ÉXODO 12: 12
“Y yo ejecutaré mis juicios en todos los
dioses de Egipto. Yo el Señor”
Las
diez plagas que arrasaron Egipto enviadas por Dios para juzgar a la nación del
Nilo, fueron en primer lugar un juicio de Dios contra los falsos dioses en que creían los egipcios. Sirvieron para
poner de manifiesto quién es el Único Dios. El juicio de Dios contra las divinidades egipcias y contra los idólatras
está ampliamente reseñado en el libro de Éxodo. Del relato de las diez plagas
no solamente describe un hecho ocurrido hace más o menos 2.000 años, sino que
ha sido reseñada para instrucción nuestra.
La
idolatría es una necedad ya que es un absurdo que alguien tome un madero, oro o
cualquier otro material y lo ponga en manos de un artista para que haga una
imagen que después cubre con preciosos vestidos y ornamentos y se incline ante
la imagen que ha diseñado y fabricada por las manos de un artista
artesano. Y se incline ante ella para
adorarla y pedirle que le libre de los males que le afligen. Tal vez en occidente
no se adoren imágenes tan horrorosas como las egipcias y las que se veneran en
Asia y África. La influencia del cristianismo ha dulcificado la idolatría. Ya no se utilizan imágenes con
cabezas y cuerpos de animales. Se emplean imágenes de hombres y mujeres que
expresan ternura pero no dejan de ser tan nefastas como las que se usan en los
países que los occidentales consideramos no civilizados.
A pesar
del cambio que la idolatría ha experimentado en lo externo, sigue siendo el
rechazo del Dios único porque detrás de
imágenes de santos, vírgenes, cristos, se encuentran Satanás que induce a
adorar a la criatura en vez del Creador en espíritu y verdad. El Señor es
tajante en la prohibición: “No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás
imagen, ni ninguna semejanza de lo que
está arriba en el cielo, ni abajo en la
tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las
honrarás, porque yo soy el Señor tu Dios, fuerte, celoso, que visita la maldad
de los hombres hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen”
(Éxodo 20: 3-5).
A lo
largo de la historia siempre han surgido iconoclastas. El diccionario de la
Lengua Española de Julio Casares define iconoclasta así: “Dícese del hereje que
niega el culto debido a las sagradas imágenes”. ¡Cómo se toda la influencia
católica en esta definición! Según su autor Dios es un hereje por prohibir la
idolatría tome la forma que sea, aun cuando se la considere imagen sagrada.
¡Cuán majaderos son quienes se dejan guiar por el diablo que convierte la
verdad en mentira desde el principio!
MATEO 12. 33
“O haced el árbol bueno, y su fruto bueno, o
haced el árbol malo, y su fruto malo, porque por el fruto se conoce al árbol”
Un tal
John que regentaba uno de los mayores burdeles de Londres fue encarcelado. Como
la mayoría de los presos creía que era un buen chico. Que no había hecho nada
malo que mereciese la prisión. Un día decidió asistir a los estudios bíblicos
que se celebraban en la cárcel porque creía que asistir a ellos le reportaría
beneficios penitenciarios. No todos los asistentes lo hacen. John sí lo hizo.
Se interesó profundamente por el Evangelio. Recibió una Biblia. Leyendo en
el profeta Ezequiel el texto que dice.
“Si el malvado se vuelve de su maldad…y se aparta de todas las transgresiones
que había cometido, de cierto vivirá, no morirá” (Ezequiel 18:27,28). La
lectura de este texto le hizo entender a John
que no era el buen chico que decía ser y que necesitaba cambiar su
manera de ser. En John se hizo realidad lo que dice Jesús: “Quien a mí viene no
lo echo fuera”. En Jesús John se convirtió en una nueva persona.
Como
John, todos sin excepción, cuando estamos sin Cristo tenemos un concepto
equivocado de nosotros mismos. Nos
consideramos buenas personas. En tanto perdure este falso concepto que
tenemos de nosotros mismos, jamás sentiremos necesidad de acudir a Jesús el
Médico del alma porque Jesús “no ha venido a llamar justos, sino pecadores al
arrepentimiento” (Mateo 9: 13).
Son
muchas las personas que tienen conocimientos bíblicos y sin embargo no andan rectamente. La letra
de la Biblia mata porque lo que vivifica al lector es la lectura guiada por el
Espíritu Santo. Jesús está dispuesto a otorgar el regalo del Espíritu Santo a
quienes se lo piden. Con la ayuda del Espíritu Santo la letra de la Biblia
adquiere sentido y habla al lector. El lector, aun cuando sea una persona
verdaderamente convertida a Cristo y habiendo nacido de nuevo en el Espíritu y
convertido en árbol bueno, sigue llevando restos del árbol malo por el hecho de
ser descendiente de Adán. A diferencia de los no convertidos que la palabra
pecado no les dice nada, el convertido a Jesús lamenta profundamente su
condición de pecador haciéndose suyas las palabras del salmista, a pesar que
sea un adulto: “¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra.
Con todo mi corazón te he buscado, no me dejes desviar de tus mandamientos. En
mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti” (Salmo 119: 9-11). La
tal persona está en Jesús que es el Camino estrecho que conduce a Dios” (Juan
14: 6).
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