PROVERBIOS 16: 24
“Panal
de miel son los dichos suaves, suavidad al alma y medicina para los huesos”
Al tratar el tema de la lengua
necesariamente tenemos que mencionar el texto de Santiago: Así también la
lengua es un miembro pequeño que se jacta de grandes cosas. He aquí ¡cuán grane
bosque enciende un pequeño fuego! Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad.
La lengua está puesta en nuestros miembros, y contaminando el cuerpo, e inflama
la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno” ( 3: 5,6). La legua es un órgano
neutro. Es la condición del hombre que la convierte en un panal de miel o en un
mundo de maldad.
Lo que contemplamos en nuestro alrededor
es la lengua como mundo de maldad porque los corazones de quienes la usan están “inflamados por el infierno”.
Son lenguas viperinas que destilan odio y muerte. Lo observamos a diario en
nuestras relaciones sociales y también con más bombo y platillo en las
proclamas incendiarias de algunos políticos que no tienen reparo alguno en disparar
a matar a sus oponentes que no comulgan con ellos. Las multitudes de las que
sale la elite política, en su mayoría son hijos del diablo y con sus lenguas
anuncian las obras malvadas que se proponen hacer. Andan de noche y difunden el
mundo de maldad en que se encuentran. Dejemos a un lado la lengua inflamada por
el infierno y, detengámonos en el texto que comentamos.
Detrás de las palabras que son “panal de
miel y medicina para los husos” se encuentra una persona que es un verdadero
hijo de Dios. Su corazón ha sido limpiado de todos sus pecados por la sangre de
Jesús. Es dirigida por el Espíritu Santo que habita en ella. Empieza a degustar
las delicias celestiales. La imagen de Jesús se va reflejando en sus dichos. Su
lengua destila amor, gozo, paz, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza,
es decir, panal de miel son sus dichos suaves y medicina para los huesos para
quien lo refleja su lengua y para los oídos de quienes escuchan los sonidos
celestiales emitidos por la lengua santificada por la sangre de Jesús.
SALMO 66: 3
“Decid
a Dios: ¡Cuán asombrosas son tus obras! Por la grandeza de tu poder se
someterán a ti tus enemigos”
El salmista nos invita a dirigirnos a
Dios reconociendo lo asombrosas y
poderosas que son sus obras. Si en la antigüedad cuando el hombre contemplaba
el firmamento estelado directamente con sus ojos podía reconocer la grandeza
del poder divino y lo maravillosas que son sus obras, ¡con cuan mayor motivo
deberíamos hacerlo hoy en día cuando para examinar el firmamento contamos con
los poderosos telescopios y las sondas espaciales que se adentran en las
profundidades del espacio sideral. Por un lado el macrocosmos espacial se nos
acerca y por el otro, el microcosmos celular se hace visible con la ayuda de
los potentísimos microscopios electrónicos que hace posible contemplar el
maravilloso mundo celular. Nuestra generación se adentra de manera espectacular
en la interioridad, tanto del macrocosmos como del microcosmos. La ceguera
espiritual induce a muchos a decir que las maravillas que contemplan son obra
del azar. Que su existencia es una casualidad.
Son incapaces de reconocer lo maravillosas que son las obras de Dios.
Los ateos, agnósticos, incrédulos se dejan escapar la oportunidad de acercarse
a Dios para agradecerle la maravillosa obra de la creación y asimismo de su
propia creación. Perdiéndose la oportunidad de reconocer que Él es la fuente de
su bienestar.
La segunda parte del texto que comentamos
tiene que ver con la manifestación del poder de Dios en la conversión de sus
enemigos. “Por la grandeza de tu poder se someterán a ti tus enemigos”. La
mayoría de los enemigos de Dios lo hemos sido silenciosos, quiero decir que no
éramos personas destacadas en el mundo y que nuestra conversión a Jesús no
ocasionó revuelo social más allá de los límites familiares. Más allá de un
pequeño círculo social, dejar de ser enemigo de Dios para someternos a Él no ha
trascendido. El mismo poder que necesitó Dios para que
personas socialmente desconocidas se sometiesen a Él es el que empleó para
hacer caer de su caballo a Saulo de Tarso, acérrimo perseguidor de cristianos.
En unanimidad de voz juntémonos los ex
enemigos de Dios, los anónimos y los públicos y notorios, para que proclamemos
a gran voz: “¡Cuán asombrosas son tus obras! Por la grandeza de tu poder se
someterán a ti tus enemigos”
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