EL DISCURSO DEL ODIO
<b>”Todo aquel que odia a su
hermano es un homicida” (1 Juan 3: 15) </b>
El periodista <b>Eusebio
Val</b> pregunta a la filósofa <b>Carlota Casiraghi</b>: ¿Qué
pasión negativa le inquieta más? He aquí la respuesta: “El dio. El discurso del
odio se infiltra por todas partes. Empieza por pequeñas frases, burlas,
estigmatizaciones. Es lo que me inquieta
más, excluir de la humanidad a una parte de las personas. ¿Por qué se llega a
pensar que a ellas no se les tiene que aplicar los derechos humanos? Eso es
insoportable. Hemos vivido hechos muy catastróficos de genocidio, y todavía
existen muchos lugares de extrema fragilidad en donde se puede desencadenar.
Pienso que no somos lo suficiente conscientes”.
Me quedo con: “pienso que no somos
suficiente conscientes”, para empezar a redactar el discurso del odio que es el
título que le he dado a este escrito. ¿Cuál es la causa de la falta de
conciencia que vende la filosofía del odio que se extiende como una mancha de
aceite? El odio es el efecto de una causa. ¿Cuál es la causa? Nuestra sociedad
ha abandonado a Dios. El vacío que ha dejado en el alma su ausencia debe llenarse con otra cosa. El ser humano ha
sido creado para tener a Dios en su interior. El alma no puede permanecer
vacía. La vacuidad debe llenarse. Si ha desechado a Dios que es el legítimo
inquilino, tiene que ir a buscar dioses que lo sustituyan. ¿Por dónde empezar?
Satisfacer el ego. De ahí nace el narcisismo. Yo soy el mejor. Todo el mundo
tiene que estar a mi servicio, y a todas horas. Lo diferente le enoja porque
daña a su ego. Le duele. No puede soportarlo. Amparándose en su supuesta fuerza
lucha contra lo inmediato. De ahí nace
el machismo y el feminismo. El racismo, la lucha entre razas. Las guerras de
religión: el islam contra el cristianismo. Los odios culturales tan en boga
hoy. Los nacionalismos exacerbados, los propios no deben excluirse. Los
fanatismos políticos de cualquier color…Todos son hijos del ego que no
encuentra paz porque no está en paz con Dios ni consigo mismo. El hecho de
haber defenestrado a Dios de sus vidas no significa que Él haya abandonado el
derecho de gobernar a la criatura que ha creado. Cuantos más conflictos crea
menos paz y con menos paz más conflictos. Es el pez que se muerde la cola. Sin
Dios el discurso del odio no tiene solución.
<b>Charles Baudelaire compara la
persona que odia con “el borracho en el fondo de la taberna que constantemente
apaga la sed con más alcohol”. Nunca tiene bastante. Para evitar el síndrome de
abstinencia debe inyectar más odio en el vano intento de satisfacer las
insensatas necesidades del alma. El ojo por ojo ciega a quien lo aplica en las
relaciones sociales.
Debido a que somos descendientes de Adán,
todos sin excepción somos engendrados en pecado. El odio es una manifestación
del pecado. El antídoto contra el odio es el amor de Dios. No el amor al
dinero. No el amor a la Patria. No el amor a la Iglesia. Estos amores engendran
odio. Únicamente el amor de Dios puede frenar la escalada de violencia que
engendra el odio que hace que la sociedad se encuentre en un estado de confrontación permanente.
Sobre la existencia de Dios el escritor
<b>Adrià Pujol Cruells</b> hace esta declaración: “No creer en Él
es de holgazanes. No creer en Él es muy científico, pero estás obviando una de
las grandes fuerzas que tenemos, que es la capacidad de trascendencia, de
pensar qué coño hacemos aquí. Creyente, no, descreído jamás. <b>Stephen
Hawking</b> pasó cincuenta años de su vida intentando demostrar que Dios
no existía y en el lecho de la muerte dijo que quizás un poco sí creía”. Si lo
que dice <b>Adrià Pujol</b>
de <b>Stephen Hawking</b> es cierto, se le pueden aplicar al
científico lo que el rey Agripa le dijo al apóstol Pablo en respuesta al
intento de convencerle que Jesús es real, no un mito: “Por poco me persuades a
hacerme cristiano” (Hechos 26: 28). Faltar poco para sr cristiano es lo mismo
que no serlo. No se posee el Espíritu Santo que da al creyente en Cristo el don
de amar. El amor de Dios en el creyente es el antídoto contra el odio. No hay
otra medicina. Los sucedáneos no sirven. Los tratamientos sicológicos y las
terapias de grupo, no funcionan. El llamado imperio de la ley puede atacar,
juzgar, condenar hechos concretos de
odio. No siempre lo consigue porque la parcialidad de los jueces lo impide.
Jamás puede atacar la causa del odio que es espiritual. A la causa, al hombre
no le está permitido meter la nariz. La causa del odio solamente tiene una
medicina: Jesús, no un Jesús folklórico como se evidencia en las procesiones de
Semana Santa. Es el Jesús que muere crucificado en la cruz del Gólgota y
resucitado en el tercer día. La sangre del Crucificado “limpia todos los
pecados” (1 Juan 1: 7), incluso el del odio. Los otros remedios son paliativos que dan la sensación de
curación. La enfermedad sigue viva en el fondo del alma esperando la oportunidad
de estallar con virulencia como lo hace el volcán cuando despierta de su sueño.
Octavi
Pereña i Cortina
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