dissabte, 15 de maig del 2021

 

SALMO 15: 1…3

“Señor, ¿quién habitará en tu tabernáculo? ¡Quién morará en tu monte santo?…El que no calumnia con su lengua, ni hace mal a su prójimo, ni admite reproche alguno contra su vecino”

El tabernáculo era la tienda en la que simbólicamente moraba Dios entre su pueblo durante la larga travesía por el desierto. El santo monte fue el lugar en donde Salomón construyó el templo en donde moraba la gloria de Dios.  Habitar en el tabernáculo así como morar en el monte santo significaba estar en la presencia de Dios. ¿Quiénes son las personas que se encuentran en la presencia de Dios? Lo son las que por la fe en Jesús se han convertido en templos del Espíritu. Cuando el velo que separaba el lugar santo del santísimo en el que únicamente el sumo sacerdote una vez al año entraba previo el sacrificio de un cordero. Tras el derramamiento de la sangre que significaba  la que Jesús derramó en la cruz, el sumo sacerdote podía entrar en el interior del lugar santísimo. Con la muerte de Jesús se rasgó el velo que separaba el lugar santo del santísimo permitiendo que todos los verdaderos creyente puedan presentarse ante Dios. Con ello ha dejado de ser un privilegio para un escaso número de personas para convertirse en un derecho que tienen todos los verdaderos cristianos.

Cuando el salmista escribe quiénes habitarán en el tabernáculo y morarán en el monte santo, se refiere a los “que no calumnian con su lengua, ni hacen mal a su prójimo, ni admiten reproche alguno contra su vecino”. No está diciendo que quienes cumplen con este requisito se ganan el derecho de estar en la presencia d Dios. Nos está diciendo que quienes gozan de la presencia de Dios aman a su prójimo como a sí mismos. Realizan las buenas obras que Dios ha preparado de antemano para que anden en ellas.

Cuando el salmista nos recuerda que podemos hacer un mal uso de la lengua para perjudicar al prójimo nos está diciendo que “la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego!” Con nuestro lenguaje mordaz deshonramos a Dios y causamos grandes daños a nuestro prójimo. La sangre de Jesús nos limpia todos nuestros pecados, pero en nuestro caminar diario ensuciamos de pecado nuestros pies. Estos pecados que después de nuestra conversión se nos adhieren, son los que cuando somos conscientes de haberlos cometido tenemos que pedirle a Dios que nos los perdone. Si se pierde el hábito de pedir diariamente el perdón de nuestros pecados el corazón se insensibiliza, se ennegrece hasta el punto que perdemos conciencia de nuestra maldad.

Con nuestro lenguaje mordaz deshonramos a Dios y hacemos mucho daño al prójimo. Tenemos que pedirle a Dios que limpie nuestros corazones de los muchos pensamientos pecaminosos que se formen en ellos y que se convierten en palabras que hieren a nuestro prójimo. Nuestros labios no debemos ponerlos al servicio de Satanás para hacer el mal, sino a disposición del Señor para hacer bien a todas las personas, incluso aquellas que no nos gusten. Glorifiquemos a Dios con nuestros labios para no ser motivo de que algunos blasfemen el Nombre de Dios debido a nuestro necio hablar.


 

SALMO 64: 6

“Traman iniquidades. Han planeado un complot bien diseñado. Porque el interior del hombre, y el corazón es insondable”

David se encuentra rodeado de enemigos que intentan perjudicarle. ¿De dónde le vendrá el socorro que necesita? Cuando nos encontramos en aflicción, ¿a dónde vamos en busca de ayuda? David era un militar y describe a sus enemigos con  el lenguaje de un soldado: “Conspiración de los que hacen iniquidad”. ”Afilan como espada su lengua”. “Acechar a escondidas”. Creo que no tenemos que entender el salmo en el sentido de que luchamos contra enemigos de carne y huesos, sino como enemigos espirituales. Nuestro enemigo más temible es la muerte y, a la muerte solamente se la puede vencer por medio de nuestro Señor Jesucristo (1 Corintios 15: 55-57). La victoria definitiva sobre la muerte no será efectiva hasta el final del tiempo con la venida gloriosa de nuestro Señor Jesucristo. En tanto este día no llegue nos vemos obligados a pelear contra ella.

En tanto no llegue el día de la resurrección  y estemos en este mundo, la muerte nos hará ver que está viva con los múltiples achaques que nos ocasiona. La enfermedad en sus diversas variantes lo confirma. La paga del pecado es la muerte y tenemos que enfrentarnos a ella fortalecidos por la fe en Jesús.

El salmista nos da ejemplo de fe viva cuando escribe: “Escucha, oh Dios, la voz de mi queja, guarda mi vida del temor del enemigo” (v. 1). Aun cuando el creyente se fortalece en el Señor, la fragilidad de su humanidad se pone de manifiesto ante los achaques que presagian la muerte. Reconociendo su fragilidad el creyente en Cristo pide que “guarde su vida del temor del enemigo” .Se es fuerte y a la vez débil. El Señor es el castillo en el que el sufriente encuentra la protección que necesita.

Si nos detenemos ante el escaparate de la existencia humana nos daremos cuenta de cómo los incrédulos afrontan la muerte. Sus rostros reflejan el miedo que les produce la enfermedad que avisa que la muerte acecha en la vuelta de la esquina. Se rebelan acusándola de injusta. Yo no merezco lo que me ocurre. ¿Por qué a mí que soy una buena persona. Se intenta luchar contra la muerte con armas carnales que no pueden acabar con ella.

Jesús es el médico del alma que nos invita que vayamos a Él para darnos el descanso que el alma necesita. La presencia del Señor en el creyente le fortalece en la enfermedad y ante la muerte porque sabe que cuando el aliento cese, le espera Jesús con los brazos extendidos para darle la bienvenido en el reino celestial en donde no existirá ningún vestigio de lágrimas porque el dolor terrenal habrá desaparecido.

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