APOCALIPSIS 2: 18
“Y escribe al ángel de la iglesia en Tiatira:
El Hijo de Dios, el que tiene ojos como llama de fuego, y que es semejante al
bronce bruñido dice esto : Yo conozco tus obras , y amor, y fe, y servicio, y
la paciencia, y que tus obras posteriores son más que las primeras”.
¿Nos
encontramos ante la iglesia perfecta que no tiene ninguna mancha ni arruga? No
nos hagamos ilusiones, tal iglesia no existe hoy. La carta sigue diciendo:
“Pero tengo unas pocas cosas contra ti: Que toleras que esta mujer Jezabel, que
se dice profetisa, enseña y seduce a mis siervos a fornicar y a comer cosas
sacrificados a los ídolos”. Parece ser que esta mujer poseía el espíritu de
Jezabel, esposa del rey Acab de Israel, que además de ser adoradora ferviente de
Baal, inducía a su esposo a cometer crímenes horrendos. La Jezabel de Tiatira
inducia a los miembros de la iglesia a hacer el mal. Da la impresión que el
pastor de la iglesia no ejercía como debiera la responsabilidad de reprender,
disciplinar y expulsar a esta mujer que sembraba cizaña en la congregación. El
Señor que quiere que todos se salven, dice: “y le he dado tiempo para que se
arrepienta, pero no quiere arrepentirse de su fornicación”. Como la paciencia del Señor tiene un límite,
cuando se traspasa la línea roja, la sentencia tiene que cumplirse: He aquí que
la arrojo en cama, y en gran tribulación a los que con ella adulteran, si no se
arrepienten de las obras de ella. Y a sus hijos heriré de muerte, y todas las
iglesias sabrán que yo soy el que escudriña la mente y el corazón. y les daré a cada uno según
vuestras obras”.
Dada la
condición maligna de Satanás s inevitablemente intenta convertir a las iglesias
en sinagogas a las que regir a su
antojo. Es indispensable que la iglesia dirigida por su pastor discipline a los miembros que son servidores de Satanás
para impedir que sigan difundiendo en la congregación su veneno mortal.
Habiendo
el Señor avisado del peligro en que se encontraba la iglesia de Tiatira, tiene
un mensaje para los verdaderos creyentes: “Pero a vosotros y a los demás que
están en Tiatira, a cuantos no tienen esta doctrina, y no han conocido lo que
ellos llaman las profundidades de Satanás, yo os digo: No os impondré otra carga, pero lo que tenéis, retenedlo hasta
que yo venga”.
La
cizaña y el trigo se encuentran mezclados en las iglesias. Es difícil por no
decir imposible desarraigar del todo la cizaña porque a menudo se presenta
sutilmente camuflada. Los siervos de Satanás se presentan como siervos de la
justicia bajo la apariencia de ángeles de luz. Pero no siempre lo conseguirá.
Lo que es imposible ahora en el tiempo Jesús nos advierte que un día ya no será
así. En la parábola del trigo y la cizaña, Jesús dice: “Dejad crecer juntamente
lo uno y lo otro hasta la siega, y al tiempo de la siega dirá a los segadores:
Recoged primero la cizaña, y atadla en manojos para quemarla, pero recoged el
trigo en mi granero” (Mateo13: 25-30). Lo que no puede conseguir el pastor más
fiel que lo sea lo consigue Jesús arrancado la cizaña sin un tallo de trigo. La
separación la hará con total perfección.
MARCOS 10: 24
“¡cuán difícil es entrar en el reino de Dios,
a los que confían en las riquezas!”
Este
texto es la coletilla de la historia de aquel hombre que se acercó corriendo a
Jesús para preguntarle: “¿Qué haré para heredar la vida eterna? La prisa que se
da este hombre para acercarse a Jesús para interesarse por algo tan importante
como es la salvación eterna nos da a entender que verdaderamente estaba
interesado en su salvación. A la pegunta Jesús responde: “Los mandamientos
sabes: No adulteres. No mates. No hurtes. No digas falso testimonio. No
defraudes. Honra a tu padre y a tu madre”. La persona que parecía estar
interesada en su salvación responde a Jesús: “Maestro, todo esto lo he guardado
desde mi juventud”. La respuesta da a entender que se consideraba ser una persona justa.
El
texto no nos dice que fuese fariseo. Su actitud sí que indica que poseía el
espíritu farisaico. Tal vez sin saberlo se comportaba como el fariseo de la
parábola que oraba así: “Dios te doy gracias porque no soy como los otros
hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni
como este publicano” (Lucas 10: 11).
Jesús
mirando a este hombre que se consideraba tan bueno: “le miró, le amó y le dijo:
Una cosa te falta: anda, v ende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo, y sígueme,
tomando tu cruz”. ¿Dónde estaba el corazón de este hombre rico? La respuesta
que da a las palabras de Jesús indica que en los bienes materiales. “Afligido”
por las palabras de Jesús, “se fue triste porque tenía muchas posesiones”, en
todo aquello que los ladrones pueden hurtar
y el orín corromper. Más tristeza que las palabras de Jesús se la tenía
que producir poner su corazón en bienes terrenales que más pronto o más tarde
tendría que desprenderse de ellos al llegar la hora que tendría que presentarse
ante Jesús sentado en su trono para dar cuenta de todo lo que había hecho,
bueno o malo, durante su estancia en este mundo.
Otro
hombre real un “eunuco, funcionario de Candace, reina de los etíopes, el cual
estaba sobre todos sus tesoros, y había venido a Jerusalén para adorar” (Hechos
8: 27). Por el cargo que desempeñaba tenía que ser un hombre rico. Regresaba a
su tierra después de adorar en Jerusalén a un Dios que no sabía con certeza dónde encontrarlo.
La búsqueda era sincera. A tales buscadores Dios les da lo que buscan. Sentado
en el carro leía al profeta Isaías sin entender la lectura. A este hombre
perdido en un lugar solitario poseía un corazón inquieto por descubrir la
Verdad. El Señor le envía a Felipe que le explica el significado del texto que
leía. Le fueron abiertos los ojos y creyó en Jesús.
Tanto
el hombre rico como el eunuco tesorero de la reina Candace terminaron poseyendo
un tesoro. El hombre rico se quedó con un tesoro terrenal y se fue triste. El
eunuco sigue poseyendo bienes terrenales pero en Jesús encuentra el tesoro de
gran precio que ladrones no puede robar ni el orín destruir que merece la pena
abandonarlo todo para hacerse con él. “Y siguió gozoso su camino” (Hechos 8: 26- 40).
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