dilluns, 26 d’abril del 2021

 

GENESIS, 4: 5

“Entonces el Señor dijo a Caín: ¿Por qué te has enfurecido, y por qué ha decaído tu semblante?”

El relato de Caín y Abel nos recuerda la parábola del fariseo y del cobrador de impuestos subiendo ambos al templo a orar. A pesar de que el texto no nos dice nada al respecto, da la impresión de que Dios les había dicho a Adán y Eva cómo tenían que adorarle. Es probable que se hubiese construido un altar en donde ofrecer los sacrificios que simbolizaban la muerte de Jesús en la cruz. Caín puede ser el fariseo y Abel el cobrador de impuestos. Puede ser que fuese sábado el día en que ambos hermanos fueron  a adorar a Dios. El día en que Dios descansó de su obra creadora es el día que Dios  instituyó para que el hombre lo dedicase al Creador.

Caín y Abel acicalados para la ocasión, se presentan al lugar del encuentro con Dios. Caín ofrece “del fruto de la tierra”. El texto nos dice que Dios “no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya” (v. 5), tal vez porque lo hizo con el espíritu del fariseo: “Dios te doy gracias porque no soy como los otros hombres”. En cambio Abel “trajo también de los primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas. Y miró el Señor con agrado a Abel y su ofrenda” (v.4). Podemos suponer que Abel se presentó ante el Señor con el espíritu del cobrador de impuestos: “Dios sé propicio a mí pecador” (Lucas 18: 13), por ello abandonó el lugar el encuentro con Dios “justificado”.

¿Cómo reaccionó Caín al ver que su ofrenda no había sido del agrado de Dios? “Y se ensañó Caín en gran manera, y decayó su semblante” (v.5). La prepotencia no puede soportar que la ofrenda no sea aceptada. Dios no permanece mudo  ante la insolencia de Caín. De la misma manera que Dios fue al encuentro de Adán y Eva después de pecar, lo hace con Caín y le dice: “Por qué te has ensañado, y por qué ha decaído tu semblante?” (v. 6). Dios busca que Caín se arrepienta de su pecado y que se le acerque con el espíritu humilde y arrepentido de su hermano Abel. Pero no quiere escuchar. Odiar a su hermano es lo mismo que asesinarlo. Dios juzga los pensamientos. Caín es culpable de asesinato.

Con rostro sonriente y amistoso Caín invita a su hermano a dar un paseo por el campo. Cuando están solos y aparentemente nadie los ve: “Caín se levanta contra su hermano Abel y lo mata” (v. 8). Pero Dios ve lo que el hombre no ve. Sin dejar Dios de tender la mano hacia el asesino y en busca de reconciliación, le pregunta a Caín: “¿Dónde está Abel tu hermano?” Y él respondió: “No sé. ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?” (v.9). El Señor no deja de hablarle. Quiere despertarle el reconocimiento de culpa para poder perdonarle. “¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra” (v. 10). No hay respuesta. Caín prosigue su camino llevando cuestas la pesada carga de la sangre de su hermano. A pesar de los amorosos avisos de Dios al arrepentimiento, Caín prosigue su camino hacia la condenación eterna.


 

COLOSENCES 2: 23

“Tales cosas tienen a la verdad cierta reputación de sabiduría en culto voluntario en humildad y en duro trato del cuerpo, pero no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne”

El apóstol Pablo lanza un aviso: “Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme los rudimentos del mundo, y no según Cristo” (v. 8). Este texto contiene una palabra clave: Tradiciones. No nos dejemos engañar por las tradiciones religiosas por antiguas que sean si no se han construido sobre la piedra del ángulo, el cimiento sobre el que se edifica la Iglesia de Dios que es Jesús. Todas las tradiciones que no se levantan sobre la piedra del ángulo que es Cristo Jesús son huecas sutilezas, es decir, carecen de valor para edificar una vida espiritual que dé gloria a Dios.

El apóstol menciona dos palabras: circuncisión y bautismo. Ambas describen acciones iniciáticas para entrar a formar parte de la iglesia judía o de la cristiana. La circuncisión efectuada por mano de hombre si no iba precedida por la circuncisión efectuada por el Espíritu Santo  no tiene valor alguno a los ojos de Dios. (v. 11). Los judíos circuncidados podían ser descendencia de Abraham según la carne, pero no lo eran según la fe. Podían pertenecer a la iglesia judía pero sus nombres no estaban inscritos en el Libro de la Vida.

Habiendo muerto y resucitado Jesús, la circuncisión efectuada por la mano del hombre no tiene sentido. Los judíos que la practican siguen una tradición que es hueca sutileza. La circuncisión que practicaban los judíos antes de la muerte y resurrección de Jesús no tenía valor alguno si no iba precedida por la fe. Tampoco tiene valor el bautismo si la inmersión no va precedida por la fe en Jesús el Salvador.

Preste atención el lector en lo que escribe el apóstol Pablo: “Sepultados con Él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con Él, mediante la fe en el poder de Dios que lo levantó de los muertos. Y vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con Él, perdonándoos todos los pecados” (vv. 12, 13). El bautismo que tiene efecto regenerador cuando el bautizado se sumerge en el agua bautismal creyendo que Jesús murió por él. Salir del agua significa que resucita con Cristo. El bautismo significa una unión mística con Jesús en su muerte y resurrección. Si el bautismo no va acompañado de fe no es nada más que una hueca sutileza.

 

 

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