MUERTE SILENCIADA
<b>La vida se ha convertido en un
absurdo para un creciente sector de la sociedad que opta por abandonarla
suicidándose</b>
<i>Muerte silenciada</i> se
la llama al suicidio. A menudo ni los familiares ni los íntimos tienen
constancia de la batalla que se libraba en el interior del suicida.
El <b>Dr. José Besora</b>,
dice: “Se está medicando el sufrimiento. La tolerancia a la angustia es mínima
y se soluciona con una píldora”. La atención personalizada de la persona que
sufre es cara y la sanidad pública, y
más si está insuficientemente financiada como lo está hoy, opta por la opción
más barata que es medicar al paciente con
lo que en algunos casos se le convierte en un zombi. Aparentemente quien
sufre se tranquiliza gracias a los fármacos suministrados, pero ello no alivia
el dolor del alma. Todo lo contrario, se agrava. La única salida para él a tan
insoportable situación es quitarse la vida.
Los especialistas en trastornos mentales
dicen que debido al Covid-19 y el confinamiento de la población tiene efectos
sicológicos: Estrés, ansiedad, depresión, insomnio, miedo a salir a la calle…No
debe olvidarse al personal sanitario que se ha visto obligado a trabajar bajo
una intensa presión sicológica debido a las duras jornadas laborales a las que
se han visto sometidos y obligados a atender a los contagiados sin disponer de
la protección necesaria. Asimismo han sufrido trastornos sicológicos quienes
han tenido que experimentar duelos complicados debido a la pérdida de un ser
estimado debido a la pandemia sin poder despedirlo en compañía de familiares y
allegados. El Covid-19 deja muchas secuelas sicológicas que merecen la atención
debida.
Una noticia reciente: “En Barcelona el
suicidio es la primera causa de la mortalidad de hombres entre 18 y 44 años y
la segunda causa entre las mujeres después del cáncer de mama. Se calcula que
cada año alrededor de 2.000 personas intentan quitarse la vida en la ciudad. Y
se teme que ahora se pueda producir un incremento de las consecuencias
socioeconómicas negativas de la pandemia y también porque ha finalizado el confinamiento (deja de haber
entornos controlados y es más fácil acceder a sustancias letales). Por esto,
entre otros elementos el Ayuntamiento ha decidido poner en marcha un teléfono
de prevención del suicidio que se presentó ayer” (<b>Raúl
Montilla</b>.
La pandemia del Covid-19 ha puesto de
manifiesto la fragilidad humana y la poca confianza en los avances tecnológicos
y sanitarios para proteger a las personas. La tramoya que se ha montado para aportar
bienestar social se ha levantado sobre
un cimiento de arena. El castillo del que estábamos tan ufanos y que se ha
levantado sobre un firme inestable, a la primera de cambio se ha derrumbado. El
descalabro nos agobia y no sabemos a dónde ir en busca de ayuda eficaz.
Una cosa buena que en principio ha
aportado el coronavirus ha sido que nos impulsa a cambiar la manera de pensar.
¿Realmente es así? Recordemos que en momentos puntuales decimos: “Tengo que
cambiar”. Cuando aquello que nos ha impulsado a decir: “Tengo que cambiar” se
ha desvanecido, olvidamos el buen propósito. Así una y otra vez, sin que se
produzca el cambio en la manera de pensar. Se debe tomar la firme determinación
de dejar de hacer promesas para cambiar la manera de actuar cuando en el fondo
nos gusta aquello que sin meditar decimos que vamos a dejarlo. Debe tomarse
conciencia de que el Dios que hasta el presente no nos interesaba debe hacerse
cercano en la Persona de nuestro Señor Jesucristo. En el momento en que uno se
encuentra con el Hijo de Dios y se decide edificar la vida sobre la Roca que es
Él, se está en condiciones de apropiarse la experiencia del salmista que no era
una cuestión filosófica para ser debatida en tertulias públicas o privadas,
sino de fe. De creencia. Por ello se puede afirmar: “Al Señor clamé estando en
mi angustia, y Él me respondió” (Salmo 120: 1). Si el salmista viviese hoy no
iría a buscar consuelo en las píldoras que hacen adicto. Tampoco iría a buscar
alivio en el profesional de la salud mental. Sin dudarlo repetiría lo que hizo
cuando escribió el salmo hace unos 2.500 años: “Al Señor clamaré estando en mi
angustia, y Él me responderá”. David que fue rey de Israel para quien Dios era
un ser real, en el salmo 27 escribe: “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿de
quién temeré? El Señor es la fortaleza de mi vida, ¿De quién he de
atemorizarme?…Hubiese yo desmayado, si no creyese que veré la bondad del Señor
en la tierra de los vivientes. Espera en el Señor, esfuérzate, y aliéntese tu
corazón, sí, espera en el Señor” (vv. 1, 13, 14).
Octavi
Pereña i Cortina
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