ÉXODO 10: 21-23b
“El Señor dijo a Moisés: Extiende tu mano
hacia el cielo para que haya tinieblas sobre la tierra de Egipto, tanto que
cualquiera las palpe…Mas todos los hijos de Israel tenían luz en sus habitaciones”
“Y la
tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del
abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. Y dijo Dios: Sea la luz, y fue la luz. Y vio Dios
que la luz era buena, y apartó Dios la luz de las tinieblas. Y llamó a la luz
día, Y a las tinieblas llamó noche. Y fue la tarde y la mañana un día” (Génesis
1: 2-5).
Cuando
Dios creó la luz en el primer día fue una señal que apuntaba a Jesús que es la luz del mundo y que en él hay la
vida. A la vez, al separar las tinieblas de la luz en el sentido espiritual
indicaba que los hijos de la luz deben resplandecer en medio de las tinieblas
espirituales.
El
texto que sirve de base a esta meditación nos enseña la verdad que el pueblo de
Dios que está formado por quienes creen en Jesús, que es la luz del mundo debe
vivir separado de las tinieblas. En las actuales circunstancias nos vemos
obligados a convivir con las tinieblas porque el príncipe de las tinieblas
gobierna este mundo. Pero el pueblo de Dios que cree en Jesús se ha convertido
en la luz del mundo que no se ha puesto debajo del almud sino en la pared para
que alumbre a todos los que están en la casa, en el mundo.
Aún no
nos encontramos en la Jerusalén celestial en donde no serán necesarios ni el
sol ni la luna para que alumbre en ella “porque la gloria de Dios la ilumina y
el Cordero es su lumbrera” (Apocalipsis 21: 23). Los hombres en general y en
todas las época desde que Adán pecó han “amado más las tinieblas que la luz,
porque sus obras eran malas” (Juan 3: 19).
Los que ahora somos cristianos también nos ha tocado vivir un pasado en
que aborrecíamos la luz porque nuestras obras eran malas. De la misma manera
que en la creación Dios dijo “Sea la luz”, en su misericordia hizo resplandecer
la luz de Cristo en nuestros corazones lo cual nos ha hecho ver la maldad que
se esconde en ellos lo cual nos impulsa a no desear “participar en las obras infructuosas de las
tinieblas para reprenderlas” (Efesios 5: 11).
Si hoy
somos hijos de Dios ello ha sido posible porque alguien nos habló de Jesús que
es la luz del mundo y como su palabra no vuelve a Él vacía, creímos en Jesús
que hizo el milagro de hacer que naciésemos
de nuevo. “Nos llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2:
9).
PROVERBIOS 10: 19
“En las muchas palabras no falta pecado”
“No hay
nada que salga de la boca de un borracho que no estuviese allí antes”. Estas
palabras las dijo la madre de David Tripp siendo éste un niño y lo sacó de una
reunión familiar cuando bajo los efectos del alcohol se decían obscenidades.
Antes de que la boca hable lo que se va a decir ya se ha formado en el corazón.
El dicho popular que acostumbran a decir los padres a los hijos cuando éstos
dicen palabrotas: “tendremos que limpiarte la boca con jabón”, no es cierto. Lo
que se tiene que limpiar con la sangre de Jesús
es el corazón de los niños porque de él “salen los malos pensamientos”
(Mateo 15: 19).
Las
sandeces que dicen los borrachos cuando
hablan bajo los efectos del alcohol no son casuales por la falta de control.
Son pensamientos que ya se tenían estando cuerdos que a menudo no se dicen para
guardar las apariencias.
Estando
cuerdos, sin drogas y sin vino que enturbien sus pensamientos, algunos
políticos han tenido que excusarse y pedir perdón (?) porque creyendo que el
micrófono estaba cerrado han dicho lo que verdaderamente piensan de sus
oponentes políticos. Lo que no se atreven a decir abiertamente cuando llevan la
careta de la hipocresía salta a relucir en el momento más inoportuno.
“Sobre
toda cosa guardada guarda tu corazón, porque de él mana la vida” (Proverbios 4:
23). Cuando Jesús dice que del corazón salen los malos pensamientos, también
los buenos. El apóstol Pablo escribiendo a los cristianos en Éfeso, les dice:
“Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados…Pero fornicación y toda inmundicia, avaricia, ni aún se nombre entre vosotros,
como conviene a santos, ni palabras deshonestas, ni necedades, ni truhanerías,
que no convienen, sino antes bien acciones de gracias” (Efesios 5: 1-3).
Quienes
nos consideramos cristianos aun cuando tenemos la certeza de que tenemos
garantizada la salvación, no tenemos que olvidar que seguimos siendo pecadores
en quienes se vislumbran “manchas y arrugas”. Siendo salvos tenemos que seguir
esforzándonos en conservar la salvación. Es por ello que tenemos que tener
siempre presente la amonestación que nos hace Salomón: “Sobre toda cosa
guardada guarda tu corazón, porque de él mana la vida”. Haciéndolo así nos
evitaremos muchos enrojecimientos que nos avergüenzan.
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