GENESIS, 4: 5
“Entonces el Señor dijo a Caín: ¿Por qué te
has enfurecido, y por qué ha decaído tu semblante?”
El
relato de Caín y Abel nos recuerda la parábola del fariseo y del cobrador de
impuestos subiendo ambos al templo a orar. A pesar de que el texto no nos dice
nada al respecto, da la impresión de que Dios les había dicho a Adán y Eva cómo
tenían que adorarle. Es probable que se hubiese construido un altar en donde
ofrecer los sacrificios que simbolizaban la muerte de Jesús en la cruz. Caín puede
ser el fariseo y Abel el cobrador de impuestos. Puede ser que fuese sábado el
día en que ambos hermanos fueron a
adorar a Dios. El día en que Dios descansó de su obra creadora es el día que
Dios instituyó para que el hombre lo
dedicase al Creador.
Caín y
Abel acicalados para la ocasión, se presentan al lugar del encuentro con Dios.
Caín ofrece “del fruto de la tierra”.
El texto nos dice que Dios “no miró con
agrado a Caín y a la ofrenda suya” (v. 5), tal vez porque lo hizo con el
espíritu del fariseo: “Dios te doy
gracias porque no soy como los otros hombres”. En cambio Abel “trajo también de los primogénitos de sus
ovejas, de lo más gordo de ellas. Y miró el Señor con agrado a Abel y su
ofrenda” (v.4). Podemos suponer que Abel se presentó ante el Señor con el
espíritu del cobrador de impuestos: “Dios
sé propicio a mí pecador” (Lucas 18: 13), por ello abandonó el lugar el
encuentro con Dios “justificado”.
¿Cómo
reaccionó Caín al ver que su ofrenda no había sido del agrado de Dios? “Y se ensañó Caín en gran manera, y decayó
su semblante” (v.5). La prepotencia no puede soportar que la ofrenda no sea
aceptada. Dios no permanece mudo ante la
insolencia de Caín. De la misma manera que Dios fue al encuentro de Adán y Eva
después de pecar, lo hace con Caín y le dice: “Por qué te has ensañado, y por qué ha decaído tu semblante?” (v.
6). Dios busca que Caín se arrepienta de su pecado y que se le acerque con el
espíritu humilde y arrepentido de su hermano Abel. Pero no quiere escuchar.
Odiar a su hermano es lo mismo que asesinarlo. Dios juzga los pensamientos.
Caín es culpable de asesinato.
Con
rostro sonriente y amistoso Caín invita a su hermano a dar un paseo por el
campo. Cuando están solos y aparentemente nadie los ve: “Caín se levanta contra su hermano Abel y lo mata” (v. 8). Pero
Dios ve lo que el hombre no ve. Sin dejar Dios de tender la mano hacia el
asesino y en busca de reconciliación, le pregunta a Caín: “¿Dónde está Abel tu hermano?” Y él respondió: “No sé. ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?” (v.9). El Señor no
deja de hablarle. Quiere despertarle el reconocimiento de culpa para poder
perdonarle. “¿Qué has hecho? La voz de la
sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra” (v. 10). No hay respuesta.
Caín prosigue su camino llevando cuestas la pesada carga de la sangre de su
hermano. A pesar de los amorosos avisos de Dios al arrepentimiento, Caín
prosigue su camino hacia la condenación eterna.
COLOSENCES 2: 23
“Tales cosas tienen a la verdad cierta
reputación de sabiduría en culto voluntario en humildad y en duro trato del
cuerpo, pero no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne”
El
apóstol Pablo lanza un aviso: “Mirad que
nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las
tradiciones de los hombres, conforme los rudimentos del mundo, y no según
Cristo” (v. 8). Este texto contiene una palabra clave: Tradiciones. No nos dejemos engañar por las tradiciones religiosas
por antiguas que sean si no se han construido sobre la piedra del ángulo, el
cimiento sobre el que se edifica la Iglesia de Dios que es Jesús. Todas las
tradiciones que no se levantan sobre la piedra del ángulo que es Cristo Jesús
son huecas sutilezas, es decir,
carecen de valor para edificar una vida espiritual que dé gloria a Dios.
El
apóstol menciona dos palabras: circuncisión
y bautismo. Ambas describen
acciones iniciáticas para entrar a formar parte de la iglesia judía o de la
cristiana. La circuncisión efectuada por mano de hombre si no iba precedida por
la circuncisión efectuada por el Espíritu Santo
no tiene valor alguno a los ojos de Dios. (v. 11). Los judíos
circuncidados podían ser descendencia de Abraham según la carne, pero no lo
eran según la fe. Podían pertenecer a la iglesia judía pero sus nombres no
estaban inscritos en el Libro de la Vida.
Habiendo
muerto y resucitado Jesús, la circuncisión efectuada por la mano del hombre no
tiene sentido. Los judíos que la practican siguen una tradición que es hueca sutileza. La circuncisión que
practicaban los judíos antes de la muerte y resurrección de Jesús no tenía
valor alguno si no iba precedida por la fe. Tampoco tiene valor el bautismo si
la inmersión no va precedida por la fe en Jesús el Salvador.
Preste
atención el lector en lo que escribe el apóstol Pablo: “Sepultados con Él en el bautismo, en el cual fuisteis también
resucitados con Él, mediante la fe en el poder de Dios que lo levantó de los
muertos. Y vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de
vuestra carne, os dio vida juntamente con Él, perdonándoos todos los pecados” (vv.
12, 13). El bautismo que tiene efecto regenerador cuando el bautizado se
sumerge en el agua bautismal creyendo que Jesús murió por él. Salir del agua
significa que resucita con Cristo. El bautismo significa una unión mística con
Jesús en su muerte y resurrección. Si el bautismo no va acompañado de fe no es
nada más que una hueca sutileza.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada