JUAN 6: 27
”Trabajad, no por la comida que perece, sino
por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará,
porque a Éste señaló Dios el Padre”
Después
de haber alimentado a cinco mil personas, Jesús prosigue su camino y la multitud
al no encontrarlo fue en su busca. “Y
hallándolo al otro lado del mar, le dijeron: Rabí, ¿cuándo llegaste acá?
Respondió Jesús y les dijo: de cierto de cierto os digo que me buscáis, no
porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os saciasteis”
(v. 26). Después de saciarse los cinco mil se dijeron: “Éste verdaderamente es el profeta que había de venir al mundo”
(v.14). Si Jesús no opinase sobre el interés por Él de la multitud pensaríamos
que era porque le reconocían como el Mesías que esperaban. Pero Jesús nos abre
los ojos cuando nos descubre las verdaderas intenciones de aquella multitud de
“agradecidos”: “Pero entendiendo Jesús
que iban a venir para apoderarse de Él y hacerle rey, volvió a retirarse al
monte Él solo” (v.18). Jesús ve el
interior del hombre y conoce sus intenciones. El capítulo 6 de Juan debería
hacernos reflexionar seriamente.
El
apóstol Pablo escribiendo a la iglesia de los tesalonicenses les dice: “Si alguien no quiere trabajar, tampoco
coma” (2 Tesalonicenses 3: 10). Comerás el pan con el sudor de tu frente le dijo Dios a
Adán. El Señor no fomenta la holgazanería. Antes de que el sudor acompañase al
trabajo, a Adán Dios le había dado el encargo de cuidar el jardín de Edén
(Génesis 2: 15). La multitud que acudió a Jesús para hacerlo rey no lo hizo
para honrarlo como se merecía, sino para satisfacer su holgazanería. Con este
rey no vamos a tener necesidad de trabajar, pensaron. Le seguiremos a donde
quiera que vaya y a la hora de comer nos sentaremos a la sombra de frondosos
árboles y nos saciaremos. Cierto, tenemos que pedirle a Dios por el pan de cada
día. Tenemos que depender de él como lo hacen los gorriones. A diferencia de
ellos, tenemos que ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente.
El
texto que es motivo de reflexión pone ante nuestros ojos dos tipos de comida:
La que perece y la que a vida eterna permanece. La primera siempre acapara
protagonismo. Durante la larga durada del coronavirus todo gira alrededor de la
economía que no otra cosa que el interés por la comida que perece. La segunda,
la comida que a vida eterna permanece, silencio sepulcral. Los hombres no
sienten necesidad de alimentar el alma con el pan de vida que es Jesús.
Un
atisbo de interés por el pan que da vida
parece que se vislumbra en el horizonte. Cuando de profundiza en ello se
descubre que no es otra cosa que religión. Ofrecer a Dios los frutos de la
tierra que ofreció Caín, pero que Dios rechazó: “Y se ensañó Caín en gran manera, y decayó su semblante” (Génesis
4: 5) ¿No es esto lo que se ve en los religiosos que practican la religión de
Caín? No olvide el lector lo que dice Jesús. “Yo soy el pan de vida, el que a mí viene, nunca tendrá hambre, y el
que en Mí cree no tendrá sed jamás” (v. 35).
SALMO 42: 11
“¿Por qué te abates, oh alma mía, y por qué
te turbas dentro de mí? Espera en Dios porque aun he de alabarle, salvación mía
y Dios mío”
La
pandemia del Covid-19 ha disparado las visitas a los especialistas en salud
mental. El miedo aterroriza el alma. La incertidumbre desespera. La soledad
provocada por el confinamiento agrieta el corazón. Una sociedad puede ser muy
religiosa pero que desconoce a Dios. Lo lógico es que en una situación como la
actual no sepa controlar sus temores y
busque ayuda en especialistas en salud mental. No estoy en contra de
sicólogos y siquiatras. Sí creo que muchas personas se lanzan inconscientemente
en los brazos de quienes creen que pueden curarles los trastornos mentales que
provocan los inconvenientes del día a día.
El
salmista a pesar de ser un hombre de Dios no deja de ser una persona como todas
las demás, que tiene que enfrentarse a problemas más o menos serios capaces de
alterar la paz mental. El salmista se pregunta: “¿Por qué te abates, oh alma mía, y por qué te turbas dentro de mí?”. El
salmista reconoce que existe que
existe un problema en el interior de su alma. Habla consigo mismo preguntándose
por qué se siente abatido y decaído. Podría peguntarse: Iré al curandero. Pero
no. Espera en Dios, se dice. Algunos encontrándose en situación adversa
maldicen a Dios y le culpan de sus desgracias. El salmista no pierde la fe en
quien cree y se dice: “Espera en Dios”.
“No te desesperes”. “Porque he de alabarte”. No culpa a Dios de la
adversidad por la que atraviesa. Si Dios la permite, ignoro el motivo. El
apóstol Pablo escribe: “a los que aman a
Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Romanos 8: 28). Yo te amo, Dios mío. Dame fuerzas para que te
siga alabando, “salvación mía y Dios
mío”.
Puede
ser que la causa que produce la turbación del alma no desaparezca al instante,
aguijoneando durante años. El salmista nos dice lo que hizo al encontrase en
una situación angustiosa. David huye de Saúl que le perseguía incansablemente
para matarle. Busca refugio en Aquis rey de Gat los sirvientes del cual le
recuerdan los canticos que entonaban las mujeres cuando David regresaba
triunfante de los combates contra los filisteos. “Hirió Saúl a sus miles, y David a sus diez miles. Y David puso en su
corazón estas palabras, y tuvo gran temor de Aquis rey de Gat” (1 Samuel 21: 11, 12).
Encontrándose
David en una situación verdaderamente angustiosa escribió el salmo 34 para
edificación nuestra, del cual destaco el v. 4. “Busqué al Señor, y Él me oyó, y me libró de todos mis temores”
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