dilluns, 24 de febrer del 2020


ÉXODO 32: 31,32

“Te ruego, pues este pueblo ha cometido un gran pecado, porque se hicieron dioses  de oro, y que perdones ahora su pecado, y si no, bórrame ahora de tu libro que has escrito”
Israel acababa de cometer un grave pecado: había convertido al Señor que le había liberado de la esclavitud de Egipto, castigando a los egipcios  por la  dureza del corazón del faraón, con las conocidas diez plagas y haber cruzado en seco el Mar rojo y destruido al ejército egipcio que los perseguía sepultándolo bajo las aguas. El rostro del Libertador no lo vieron, pero, en su necedad e impaciencia de ir más deprisa que el tiempo del Señor, convirtieron al Invisible en la imagen de un becerro de oro al que ofrecieron holocaustos y presentaron ofrendas de paz, y se sentó a comer y a beber y se levantó a regocijarse (Éxodo 32. 6). Lo que Dios le dijo a Moisés: “Anda, desciende, porque tu pueblo que sacaste de la tierra de Egipto, se ha corrompido” (v.7).
Cuando Moisés descendió de la montaña de hablar con el Señor y llegó al campamento y vio con sus propios ojos el pecado de Israel, el texto describe el sentimiento de Moisés ante la envergadura del pecado cometido por su pueblo: “Ardió la ira de Moisés, y arrojó las tablas de sus manos, y las quebró al pie del monte” (v. 19). Movido Moisés por el amor que siente por su pueblo le ruega a Dios “que perdone ahora el pecado y si no lo haces bórrame de tu libro (el de la vida) que has escrito”. El amor que siente Moisés por su pueblo es digno de encomio, pero traspasa los límites permitidos. Nadie que esté inscrito en el libro de la vida puede ser borrado de él. La salvación del creyente es eterna y, como significa la palabra, no tiene fin. Quien ha sido comprado al precio de la sangre de Jesús es propiedad de Dios eternamente. Moisés no puede ser borrado del libro de la vida de Dios, como tampoco puede serlo cualquier creyente anónimo cuyos pecados hayan sido borrados por la sangre de Jesús.
A la petición que Moisés hace a Dios que le borre del libro de la vida que Él ha escrito, el Señor le responde: “Al que peque contra mí, a éste borraré yo de mi  libro” (v.33). Tú, le dice el Señor, sigue con tu trabajo de guiar a mi pueblo, “pero en el día del castigo, yo castigaré en ellos su pecado” (v.34). Hasta que no llegue el día del  castigo, Dios concede a los idólatras un período de gracia para que puedan arrepentirse de sus pecados. Finalizado el plazo, si no se ha producido el arrepentimiento se ejecutará la sentencia que se merece el pecado no lavado por la sangre de Jesús: condena eterna.


PROVERBIOS 26: 12

“¿Has visto un hombre que se considere sabio? Mas esperanza hay del necio que de él”
Una denuncia contra las personas que presumen de su sabiduría. Tienen un alto concepto de sí mismos. Son personas que se ponen en la parte alta del pódium y se ponen en el pecho la medalla en la que han gravado: Número 1. No les corresponde a las personas que se sitúen por encima del resto de los mortales porque este enaltecimiento es el inicio de su humillación. Tal vez no será visible en el tiempo presente pero se pondrá de manifiesto en la eternidad cuando se enfrenten al juicio  de Jesús y escuchen de sus labios: No te conozco. Arrojadle al fuego eterno en compañía de todos los que aquí en la tierra se han considerado sabios por desconocer que el principio de la sabiduría es el temor del Señor.
Mientras la muerte no nos venga a buscar, hay esperanza. Todavía los sabios en su propia opinión tienen la posibilidad de cambiar el concepto que tienen de sí mismos y poner los ojos en Jesús que es la Sabiduría eterna. Si por la misericordia del Señor son capaces de apartar sus ojos de sí mismos y ponerlos en Jesús empezarán a caminar por el sendero de la  verdadera Sabiduría. Dejarán de considerarse sabios en su propia opinión sino que, habiéndoseles abierto los ojos de la fe en Jesús, el Logos de Dios, entenderán que lo que antes consideraban  sabiduría   no era nada más que conocimientos humanos que no dejan ver nada más allá de la nariz. Entenderán que lo que consideraban sabiduría no era nada más que restos de la sabiduría que tenían en Adán antes de ser contaminada por el pecado. La desnudez de Adán y Eva pretendiendo taparla con los delantales cosidos con hojas de higuera que la sabiduría de Dios se ha perdido y se sustituye por la mentira de Satanás.
Los que se creen sabios en su propia opinión, ¡con cuánto fervor no clamarán a Dios, cuando se den cuenta de que ser sabios en la propia opinión no es nada más que necedad!,   que los vista con la túnica de lino blanco que significa que su pecado de rebelión contra Dios ha sido perdonado y recuperado la amistad con Dios.



Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada