SALMO 119: 71
“Bueno
me es haber sido afligido, para que aprenda tus estatutos”
La aflicción sin el consuelo del
Señor es un mal trago. No se la acepta.
Se la rechaza dándose cabezazos contra la pared. Es más doloroso el remedio que
la enfermedad. Para el incrédulo no existe otra manera de enfrentarse a la
adversidad. De ahí que sean tantos quienes a pesar de tener el Nombre de Dios
en sus labios no lo tienen en el corazón. Se ven obligados a cargar con
dolencias mentales como depresión, ansiedad y se ven forzados al consumo de
fármacos que lejos de curarlas dolencias
las agravan porque además de hacerlas crónicas tienen que cargar con el pesado
fardo de la adicción a los fármacos.
El salmista distinguiéndose de los impíos
que ven las aflicciones como enemigos que deben combatirse con todos los medios
disponibles, ve la aflicción como un amigo, cuando escribe: “Bueno me es haber
sido afligido, para que aprenda tus estatutos”. Para el salmista la aflicción
es el guía que le acerca al Señor y le mueve a abrir la Palabra de Dios que es
en donde se encuentran los estatutos divinos que por la inspiración del
Espíritu Santo son los medios con que el Dios misericordioso consuela al
afligido.
El apóstol Pablo escribiendo a los
cristianos en Corintio les dice: “Bendito sea el Padre de nuestro Señor
Jesucristo Padre de misericordias y Dios de toda consolación” (2 Corintios 1:3).
¡Qué finalidad tiene la consolación de Dios? ¿Qué nos la quedemos para disfrute
propio y que a los demás les parta un rayo? Los cristianos evangélicos por el
conocimiento que tenemos de la Biblia hemos asumido que tenemos que
evangelizar. A menudo decimos que no sabemos cómo hacerlo. Pues bien, la
consolación que recibimos de Dios es el maestro que nos enseña a evangelizar.
Fíjese bien el lector en lo que dice el apóstol Pablo: “El cual (Dios) nos
consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros
consola a los que están en cualquier tribulación, por medo de las consolaciones
con que hemos sido consolados por Dios. Porque de la manera que abundan en
nosotros las aflicciones de Cristo, así abundan también por el mismo Cristo nuestra
consolación” (vv. 4,3). El sufrimiento ajeno nos abre la puerta para que
podamos anunciar la consolación divina a quienes la ignoran. Si consolamos sin haber sido previamente
consolados por Cristo, lo hacemos de manera mecánica. Serán consolaciones que
no llegan a los corazones de las personas a las que pretendemos consolar. Pero
si las palabras reflejan la consolación recibida de Cristo consolaremos como si
fuese el mismo Jesús que lo hace por medio de nosotros. Es Él quien dice al que
sufre. “Ten fe”
HEBREOS 4: 2
“Porque
también a nosotros se nos ha anunciado la buena nueva como a ellos, pero no les
aprovechó el oír la palabra, por no ir acompañada de fe los que la oyeron”
Este texto nos esclarece el por qué ante la predicación del Evangelio
las personas reaccionan de manera distinta. A nosotros como a ellos se nos ha
anunciado la buena nueva, pero “a ellos no les aprovechó el oír la palabra por
no ir acompañada de fe”. La clave del dilema se encuentra en que unos tienen fe
y otros no. El mensaje del Evangelio llega a personas que están muertas en sus
delitos y pecados y por lo tanto incapaces de hacer nada para poder salir de la
trágica situación.
Hace muchos años leí, si es anécdota o
historia, no lo sé. Lo que sí sé es que la enseñanza es correcta. A un negro de
África se le preguntó porque siempre tenía en boca el nombre Jesús. Respondió
con un ejemplo gráfico que disipa todas
las dudas. El negro cogió un puñado de hierba seca e hizo con ella un círculo.
Cogió un gusano y lo puso en medio del círculo de hierba seca. Prendió fuego a
la hierba y cuando el gusano empezó a revolverse por el calor, sacó el gusano
impidiendo así que se achicharrase. Entonces dijo a quien le interrogaba: Yo
era este gusano y cuando iba a ser lanzado al fuego eterno vino Jesús y me sacó
del peligro. ¡No debo estar agradecido por la salvación que me ha concedido! De
alguna manera el negro de la historia escuchó la buena noticia del Evangelio de
nuestro Señor Jesucristo y como la fe es un don de Dios, es decir, un regalo que
Dios concede a quien quiere, el negro
por la gracia de Dios la recibió . La dádiva no se hace en base de la bondad de
quien la recibe, sino de la libre y justa voluntad de quien la concede. ¿No
tiene el alfarero la libertad de hacer con el barro que tiene en su mano una
vasija de honra y otra de deshonra? ¿Quién
podrá discutir su decisión? La elección de los salvados es un misterio
que no es dado a los hombres poder esclarecer. Lo tenemos expuesto en las
Sagradas Escrituras y tenemos que aceptar dicha doctrina. El texto que
comentamos debe despertar la humildad en nosotros y no ser sabios en nuestra
propia opinión. Recordemos el texto: “Porque también a nosotros se nos anunció
la buena nueva como a ellos, pero no les
aprovechó el oír la palabra, por no ir acompañada de fe los que la oyeron”
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