GENESIS 28: 16
“Ciertamente
el Señor está en este lugar, y yo no lo sabía”
El lugar más inesperado puede ser el espacio
que el Señor escoge para manifestarse a la persona que ha elegido desde antes
de la fundación del mundo para su salvación. Sí, el lugar más impensable es
apropiado para que un hijo pródigo se encuentre con el Padre que había
abandonado para irse a un país lejano. Cualquier lugar es apropiado para que el
hombre pueda encontrase con Dios.
Quienes hemos sido educados en el catolicismo romano se nos ha enseñado
que el único lugar donde puede producirse el encuentro con Jesús es en la
Iglesia católica y en el sagrario que se dice reside Jesús en cuerpo presente.
Se nos ha enseñado que en la iglesia, el templo, en donde se espira quietud y
silencio es el lugar adecuado para establecer contacto con el Salvador mediante
la oración.
La confesión de Jacob que encabeza este comentario se produjo
cuando el patriarca despertó del sueño nocturno acompañado de la visión de la
escalera que unía el cielo con la tierra y el Señor encontrándose a lo alto de
ella recordándole las bendiciones que le pertenecían como elegido de Dios. El
lugar en donde pasó la noche Jacob era desértico y nada apropiado, según la
Iglesia católica, para tener un encuentro con Dios. En el lugar en donde Jacob
recostó su cabeza sobre una piedra era desértico. En él no había templo ni
sagrario, pero se encontró con Dios.
En el Nuevo Testamento, cuando ya no hay
nuevas revelaciones de Dios porque todo lo que Dios tiene que decir al hombre
ya lo ha dicho, tenemos un conocimiento más amplio de dónde encontrar a Dios.
Como Dios es Espíritu cualquier lugar es adecuado para que el no creyente pueda
elevar una súplica a Jesús. Para el verdadero creyente no le es preciso
dirigirse a un lugar concreto porque es portador de Dios: “¿No sabéis que sois
templos de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? (1 Corintios 3: 16). Dios, por
el hecho de ser omnipresente se le puede encontrar en cualquier lugar. Por esta
razón cualquier lugar es tierra sagrada.
Pero, de manera especial se encuentra en cualquier lugar en que esté presente
una persona convertida a Cristo, que es templo del Espíritu. En el lugar más
insospechado en que puede encontrarse el creyente puede alzar la mirada al
cielo e invocar el Nombre del Salvador, que es el Camino que conduce al Padre
celestial. En el lugar en donde se encuentre, sea desértico o en medio de una
aglomeración de gente, puede alzar los ojos al cielo y en silencio pronunciar:
“Padre mío que estás en el cielo…”, es decir, abrirle el corazón y exponerle
todo aquello que en aquel momento le agobie. Se tiene la certeza de que Jesús
en aquel momento está en aquel lugar para oír el clamor de quienes le buscan de
corazón.
PROVERBIOS 21:2
“Todo
camino del hombre es recto en su propia opinión, pero el Señor pesa los
corazones”
El ser humano en general se mantiene
inconmovible en su propia opinión, opinión muchas veces no contrastada, pero
que defiende con firmeza inusual,
dejándose guiar por los sentimientos más que por la verdad. De ahí las
discusiones acaloradas como dos gallos peleándose para hacer prevalecer la
verdad de sus opiniones. La Palabra de Dios como no puede ser de otra manera
denuncia la tendencia humana de considerar sus opiniones regla de fe.
Irrenunciable.
“Todo camino del hombre es recto en su
propia opinión”. Si el texto acabase aquí, el concepto que el hombre tiene de su opinión, ésta no cambiaría jamás. La
segunda parte del versículo dice: “Pero el Señor pesa los corazones”. Es una
metáfora que indica que el Señor controla los pensamientos, los pone en la
balanza de la justicia y son hallados faltos de peso. Otra metáfora para decir
lo mismo, que las opiniones no son válidas, es la plomada que utiliza el
albañil a la hora de tener que levantar paredes. La plomada es un instrumento
muy sencillo. Consiste en una bolita de plomo atada a un cordel y se usa para
determinar la verticalidad de la pared que se está levantando. Señala si la
pared se desvía de la verticalidad y pueda corregirse antes de que sea
demasiado tarde y tenga que derribarse el muro.
Espiritualmente hablando intentamos
engañar al Señor que pesa los corazones. Las pesas que utiliza para pesar los
corazones son del peso legal pues son su Ley y al ponerlas en la balanza
determinan si los pensamientos se ajustan o no a la verdad de Dios.
En su necedad, el hombre intenta nivelar
la balanza añadiendo al platillo de las opiniones lo que considera son buenas
obras. El resultado es todo lo contrario pues lo que consigue es que el
desequilibrio sea más notorio. ¿Cómo resolver el problema? Muy sencillo
poniendo en el platillo de nuestras opiniones la sangre de Jesús que borra
todos nuestros pecados. Entonces se equilibra la balanza porque nuestras
opiniones injustas a los ojos de Dios son justas. Lo que no consiguen nuestras
propias opiniones lo obtiene la sangre de Jesús. El combate de dos gallos
enzarzados en un combate a muerte desaparece porque ambos contendientes
entienden el nulo valor de las propias opiniones.
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