dilluns, 17 de juny del 2019


SALMO 119: 71

“Bueno me es haber sido afligido, para que aprenda tus estatutos”
La aflicción sin el consuelo del Señor  es un mal trago. No se la acepta. Se la rechaza dándose cabezazos contra la pared. Es más doloroso el remedio que la enfermedad. Para el incrédulo no existe otra manera de enfrentarse a la adversidad. De ahí que sean tantos quienes a pesar de tener el Nombre de Dios en sus labios no lo tienen en el corazón. Se ven obligados a cargar con dolencias mentales como depresión, ansiedad y se ven forzados al consumo de fármacos  que lejos de curarlas dolencias las agravan porque además de hacerlas crónicas tienen que cargar con el pesado fardo de la adicción a los fármacos.
El salmista distinguiéndose de los impíos que ven las aflicciones como enemigos que deben combatirse con todos los medios disponibles, ve la aflicción como un amigo, cuando escribe: “Bueno me es haber sido afligido, para que aprenda tus estatutos”. Para el salmista la aflicción es el guía que le acerca al Señor y le mueve a abrir la Palabra de Dios que es en donde se encuentran los estatutos divinos que por la inspiración del Espíritu Santo son los medios con que el Dios misericordioso consuela al afligido.
El apóstol Pablo escribiendo a los cristianos en Corintio les dice: “Bendito sea el Padre de nuestro Señor Jesucristo Padre de misericordias y Dios de toda consolación” (2 Corintios 1:3). ¡Qué finalidad tiene la consolación de Dios? ¿Qué nos la quedemos para disfrute propio y que a los demás les parta un rayo? Los cristianos evangélicos por el conocimiento que tenemos de la Biblia hemos asumido que tenemos que evangelizar. A menudo decimos que no sabemos cómo hacerlo. Pues bien, la consolación que recibimos de Dios es el maestro que nos enseña a evangelizar. Fíjese bien el lector en lo que dice el apóstol Pablo: “El cual (Dios) nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consola a los que están en cualquier tribulación, por medo de las consolaciones con que hemos sido consolados por Dios. Porque de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abundan también por el mismo Cristo nuestra consolación” (vv. 4,3). El sufrimiento ajeno nos abre la puerta para que podamos anunciar la consolación divina a quienes la ignoran.  Si consolamos sin haber sido previamente consolados por Cristo, lo hacemos de manera mecánica. Serán consolaciones que no llegan a los corazones de las personas a las que pretendemos consolar. Pero si las palabras reflejan la consolación recibida de Cristo consolaremos como si fuese el mismo Jesús que lo hace por medio de nosotros. Es Él quien dice al que sufre. “Ten fe”


HEBREOS 4: 2

“Porque también a nosotros se nos ha anunciado la buena nueva como a ellos, pero no les aprovechó el oír la palabra, por no ir acompañada de fe los que la oyeron”
Este texto nos esclarece  el por qué ante la predicación del Evangelio las personas reaccionan de manera distinta. A nosotros como a ellos se nos ha anunciado la buena nueva, pero “a ellos no les aprovechó el oír la palabra por no ir acompañada de fe”. La clave del dilema se encuentra en que unos tienen fe y otros no. El mensaje del Evangelio llega a personas que están muertas en sus delitos y pecados y por lo tanto incapaces de hacer nada para poder salir de la trágica situación.
Hace muchos años leí, si es anécdota o historia, no lo sé. Lo que sí sé es que la enseñanza es correcta. A un negro de África se le preguntó porque siempre tenía en boca el nombre Jesús. Respondió con  un ejemplo gráfico que disipa todas las dudas. El negro cogió un puñado de hierba seca e hizo con ella un círculo. Cogió un gusano y lo puso en medio del círculo de hierba seca. Prendió fuego a la hierba y cuando el gusano empezó a revolverse por el calor, sacó el gusano impidiendo así que se achicharrase. Entonces dijo a quien le interrogaba: Yo era este gusano y cuando iba a ser lanzado al fuego eterno vino Jesús y me sacó del peligro. ¡No debo estar agradecido por la salvación que me ha concedido! De alguna manera el negro de la historia escuchó la buena noticia del Evangelio de nuestro Señor Jesucristo y como la fe es un don de Dios, es decir, un regalo que Dios concede a quien quiere, el  negro por la gracia de Dios la recibió . La dádiva no se hace en base de la bondad de quien la recibe, sino de la libre y justa voluntad de quien la concede. ¿No tiene el alfarero la libertad de hacer con el barro que tiene en su mano una vasija de honra y otra de deshonra? ¿Quién  podrá discutir su decisión? La elección de los salvados es un misterio que no es dado a los hombres poder esclarecer. Lo tenemos expuesto en las Sagradas Escrituras y tenemos que aceptar dicha doctrina. El texto que comentamos debe despertar la humildad en nosotros y no ser sabios en nuestra propia opinión. Recordemos el texto: “Porque también a nosotros se nos anunció la buena nueva  como a ellos, pero no les aprovechó el oír la palabra, por no ir acompañada de fe los que la oyeron”





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