dilluns, 3 de febrer del 2020


GENESIS 28: 16

“Ciertamente el Señor está en este lugar, y yo no lo sabía”
El lugar más inesperado puede ser el espacio que el Señor escoge para manifestarse a la persona que ha elegido desde antes de la fundación del mundo para su salvación. Sí, el lugar más impensable es apropiado para que un hijo pródigo se encuentre con el Padre que había abandonado para irse a un país lejano. Cualquier lugar es apropiado para que el hombre pueda encontrase con Dios.
Quienes hemos sido educados   en el catolicismo romano se nos ha enseñado que el único lugar donde puede producirse el encuentro con Jesús es en la Iglesia católica y en el sagrario que se dice reside Jesús en cuerpo presente. Se nos ha enseñado que en la iglesia, el templo, en donde se espira quietud y silencio es el lugar adecuado para establecer contacto con el Salvador mediante la oración.
La confesión de Jacob  que encabeza este comentario se produjo cuando el patriarca despertó del sueño nocturno acompañado de la visión de la escalera que unía el cielo con la tierra y el Señor encontrándose a lo alto de ella recordándole las bendiciones que le pertenecían como elegido de Dios. El lugar en donde pasó la noche Jacob era desértico y nada apropiado, según la Iglesia católica, para tener un encuentro con Dios. En el lugar en donde Jacob recostó su cabeza sobre una piedra era desértico. En él no había templo ni sagrario, pero se encontró con Dios.
En el Nuevo Testamento, cuando ya no hay nuevas revelaciones de Dios porque todo lo que Dios tiene que decir al hombre ya lo ha dicho, tenemos un conocimiento más amplio de dónde encontrar a Dios. Como Dios es Espíritu cualquier lugar es adecuado para que el no creyente pueda elevar una súplica a Jesús. Para el verdadero creyente no le es preciso dirigirse a un lugar concreto porque es portador de Dios: “¿No sabéis que sois templos de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?                (1 Corintios 3: 16). Dios, por el hecho de ser omnipresente se le puede encontrar en cualquier lugar. Por esta razón cualquier  lugar es tierra sagrada. Pero, de manera especial se encuentra en cualquier lugar en que esté presente una persona convertida a Cristo, que es templo del Espíritu. En el lugar más insospechado en que puede encontrarse el creyente puede alzar la mirada al cielo e invocar el Nombre del Salvador, que es el Camino que conduce al Padre celestial. En el lugar en donde se encuentre, sea desértico o en medio de una aglomeración de gente, puede alzar los ojos al cielo y en silencio pronunciar: “Padre mío que estás en el cielo…”, es decir, abrirle el corazón y exponerle todo aquello que en aquel momento le agobie. Se tiene la certeza de que Jesús en aquel momento está en aquel lugar para oír el clamor de quienes le buscan de corazón.


PROVERBIOS 21:2

“Todo camino del hombre es recto en su propia opinión, pero el Señor pesa los corazones”
El ser humano en general se mantiene inconmovible en su propia opinión, opinión muchas veces no contrastada, pero que defiende con  firmeza inusual, dejándose guiar por los sentimientos más que por la verdad. De ahí las discusiones acaloradas como dos gallos peleándose para hacer prevalecer la verdad de sus opiniones. La Palabra de Dios como no puede ser de otra manera denuncia la tendencia humana de considerar sus opiniones regla de fe. Irrenunciable.
“Todo camino del hombre es recto en su propia opinión”. Si el texto acabase aquí, el concepto que el hombre tiene   de su opinión, ésta no cambiaría jamás. La segunda parte del versículo dice: “Pero el Señor pesa los corazones”. Es una metáfora que indica que el Señor controla los pensamientos, los pone en la balanza de la justicia y son hallados faltos de peso. Otra metáfora para decir lo mismo, que las opiniones no son válidas, es la plomada que utiliza el albañil a la hora de tener que levantar paredes. La plomada es un instrumento muy sencillo. Consiste en una bolita de plomo atada a un cordel y se usa para determinar la verticalidad de la pared que se está levantando. Señala si la pared se desvía de la verticalidad y pueda corregirse antes de que sea demasiado tarde y tenga que derribarse el muro.
Espiritualmente hablando intentamos engañar al Señor que pesa los corazones. Las pesas que utiliza para pesar los corazones son del peso legal pues son su Ley y al ponerlas en la balanza determinan si los pensamientos se ajustan o no a la verdad de Dios.
En su necedad, el hombre intenta nivelar la balanza añadiendo al platillo de las opiniones lo que considera son buenas obras. El resultado es todo lo contrario pues lo que consigue es que el desequilibrio sea más notorio. ¿Cómo resolver el problema? Muy sencillo poniendo en el platillo de nuestras opiniones la sangre de Jesús que borra todos nuestros pecados. Entonces se equilibra la balanza porque nuestras opiniones injustas a los ojos de Dios son justas. Lo que no consiguen nuestras propias opiniones lo obtiene la sangre de Jesús. El combate de dos gallos enzarzados en un combate a muerte desaparece porque ambos contendientes entienden el nulo valor de las propias opiniones.




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