por la siniestra ruleta del azar”. Sin encontrar las palabras
adecuadas para el consuelo de su amigo Jani, la periodista concluye su escrito
que expresa su estima por el amigo que ha perdido el hijo, con estas palabras:
“Derrotada la vida ante el absurdo impiadoso del destino. Y entonces cuáles son
las palabras que podemos pronunciar, ¿dónde están los diccionarios que se
necesitan, cuál es el lenguaje que puede mitigar el dolor? No lo hay,
derrotadas las palabras cuando las emociones lo resquebrajan todo. Y entonces
no podemos decir nada que sea profundo, excepto hacerle saber al amigo que
estamos, que nos duele su dolor, y no sé cómo decírselo.
Querido Jani, estoy aquí,
estamos aquí, somos legión los que te aman y te admiran, ser humano forjado en
la pasta de la buena gente. ¿Sabes qué? He pensado alguna reflexión luminosa para finalizar bien el artículo, alguna
idea bonita…He buscado algún poema delicado de los grandes poetas…He pensado en
un final dulce, y en la palabra mágica que todo lo culmina…Y nada me ha
servido. Derrotada y desnuda, sólo me veo capaz de abrazarte, y, amigo, nunca
un abrazo habrá dicho tanto”.
El artículo que
<b>Pilar Rahola</b> escribe recordando el dolor que siente su amigo
por la pérdida del hijo refleja el sentimiento generalizado de impotencia ante
la muerte de un ser querido. La incredulidad y el ateísmo que no aceptan la
existencia “del Dios y Padre de nuestro
Señor Jesucristo, el Padre misericordioso y Dios de toda consolación, que nos
consuela en toda nuestra aflicción” (2 Corintios 1: 3), no pueden recibir el
consuelo que les pueden ofrecer los cristianos que han recibido el consuelo en el
sufrimiento para que “puedan consolar a los que se encuentran en cualquier
aflicción con del consuelo que nosotros mismos somos consolaos por Dios” (v.
4).
Se puede creer en un dios
brumoso como el “desconocido” de los atenienses. A este dios desconocido se le
puede dar el nombre que se quiera. En nuestro contexto católico, con la
multitud de nombres que registra el santoral y de las incontables vírgenes, si
no es en el Padre de nuestro Señor Jesucristo que es el canal por el que la
misericordia y consolación llega al hombre, no se encuentran palabras que
sirvan para aliviar el dolor que produce la muerte de un ser querido.
Los cristianos pueden
intentar consolar a familiares y amigos que sufren, pero si no creen en Jesús,
son intentos fallidos. Si no creen en el “Padre de nuestro Señor Jesucristo, el
Padre misericordioso y Dios de toda consolación”, ¿qué se les puede ofrecer?
Buenas palabras, un abrazo y nada más. Sí se puede hacer algo positivo para
consolar a los que sufren: Obedecer la última voluntad de Jesús: “Por tanto,
id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el Nombre del
Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, enseñándoles que guarden todas las
cosa que os he mandado, y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta
el fin del mundo. Amén” (Mateo 28: 19,20). A muchos, el Evangelio de Dios misericordioso les entra
por una oreja y les sale por la otra. Con este rechazo no van a encontrar
consuelo en la hora la aflicción. Si no
se deshacen de los prejuicios contra Jesús y creen el Él que es el camino que
conduce al Padre misericordioso y
consolador que con su presencia suaviza el dolor que causa la muerte de un ser
querido, solamente le podemos ofrecer a quien sufre por la muerte de un ser
amado el consuelo convencional y un abrazo que no sirven de consuelo.
Octavi Pereña i Cortina
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