dilluns, 22 de març del 2021

 

JUAN 6: 27

”Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará, porque a Éste señaló Dios el Padre”

Después de haber alimentado a cinco mil personas, Jesús prosigue su camino y la multitud al no encontrarlo fue en su busca. “Y hallándolo al otro lado del mar, le dijeron: Rabí, ¿cuándo llegaste acá? Respondió Jesús y les dijo: de cierto de cierto os digo que me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os saciasteis” (v. 26). Después de saciarse los cinco mil se dijeron: “Éste verdaderamente es el profeta que había de venir al mundo” (v.14). Si Jesús no opinase sobre el interés por Él de la multitud pensaríamos que era porque le reconocían como el Mesías que esperaban. Pero Jesús nos abre los ojos cuando nos descubre las verdaderas intenciones de aquella multitud de “agradecidos”: “Pero entendiendo Jesús que iban a venir para apoderarse de Él y hacerle rey, volvió a retirarse al monte Él solo” (v.18). Jesús  ve el interior del hombre y conoce sus intenciones. El capítulo 6 de Juan debería hacernos reflexionar seriamente.

El apóstol Pablo escribiendo a la iglesia de los tesalonicenses les dice: “Si alguien no quiere trabajar, tampoco coma” (2 Tesalonicenses 3: 10). Comerás el pan  con el sudor de tu frente le dijo Dios a Adán. El Señor no fomenta la holgazanería. Antes de que el sudor acompañase al trabajo, a Adán Dios le había dado el encargo de cuidar el jardín de Edén (Génesis 2: 15). La multitud que acudió a Jesús para hacerlo rey no lo hizo para honrarlo como se merecía, sino para satisfacer su holgazanería. Con este rey no vamos a tener necesidad de trabajar, pensaron. Le seguiremos a donde quiera que vaya y a la hora de comer nos sentaremos a la sombra de frondosos árboles y nos saciaremos. Cierto, tenemos que pedirle a Dios por el pan de cada día. Tenemos que depender de él como lo hacen los gorriones. A diferencia de ellos, tenemos que ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente.

El texto que es motivo de reflexión pone ante nuestros ojos dos tipos de comida: La que perece y la que a vida eterna permanece. La primera siempre acapara protagonismo. Durante la larga durada del coronavirus todo gira alrededor de la economía que no otra cosa que el interés por la comida que perece. La segunda, la comida que a vida eterna permanece, silencio sepulcral. Los hombres no sienten necesidad de alimentar el alma con el pan de vida que es Jesús.

Un atisbo de interés por el pan que da vida  parece que se vislumbra en el horizonte. Cuando de profundiza en ello se descubre que no es otra cosa que religión. Ofrecer a Dios los frutos de la tierra que ofreció Caín, pero que Dios rechazó: “Y se ensañó Caín en gran manera, y decayó su semblante” (Génesis 4: 5) ¿No es esto lo que se ve en los religiosos que practican la religión de Caín? No olvide el lector lo que dice Jesús. “Yo soy el pan de vida, el que a mí viene, nunca tendrá hambre, y el que en Mí cree no tendrá sed jamás” (v. 35).


 

SALMO 42: 11

“¿Por qué te abates, oh alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios porque aun he de alabarle, salvación mía y Dios mío”

La pandemia del Covid-19 ha disparado las visitas a los especialistas en salud mental. El miedo aterroriza el alma. La incertidumbre desespera. La soledad provocada por el confinamiento agrieta el corazón. Una sociedad puede ser muy religiosa pero que desconoce a Dios. Lo lógico es que en una situación como la actual no sepa controlar sus temores y  busque ayuda en especialistas en salud mental. No estoy en contra de sicólogos y siquiatras. Sí creo que muchas personas se lanzan inconscientemente en los brazos de quienes creen que pueden curarles los trastornos mentales que provocan los inconvenientes del día a día.

El salmista a pesar de ser un hombre de Dios no deja de ser una persona como todas las demás, que tiene que enfrentarse a problemas más o menos serios capaces de alterar la paz mental. El salmista se pregunta: “¿Por qué te abates, oh alma mía, y por qué te turbas dentro de mí?”. El salmista reconoce que existe que existe un problema en el interior de su alma. Habla consigo mismo preguntándose por qué se siente abatido y decaído. Podría peguntarse: Iré al curandero. Pero no. Espera en Dios, se dice. Algunos encontrándose en situación adversa maldicen a Dios y le culpan de sus desgracias. El salmista no pierde la fe en quien cree y se dice: “Espera en Dios”. “No te desesperes”. “Porque he de alabarte”. No culpa a Dios de la adversidad por la que atraviesa. Si Dios la permite, ignoro el motivo. El apóstol Pablo escribe: “a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Romanos 8: 28).  Yo te amo, Dios mío. Dame fuerzas para que te siga alabando, “salvación mía y Dios mío”.

Puede ser que la causa que produce la turbación del alma no desaparezca al instante, aguijoneando durante años. El salmista nos dice lo que hizo al encontrase en una situación angustiosa. David huye de Saúl que le perseguía incansablemente para matarle. Busca refugio en Aquis rey de Gat los sirvientes del cual le recuerdan los canticos que entonaban las mujeres cuando David regresaba triunfante de los combates contra los filisteos. “Hirió Saúl a sus miles, y David a sus diez miles. Y David puso en su corazón estas palabras, y tuvo gran temor de Aquis rey de Gat”                   (1 Samuel 21: 11, 12).

Encontrándose David en una situación verdaderamente angustiosa escribió el salmo 34 para edificación nuestra, del cual destaco el v. 4. “Busqué al Señor, y Él me oyó, y me libró de todos mis temores”

 

 

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