DESIERTO METAFÓRICO
<b>El silencio se
ha convertido en un enemigo que debe vencerse permaneciendo continuamente
conectados a una fuente de sonidos</b>
<b>Joan Planella</b> arzobispo de Tarragona comienza su escrito <i>El móvil y el
desierto</i> con este párrafo: “Oí en cierta ocasión en boca de un
profesor de Esade que la búsqueda de
información antes de la era digital se parecía a un beduino del desierto,
porque costaba mucho encontrarla, y los medios eran escasos, ahora, en cambio,
se parece más a una jungla porque de tanta que tenemos se hace difícil saber
cuál debe escogerse”. El mundanal ruido, metafóricamente la jungla, situación
que nos impide concentrarnos y así saber separar el trigo de la paja para quedarnos con la información verdaderamente
importante. Metafóricamente tenemos que salir de la jungla para adentrarnos en
el desierto, también metafórico, que nos aleja del mundanal ruido, para
rodearnos de silencio tan necesario para poder encontrar la información que es
esencial para encontrar el camino de la vida.
Las lianas trepadoras tan abundantes en la jungla, dificultan el paso. Es
necesario salir de la jungla metafórica en que se ha convertido la sociedad
actual. ¿Por qué? <b>James Williams</b> que fue ingeniero de Google
nos dice el motivo: “La digitalización compulsiva de nuestras opiniones
empobrece el debate público y nuestro cerebro. Juzgue lo que se publicaba en
Twitter y lo que se publica hoy…Lo que leemos y lo que escribimos a golpe de
tuits instantáneos, hoy tiene menos sentido que lo que leíamos y reflexionábamos
antiguamente sobre el papel con más tiempo”. Dirigiéndose a su entrevistador
<b>James Williams</b> le dice: “¿Negará la evidencia?”
El que fuera ingeniero de Google le dice al periodista que el ritmo
frenético digital en que estamos inmersos degrada el cerebro. El reportero no se lo cree y le dice. “¿Y si
resulta que agiliza nuestra mente? El ingeniero le responde. “Para hacer
cualquier cosa que merezca la pena en tu vida se necesita prestar atención y la
digitalización -pantallas ubicuas a
todas horas- nos la roba. No nos deja tiempo para pensar”.
“Para hacer cualquier cosa que merezca la pena en tu vida se necesita
prestar atención”. El vértigo que nos impone la manera de vivir hoy no deja
tiempo para hacerlo. El estilo de vida moderno nos marca un ritmo apresurado que nos hace sacar un
palmo de lengua. El <i>Take away</i> que ofrecen la mayoría de
cafeterías y bares, ilustra el ritmo de vida trepidante de hoy. Urge adentrarse
en el desierto metafórico para dejar atrás también la estremecida jungla metafórica que nos lleva a ninguna
parte.
En momentos puntuales, encontrándonos en situaciones incómodas, nos
preguntamos: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? A estas preguntas que
tienen que ver con nuestra esencia como personas no se les puede dar respuesta
satisfactoria a golpes de Twitter. Tenemos que sentarnos. Tenemos que
desconectar cualquier chisme tecnológico de la comunicación y convertir el
lugar en que nos encontramos en un desierto metafórico en el que el único
sonido que se oiga sean los latidos del corazón.
Ya hace más de dos mil años que Jesús puso de manifiesto la importancia de
abandonar la jungla metafórica para adentrarnos en el desierto de la misma
característica cuando enseñó cómo relacionarse con el Padre celestial. Existe
algo más importante que saber cómo entrar en contacto íntimo con nuestro
Creador y Padre de nuestro Señor Jesucristo y salvador nuestro?
Los religiosos que se encuentran confinados en la jungla metafórica y se
encuentran a gusto en medio del ensordecedor mundanal ruido, lo hacen de la
manera desordenada que denuncia Jesús. “Y cuando ores, no seas como los
hipócritas, porque ellos aman orar en pie” (como lo hace el fariseo de la
parábola), “en las sinagogas, y en las esquinas de las calles, para ser vitos de
los hombres, de cierto os digo que ya tienen su recompensa” (Mateo 6: 5). La
manera de orar farisaica adentra al orante en la espesura de la jungla en donde
en vez de oír los melodiosos sonidos de los pájaros, escucha los ensordecedores
aplausos y alabanza de quienes contemplan tan piadosa (?) devoción. En vez de escuchar el silbo
apacible que le susurra al oído, escucha el clamor ficticio de la multitud que
alaba su teatral piedad.
Quienes deseen en verdad abandonar la jungla metafórica para aislarse en el
silencio del desierto metafórico para encontrarse con el Padre celestial, lo
hacen de la manera que enseña Jesús: “Mas tú, cuando ores, entra en tu
aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto, y tu Padre
que ve en lo secreto te recompensará en público” (Mateo 6: 6). El Padre que es
omnipresente se introduce en la
habitación en la Persona de su Hijo Jesús que le dice: “Al que a mí viene, no
le echo fuera” (Juan 6: 37). Quien busca a Dios en el silencio metafórico del
desierto siempre tiene su recompensa: Sale por la puerta de la habitación con
el corazón rebosando gozo.
Octavi Pereña i Cortina
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