PROVER4BIOS 28: 5
“Los hombres malos no entienden el juicio,
mas los que buscan al Señor entienden todas las cosas”
La
humanidad se divide en dos tipos de personas: Los malos que no entienden los
juicios de Dios y los justos que buscan al Señor y entienden todas las cosas.
Los malos lo son por el mero hecho de ser descendientes de Adán. La raza humana
no ha aparecido en diversos lugares independientemente los unos de los otros
como afirma la falsamente llamada ciencia. El apóstol Pablo dirigiéndose a los
atenienses reunidos en el areópago deja claro el origen de la raza humana en su
diversidad. “y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres para que
habiten sobre toda la faz de la tierra,
y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los linajes de su habitación”
(Hechos 17: 26).
La
distinción entre hombres buenos y malos se produce en el mismo Adán. En el
momento en que la cabeza de la raza humana desobedece a Dios y come el fruto
del árbol prohibido, deja de ser un hombre justo para convertirse en una
persona impía. En Adán desobediente se encuentra el linaje de los hombres
malos. Su presencia en el mundo no necesita que se la busque en ningún otro
lugar porque todos procedemos de él.
Adán
por su desobediencia se convierte en una mala persona que no entiende el juicio
de Dios. En su ofuscación intenta esconderse de la presencia de Dios
refugiándose entre los árboles del paraíso. Aun cuan do Adán se hubiese
refugiado en las profundidades de la tierra, en tan recóndito lugar habría oído
la voz de Dios que le decía. “¿Dónde estás tú?” (Génesis 3:9). Se excusa
diciéndole a Dios que se escondía porque estaba desnudo. Dios cubre la desnudez
de Adán con la piel de un animal, probablemente un cordero, símbolo de la
sangre de Jesús, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Sin el
derramamiento de la sangre de Jesús no
hay perdón de los pecados. En su misericordia el Señor lanza el pecado de Adán
en lo profundo del mar para no acordarse más de él.
En Caín
y Abel, los dos primeros hijos de Adán, tenemos conocimiento de la distinción
entre hombres justos y malos. Por concepción ambos fueron concebidos malas
personas. A partir de entonces la raza humana se divide en caines y abeles.
Abel se convirtió en un hombre justo por la fe en Jesús. “Trajo de los
primogénitos de sus ovejas de lo más gordo de ellas. Y miró el Señor con agrado
a Abel y su ofrenda” (Génesis 4:
4). Por la fe en Jesús Abel se convirtió
en una persona justa. Caín se resiste a reconocerse pecador, no necesita el
perdón que el Padre le ofrece en su Hijo Jesús y se convierte en el primer
fariseo de la historia. El primer hipócrita porque practica la religión sin creer en Dios y el primer
inquisidor porque mata a su hermano porque no puede soportar que adore al único
Dios que perdona a los pecadores que se arrepienten y abandonan sus caminos de
impiedad. Así ha sido a lo largo de la historia y seguirá siéndolo hasta que el
Señor en su gloria venga a instituir el Reino de Dios eterno.
SALMO 49: 20
“El hombre que vive en el esplendor y no
tiene entendimiento, semejante es a las bestias que perecen”
Este
texto lo he leído multitud de veces. Siempre lo he relacionado con personas en
general, sin vincularlo con alguien en concreto. Me ha ocurrido lo mismo con la
lectura de la parábola del rico y Lázaro. Ahora, en cambio, me ha venido a la
mente una persona concreta: Juan Carlos I, rey emérito de España que
últimamente ha acaparado los titulares de los medios de comunicación por
encontrarse en paradero desconocido. Si es cierto lo que se dice que se aloja
en uno de los hoteles más lujosos del mundo, bien se puede decir que vive como
un rey, valga la redundancia. Su huida de España tiene que ver con los
escándalos sexuales y la corrupción que han ido de la mano a lo largo de su
vida. .
El texto
que comentamos va como el anillo al dedo al fin que se le acerca al rey emérito
y a todos aquellos que durante su existencia terrenal han deseado vivir en la
opulencia sin tener en cuenta las necesidades de aquellas personas que su
bienestar depende de su magnanimidad. Han vivido pensando exclusivamente en su
lujuria y suntuosidad sin tener el más mínimo y sincero sentimiento de dolor
por la situación en que se encuentran millones de personas en su propio país y
en otros lugares del mundo. En lo que depende de nosotros haced el bien. En vez
de hacer el bien se dedican a derrochart el dinero que han amasado sus manos
impías.
En el
pecado en que está sumida toda la humanidad hace que miremos con avidez la
prosperidad de los impíos. Las revistas del corazón nos muestran la opulencia
en que viven los famosos. Evidencia los sentimientos que anidan en los
lectores. El salmista nos avisa de que las riquezas tienen alas y en el momento
más inesperado levantan el vuelo y nos dejan con una mano delante y la otra detrás.
“No temas cuan do alguien se enriquece, cuando aumenta la gloria de su casa,
porque cuando muera no se llevará nada. Ni descenderá tras él su gloria. Aunque
mientras viva, llame dichosa a su alma, y sea loado cuando prospere. Entrará en
la generación de sus padres, y nunca más verá la luz” (vv.16-19). Siempre brota
en el corazón del impío el pensamiento
de que esto no me va a pasar a mí. pero la Escritura afirma.: “por cuanto todos
pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3. 23).
Los
poderosos como Juan Carlos I piensan que la salvación eterna la tienen
garantizada con una ceremonia fúnebre de alto nivel presidida por cardenales y
obispos con vestiduras pontificales que adulando digan en sus predicas que ha sido maridos
ejemplares y que se han preocupado de sus familias y que el Buen Pastor les
guía en su viaje por el valle de sombra de muerte hasta el reino de Dios. Los
que viven en el esplendor y solamente aspiran a complacer su ego “no tienen
entendimiento, semejantes son a las bestias que perecen”. Salen de este mundo
despojados de todos los honores que se les ha brindado en este mundo.
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