divendres, 9 d’octubre del 2020

 

2 CORINTIOS 5: 18

“Y todo esto proviene de Dios, que nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación”

El secreto del versículo que comentamos se encuentra en lo que dice el versículo precedente: “De manera que si alguno está en Cristo, nueva criatura es, las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas”. Si no se está en Cristo, “el ministerio de la reconciliación” es una utopía. Es pedir peras al olmo que alguien que no se haya reconciliado en Cristo pueda hacer un verdadero ministerio de reconciliación.

Dios en Cristo es el que instituye el ministerio de la reconciliación y el que lleva la voz cantante. Antes de que nosotros le amásemos Él nos amó primero. Recordemos lo que hizo en el paraíso con Adán y Eva. Nuestros primeros padres después de pecar se cosieron delantales con hojas de higuera para tapar la desnudez en que se encontraban después de haber desobedecido e mandato de Dios. Se avergonzaron al darse cuenta de la miseria en que se encontraban debido a su pecado. A pesar de la enemistad creada con Dios, Éste no se convierte en su enemigo. Los sigue amando. No pierde la costumbre de hablar con ello al fresco del día. Al oír los pasos de Dios que se acercan, se esconden entre los árboles del jardín, la evidencia de que la relación con Él se había roto. La necedad de nuestros primeros padres requería que Dios los dejase abandonados a su suerte. No lo hace. De tal manera amó Dios a Adán y Eva que sacrificó unos animales, posiblemente corderos,  que simbolizaban a su Hijo muriendo en la cruz del Gólgota. Con las pieles de los animales sacrificados cubrió la desnudez de Adán y Eva. En Apocalipsis los redimidos visten túnicas de lino fino blanco que significan que sus pecados han sido lavados por la sangre de Jesús.

Adán y Eva se convirtieron en reconciliadores. El hecho que Abel y después Set fuesen hombres justos significa que Adán y Eva enseñaron a sus hijos la salvación por la fe en el Mesías que tendría que venir.

Venido el cumplimiento del tiempo el Hijo de Dios se hizo hombre y murió por los pecados del mundo. A los redimidos nos encarga el ministerio de la reconciliación al nombrarnos “embajadores en Nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros, os rogamos en el Nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios”                                       (2 Corintios 5. 20).

Si hoy somos salvos es porque previamente ha habido padres que han transmitido la reconciliación con Dios por la fe en su Hijo. Éstos a su vez lo han hecho con los suyos. Así sucesivamente hasta nuestros días.  Nosotros  no debemos romper esta cadena de transmisión hasta que llegue el final del tiempo,


 

SALMO: 9: 20

“Pon, oh Señor, temor en ellos, conozcan las naciones que no son sino hombres mortales”

Viendo el Señor como acrecienta la maldad de los hombres, dijo: “no contenderá mi Espíritu con el hombre para siempre, porque ciertamente él es carne, mas serán sus días ciento veinte años” (Génesis 6: 3). El texto certifica que la vida del hombre es limitada.

El pecado lleva a la confusión. El versículo es un poco extraño: “Había gigantes en la tierra en aquellos días,  también después que se llegasen los hijos de Dios a las hijas de los hombres y les engendrasen hijos. Estos fueron los valientes que desde la antigüedad fueron varones de renombre”. No creo que la referencia a gigantes se refiera a hombres de estatura descomunal. Muchos de los descendientes de Set, que eran el pueblo de Dios, se apartaron del Señor y empezaron a casarse con las descendientes de Caín. Con lo cual la verdad de Dios casi se extinguió de sobre la faz de la tierra, estos mestizos espirituales se convirtieron en “los valientes que desde la antigüedad fueron varones de renombre. Tal vez  el texto se refiere a caudillos que atraían a seguidores que con el tiempo se hacían fuertes, engrandeciéndose hasta convertirse en los grandes imperios que nos describe la Historia. Pensemos que en esta época solamente ocho personas justas: Noé y sus tres hijos y sus respectivas esposas. Prácticamente la verdad de Dios había desaparecido de la superficie de la tierra.  En el tiempo de Noé las tinieblas espirituales eran tan espesas que el testo expresa el sentimiento de Dios ante la maldad de los hombres: “raeré de sobre la faz de la tierra a los hombres que he creado…pues me arrepiento de haberlos hecho” (v. 7). De entre la multitud únicamente Noé y su familia  hallaron gracia ante los ojos del Señor (v.8).

Se secaron las aguas del Diluvio y amaneció una “nueva normalidad” con lo que el pueblo de Dios sigue siendo una minoría. Los gigantes vuelven a aparecer y los varones de renombre siguen atrayendo seguidores que con la fuerza de la espada crean nuevos imperios. En su ofuscación por la grandeza quieren construir “una ciudad y una torre cuya cúspide llegue al cielo” (Génesis 11. 4). No se produce un nuevo Diluvio porque el arco iris es la garantía de que no se repetirá. “Entonces toda la tierra tenía una sola lengua y unas mismas palabras” (v. 1). Entonces Dios para humillar el orgullo humano confundió la lengua cuya consecuencia fue esparcir a los hombres por toda la faz de la tierra (v.3).

La memoria histórica no sirve para aprender la lección. Hombres de renombre no dejan de aparecer sin reconocer que son hombres mortales. Así será hasta el día final cuando Jesús en su venida gloriosa instituirá el Reino de Dios eterno. Saber que esto va ser así nos infunde confianza porque dios no ha dejado d ser el tres veces santo.

 

 

 

 

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