divendres, 28 d’agost del 2020

 

PROVER4BIOS 28: 5

“Los hombres malos no entienden el juicio, mas los que buscan al Señor entienden todas las cosas”

La humanidad se divide en dos tipos de personas: Los malos que no entienden los juicios de Dios y los justos que buscan al Señor y entienden todas las cosas. Los malos lo son por el mero hecho de ser descendientes de Adán. La raza humana no ha aparecido en diversos lugares independientemente los unos de los otros como afirma la falsamente llamada ciencia. El apóstol Pablo dirigiéndose a los atenienses reunidos en el areópago deja claro el origen de la raza humana en su diversidad. “y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres para que habiten  sobre toda la faz de la tierra, y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los linajes de su habitación” (Hechos 17: 26).

La distinción entre hombres buenos y malos se produce en el mismo Adán. En el momento en que la cabeza de la raza humana desobedece a Dios y come el fruto del árbol prohibido, deja de ser un hombre justo para convertirse en una persona impía. En Adán desobediente se encuentra el linaje de los hombres malos. Su presencia en el mundo no necesita que se la busque en ningún otro lugar porque todos procedemos de él.

Adán por su desobediencia se convierte en una mala persona que no entiende el juicio de Dios. En su ofuscación intenta esconderse de la presencia de Dios refugiándose entre los árboles del paraíso. Aun cuan do Adán se hubiese refugiado en las profundidades de la tierra, en tan recóndito lugar habría oído la voz de Dios que le decía. “¿Dónde estás tú?” (Génesis 3:9). Se excusa diciéndole a Dios que se escondía porque estaba desnudo. Dios cubre la desnudez de Adán con la piel de un animal, probablemente un cordero, símbolo de la sangre de Jesús, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Sin el derramamiento de la sangre de Jesús  no hay perdón de los pecados. En su misericordia el Señor lanza el pecado de Adán en lo profundo del mar para no acordarse más de él.

En Caín y Abel, los dos primeros hijos de Adán, tenemos conocimiento de la distinción entre hombres justos y malos. Por concepción ambos fueron concebidos malas personas. A partir de entonces la raza humana se divide en caines y abeles. Abel se convirtió en un hombre justo por la fe en Jesús. “Trajo de los primogénitos de sus ovejas de lo más gordo de ellas. Y miró el Señor con agrado a Abel y su ofrenda”  (Génesis 4: 4).  Por la fe en Jesús Abel se convirtió en una persona justa. Caín se resiste a reconocerse pecador, no necesita el perdón que el Padre le ofrece en su Hijo Jesús y se convierte en el primer fariseo de la historia. El primer hipócrita porque practica  la religión sin creer en Dios y el primer inquisidor porque mata a su hermano porque no puede soportar que adore al único Dios que perdona a los pecadores que se arrepienten y abandonan sus caminos de impiedad. Así ha sido a lo largo de la historia y seguirá siéndolo hasta que el Señor en su gloria venga a instituir el Reino de Dios eterno.


 

SALMO 49: 20

“El hombre que vive en el esplendor y no tiene entendimiento, semejante es a las bestias que perecen”

Este texto lo he leído multitud de veces. Siempre lo he relacionado con personas en general, sin vincularlo con alguien en concreto. Me ha ocurrido lo mismo con la lectura de la parábola del rico y Lázaro. Ahora, en cambio, me ha venido a la mente una persona concreta: Juan Carlos I, rey emérito de España que últimamente ha acaparado los titulares de los medios de comunicación por encontrarse en paradero desconocido. Si es cierto lo que se dice que se aloja en uno de los hoteles más lujosos del mundo, bien se puede decir que vive como un rey, valga la redundancia. Su huida de España tiene que ver con los escándalos sexuales y la corrupción que han ido de la mano a lo largo de su vida. .

El texto que comentamos va como el anillo al dedo al fin que se le acerca al rey emérito y a todos aquellos que durante su existencia terrenal han deseado vivir en la opulencia sin tener en cuenta las necesidades de aquellas personas que su bienestar depende de su magnanimidad. Han vivido pensando exclusivamente en su lujuria y suntuosidad sin tener el más mínimo y sincero sentimiento de dolor por la situación en que se encuentran millones de personas en su propio país y en otros lugares del mundo. En lo que depende de nosotros haced el bien. En vez de hacer el bien se dedican a derrochart el dinero que han amasado sus manos impías.

En el pecado en que está sumida toda la humanidad hace que miremos con avidez la prosperidad de los impíos. Las revistas del corazón nos muestran la opulencia en que viven los famosos. Evidencia los sentimientos que anidan en los lectores. El salmista nos avisa de que las riquezas tienen alas y en el momento más inesperado levantan el vuelo y nos dejan con una mano delante y la otra detrás. “No temas cuan do alguien se enriquece, cuando aumenta la gloria de su casa, porque cuando muera no se llevará nada. Ni descenderá tras él su gloria. Aunque mientras viva, llame dichosa a su alma, y sea loado cuando prospere. Entrará en la generación de sus padres, y nunca más verá la luz” (vv.16-19). Siempre brota en el corazón del impío  el pensamiento de que esto no me va a pasar a mí. pero la Escritura afirma.: “por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3. 23).

Los poderosos como Juan Carlos I piensan que la salvación eterna la tienen garantizada con una ceremonia fúnebre de alto nivel presidida por cardenales y obispos con vestiduras pontificales que adulando digan  en sus predicas que ha sido maridos ejemplares y que se han preocupado de sus familias y que el Buen Pastor les guía en su viaje por el valle de sombra de muerte hasta el reino de Dios. Los que viven en el esplendor y solamente aspiran a complacer su ego “no tienen entendimiento, semejantes son a las bestias que perecen”. Salen de este mundo despojados de todos los honores que se les ha brindado en este mundo.

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