dissabte, 26 de setembre del 2020

 

ÉXODO 12: 12

“Y yo ejecutaré mis juicios en todos los dioses de Egipto. Yo el Señor”

Las diez plagas que arrasaron Egipto enviadas por Dios para juzgar a la nación del Nilo, fueron en primer lugar un juicio de Dios contra los falsos dioses  en que creían los egipcios. Sirvieron para poner de manifiesto quién es el Único Dios. El juicio de Dios contra las  divinidades egipcias y contra los idólatras está ampliamente reseñado en el libro de Éxodo. Del relato de las diez plagas no solamente describe un hecho ocurrido hace más o menos 2.000 años, sino que ha sido reseñada para instrucción nuestra.

La idolatría es una necedad ya que es un absurdo que alguien tome un madero, oro o cualquier otro material y lo ponga en manos de un artista para que haga una imagen que después cubre con preciosos vestidos y ornamentos y se incline ante la imagen que ha diseñado y fabricada por las manos de un artista artesano.  Y se incline ante ella para adorarla y pedirle que le libre de los males que le afligen. Tal vez en occidente no se adoren imágenes tan horrorosas como las egipcias y las que se veneran en Asia y África. La influencia del cristianismo ha dulcificado  la idolatría. Ya no se utilizan imágenes con cabezas y cuerpos de animales. Se emplean imágenes de hombres y mujeres que expresan ternura pero no dejan de ser tan nefastas como las que se usan en los países que los occidentales consideramos no civilizados.

A pesar del cambio que la idolatría ha experimentado en lo externo, sigue siendo el rechazo  del Dios único porque detrás de imágenes de santos, vírgenes, cristos, se encuentran Satanás que induce a adorar a la criatura en vez del Creador en espíritu y verdad. El Señor es tajante en la prohibición: “No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen,  ni ninguna semejanza de lo que está arriba en  el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás, porque yo soy el Señor tu Dios, fuerte, celoso, que visita la maldad de los hombres hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen” (Éxodo 20: 3-5).

A lo largo de la historia siempre han surgido iconoclastas. El diccionario de la Lengua Española de Julio Casares define iconoclasta así: “Dícese del hereje que niega el culto debido a las sagradas imágenes”. ¡Cómo se toda la influencia católica en esta definición! Según su autor Dios es un hereje por prohibir la idolatría tome la forma que sea, aun cuando se la considere imagen sagrada. ¡Cuán majaderos son quienes se dejan guiar por el diablo que convierte la verdad en mentira desde el principio!


 

MATEO 12. 33

“O haced el árbol bueno, y su fruto bueno, o haced el árbol malo, y su fruto malo, porque por el fruto se conoce al árbol”

Un tal John que regentaba uno de los mayores burdeles de Londres fue encarcelado. Como la mayoría de los presos creía que era un buen chico. Que no había hecho nada malo que mereciese la prisión. Un día decidió asistir a los estudios bíblicos que se celebraban en la cárcel porque creía que asistir a ellos le reportaría beneficios penitenciarios. No todos los asistentes lo hacen. John sí lo hizo. Se interesó profundamente por el Evangelio. Recibió una Biblia. Leyendo en el  profeta Ezequiel el texto que dice. “Si el malvado se vuelve de su maldad…y se aparta de todas las transgresiones que había cometido, de cierto vivirá, no morirá” (Ezequiel 18:27,28). La lectura de este texto le hizo entender a John  que no era el buen chico que decía ser y que necesitaba cambiar su manera de ser. En John se hizo realidad lo que dice Jesús: “Quien a mí viene no lo echo fuera”. En Jesús John se convirtió en una nueva persona.

Como John, todos sin excepción, cuando estamos sin Cristo tenemos un concepto equivocado de nosotros mismos. Nos  consideramos buenas personas. En tanto perdure este falso concepto que tenemos de nosotros mismos, jamás sentiremos necesidad de acudir a Jesús el Médico del alma porque Jesús “no ha venido a llamar justos, sino pecadores al arrepentimiento” (Mateo 9: 13).

Son muchas las personas que tienen conocimientos bíblicos  y sin embargo no andan rectamente. La letra de la Biblia mata porque lo que vivifica al lector es la lectura guiada por el Espíritu Santo. Jesús está dispuesto a otorgar el regalo del Espíritu Santo a quienes se lo piden. Con la ayuda del Espíritu Santo la letra de la Biblia adquiere sentido y habla al lector. El lector, aun cuando sea una persona verdaderamente convertida a Cristo y habiendo nacido de nuevo en el Espíritu y convertido en árbol bueno, sigue llevando restos del árbol malo por el hecho de ser descendiente de Adán. A diferencia de los no convertidos que la palabra pecado no les dice nada, el convertido a Jesús lamenta profundamente su condición de pecador haciéndose suyas las palabras del salmista, a pesar que sea un adulto: “¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra. Con todo mi corazón te he buscado, no me dejes desviar de tus mandamientos. En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti”                         (Salmo 119: 9-11). La tal persona está en Jesús que es el Camino estrecho que conduce a Dios” (Juan 14: 6).

 

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