dissabte, 3 d’octubre del 2020

 

SALMO 49: 7-9

“Ninguno de ellos podrá en manera alguna redimir al hermano, ni dar a Dios un rescate, porque la redención de su vida es de gran precio, y no se logrará jamás para que viva en a delante  para siempre y nunca vea corrupción”

Las religiones ofrecen gangas y a precio de saldo la salvación. La cuestión es muy fácil de entender. La competencia hace que el  negocio de la salvación tenga que distribuirse entre muchos. Las ofertas abundan y los precios bajan. La respuesta a “los que confían en sus bienes, y de la muchedumbre de sus riquezas se jactan” (v.6), encuentra respuesta en el texto que sirve de base a esta meditación.

En el pasado las majestuosas catedrales y los espectaculares templos se construyeron en gran parte gracias a las aportaciones que hizo la jet-set de la época. Las aportaciones del pueblo llano las recogieron los Tetzel de cada época que engañaban a la gente diciéndoles que sus ofrendas servirían para acortar su estancia en el purgatorio en el que se abrasarían en el fuego purificador. ¡Quién no desearía salir cuanto antes mejor de tan lúgubre lugar! La verdadera salvación cuesta un precio infinito que todas las riquezas del mundo en una sola mano no pueden pagar. Las monedas que sonaban al caer dentro de la caja que transportaba Tetzel no acortarían ni un segundo su estancia en el purgatorio, si es que existe, porque el dinero no sirve para perdonar los pecados.

El cristianismo se expande desde Jerusalén hacia el exterior y llega a Samaria gracias a la persecución contra los cristianos dirigida por el fariseo Saulo: “los que fueron esparcidos  iban por todas partes anunciando el evangelio” (Hechos 8: 4). Felipe llegó a Samaria “y la gente unánime, escuchaba atentamente las cosas que decía” (v.6). Un gran avivamiento se produjo en Samaria acompañado de sanidades. Cuando los apóstoles recibieron la noticia de lo que sucedía en Samaria enviaron a Pedro y a Juan para que ayudasen a Felipe. A los creyente que solamente habían sido bautizados en el Nombre de Jesús les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo (vv. 15-17). Simón, a quien  hoy consideraríamos un “simpatizante”, al ver que con la imposición de manos de los apóstoles los bautizados recibían el Espíritu Santo, ”les ofreció dinero para que le diesen el poder de impartir el Espíritu Santo en quienes impusiera las manos” (v. 19).

Quienes cobran ofreciendo la salvación se deben aplicar lo que Pedro le dice a Simón: “Tu dinero perezca contigo, porque has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero. No tienes tú parte ni beneficio en este asunto, porque tu corazón no es recto delante de Dios. Arrepiéntete de esta tu maldad, y ruega a Dios, si quizás te sea perdonado el pensamiento de tu corazón, porque en hiel de amargura y en prisión de maldad  veo que estás” (vv. 20-22).


 

JUAN 17. 6

“He manifestado tu Nombre a los hombres que del mundo me diste, eran tuyos y me los diste, y han guardado tu palabra”

Un texto que confiere confianza a los creyentes. Que transmite seguridad y certeza de que los que están en Cristo no perderán la salvación. Como sea que los creyentes en Cristo hoy no han alcanzado la perfección a la que son llamados a poseer de que son poseedores de la vida eterna, esta imperfección temporal puede hacerles dudar que la salvación obtenida por la fe en Jesús, la posean.

Jesús está hablando con su Padre y nos da una percepción que quizás nos haya pasado por alto. Es que la salvación de quienes se salvan no depende de quienes escuchan el mensaje de salvación. Fíjese el lector en lo que dice Jesús: “He manifestado tu Nombre a los hombres que del mundo me diste, eran tuyos y me los diste”. No lo dice explícitamente, implícitamente nos dirige a la elección de quienes han sido escogidos por Dios desde antes de la fundación del mundo. El libre albedrío del que tanto nos enorgullecemos  solamente se ejerce en la elección del mal. Como hemos sido concebidos en pecado la inclinación natural del ser humano es hacer el mal. Se ejerce el libre albedrío de acuerdo a la paternidad satánica. A la descendencia de Adán jamás se le ocurrirá pensar en las cosas invisibles si antes no actúa la intervención divina que cambia la carnalidad por la espiritualidad.

Las palabras de Jesús que comentamos nos remiten al consejo de Dios que se celebró antes de la creación del mundo entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo en que determinaron quienes formarían el pueblo de Dios y quiénes no. Quiénes son llamados al arrepentimiento y se arrepienten de sus pecado y por la fe que es regalo de Dios creen en Jesús que es el único Nombre dado a los hombres en que puedan salvarse (Hechos 4: 12), son los escogidos.

Dios en su sabiduría infinita ha establecido que los elegidos sean atraídos hacia Él por medio de la predicación. No de cualquier predicación, sino de la proclamación de toda la Escritura. Una ilustración bíblica que ilustra lo terminado de decir: El  apóstol Pablo en su viaje  misioneros acompañado de Silas llegan a Filipos. Un sábado acuden allí en donde solía hacerse la oración y sentándose “hablaron a las mujeres que se habían reunido”. Entre  ellas había una que se llamaba Lidia. El texto nos dice: “Y el Señor  abrió su corazón para que estuviese atenta a lo que Pablo decía” (Hechos 16: 14). Las personas que del mundo el Padre dio a su Hijo no van a Él a no ser que el Señor les aba el corazón. La fe, que es don de Dios, viene “por el oír, y el oír, por la Palabra de Dios” (Romanos  10:17).

 

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