ECLESIASTÉS 6: 12
“Porque ¿quién sabe cuál es el bien del
hombre en la vida, todos los días de su vanidad, los cuales pasa como sombra?”
Porque ¿quién enseñará al hombre que será después de él debajo del sol?”
Transcribo
una leyenda china que ilustra el texto de Eclesiastés que tenemos como base de
esta meditación. Dice así. “Cuando Sai Weng perdió uno de sus caballos, un
vecino le manifestó su tristeza por la pérdida del animal. Sai Weng
tranquilamente le dijo: “¿Quién sabe si no será bueno para mí?
Sorprendentemente el aballo regresó acompañado de otro caballo. Cuando el
vecino se alegró al saber la noticia, Sai Weng dijo: “¿Quién sabe si no será
malo para mí?” Al poco tiempo su hijo se rompió una pierna cayendo del caballo
nuevo que cabalgaba. Esto pareció ser
una desgracia hasta que se presentó el ejército reclutando jóvenes para ir a la
guerra. Debido a la lesión del hijo de Sai Weng fue rechazado de ser reclutado
lo cual pudo evitar que muriera en combate”. ¿Quién sabe que será mañana?
En el día de bien goza del bien, y en el día
de la adversidad considera: Dios hizo tanto el uno como el otro” (7: 14). En las manos del Señor
están la salud y la enfermedad, la vida y la muerte. Nada escapa del control de
Dios, por lo que el destino del hombre no se encuentra en manos de un azar
incierto sino en las manos de un Dios misericordioso que hace que “los que aman a Dios, todas las cosas ayudan
a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados (Romanos 8: 28). Cuando Dios predestinó antes de la
fundación del mundo a quienes tenían que ser su pueblo lo “hizo conforme a su propósito”,
no para dejarlos en manos de un destino incierto que se desconoce a dónde
llevará. Dios escogió a los suyos con el propósito de que la imagen de su Hijo
unigénito se vaya formando en ellos hasta alcanzar la perfección a que nos ha
llamado el Padre celestial. Dios como alfarero moldea el barro que son sus
hijos para conseguir el propósito que tiene para cada uno de ellos.
Los
impíos buscan saber el futuro por medio de médiums, adivinos, cartas astrales,
nigromantes que además de no dárselo a conocer tiene fatales consecuencias para
quienes quieren saber el mañana por medios ilícitos. El final desastroso del
rey Saúl es un ejemplo de que no se puede jugar con el destino.
Jesús
nos enseña a no afanarnos por el mañana “porque
el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal” (Mateo 6:
25- 34). Aceptemos humildemente el afán
de cada día que el Señor disponga para nosotros. Sabe lo que mejor nos
conviene.
JUDAS 24
“Y a aquel que es poderoso para guardaros sin
caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría”
La
doxología, la alabanza a Dios con la que Judas termina su breve epístola debe
tenerse en consideración en unos tiempos en que la sana doctrina no tiene
demasiados adeptos. La superficialidad doctrinal es característica de nuestra
época. Así les van las cosas a las iglesias que se edifican sobre cimientos de
arena por la falta de solidez que le
aporta todo el “consejo de Dios”. ¿Cómo está el lector respecto a su solidez
doctrinal? ¿Tiene dudas respecto a su salvación? Con respecto a sus pecados,
¿tiene la certeza de que todos han sido perdonados? La doxología con la que
Judas termina su corta carta es un buen resumen de todo el “consejo de Dios”.
“Aquel que es poderoso para guardaros sin
caída”. Esta
verdad va dirigida a unas personas que
habiendo sido convertidas en santos por la fe en Jesús siguen siendo pecadores
y por tanto con muchas debilidades. A pesar de ello, Dios “es poderoso para guardaros sin caída”. ¿No es cosa maravillosa
saber con certeza que a pesar de
nuestras debilidades, de nuestros resbalones,
Jesús nos guarda por sus méritos y nos ve como si nunca hubiésemos
cometido pecado?
Si
somos verdaderos cristianos, ¡cuán a menudo no tenemos que confesar: “Señor ten piedad de mí que soy un pecador! Pues
bien, Jesús el Todopoderoso tiene poder de limpiar con su sangre todos nuestros
pecados y así “y presentaros sin mancha
delante de su gloria con gran alegría”. Como dice Apocalipsis: Vestidos con
túnicas de lino blanco porque todos nuestros pecados han sido lavados por la sangre del Cordero de Dios que quita
el pecado del mundo. ¿Está triste Jesús por presentar ante su gloria a unos
pecadores? En absoluto lo hace “con gran alegría”. Ha sido el deseo de
su Padre enviarlo al mundo para salvar a su pueblo de sus pecados y presentarlo
ante sí mismo irreprensibles.
Ahora
que sabemos que el propósito de Dios con nosotros se ha cumplido al pie de la
letra, hagámonos nuestra la segunda parte de la doxología con la que Judas
finaliza su epístola y, con corazones
agradecidos por el inmenso amor de Dios con nosotros, entonemos en nuestros
corazones con alegría: “Y al único y
sabio Dios, nuestro salvador, sea gloria, y majestad, imperio i potencia, ahora
y por todos los siglos. Amén”.
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