dimarts, 25 de juny del 2019


SALMO 119: 162

“Me regocijo en tu palabra como el que encuentra un  gran botín”
El Señor Jesús ilustra el regocijo que produce la Palabra de Dios en dos parábolas: la del tesoro encontrado y la perla de gran valor. Ambas se refieren al Reino de Dios. ¿Qué sabríamos del reino de los cielos si no fuese que lo enseña la Palabra?
En la parábola del tesoro escondido se intuye que el hombre que ara el campo es un asalariado. No es propietario del campo que labra. El arado destapa el cofre escondido bajo tierra. Al abrirlo descubre que está lleno de monedas de oro y joyas de gran valor. La alegría es inmensa por el hallazgo. Lo sacará de la pobreza y le permitirá vivir holgadamente por el resto de su vida. Pero el tesoro pertenece al dueño del  campo que labra. ¿Qué hará el afortunado? Esconde el tesoro hallado y “vende toldo lo que tiene y compra aquel campo” (Mateo 13: 44). “Me regocijo en tu palabra como el que encuentra un gran botín”.
Los cristianos evangélicos presumimos ser el pueblo de la Biblia. ¿Realmente lo somos? El estado de conservación de la Biblia  certifica el uso que se hace de ella. El ejemplar de la Biblia que tenemos en el estante de la librería, ¿conserva el buen estado  en que se encontraba en el momento de su compra o manoseado por el uso frecuente que se hace de ella? Si la Biblia tiene los desperfectos que indican el uso frecuente que su propietario hace de ella, indica que se regocija en la Palabra de Dios y la considera un valor más precioso que si hubiese encontrado una vasija llena de monedas de oro al derribar una pared de su casa.
La otra parábola, la de la perla de gran precio también enseña la importancia que tiene Dios para el lector. Un mercader busca buenas perlas. Afanosamente busca la que no tiene. Trata con todos los mercaderes de perlas. Al fin encuentra “una perla preciosa”. El hallazgo le produce una gran alegría. Seguramente hace entrega de una cantidad a cuenta al dueño de tan excelente perla. Vende todo lo que tiene y la compra (Mateo 13: 45,46).
Las dos parábolas comentadas nos enseñan algo muy valioso. Que la Palabra puede llegar a nosotros sin pensar en ella. Ya estamos bien con lo que no tenemos. Pero cuando nos llega y vemos el valor incalculable que tiene ya no podemos prescindir de ella. La ponemos en el primer lugar en nuestras vidas. En este caso, en un principio somos pasivos, cuando la tenemos nos desvivimos por ella. En el segundo caso se tiene conocimiento de que en algún lugar existe un tesoro de gran valor. Se inicia la búsqueda. Jesús dice: quien busca encuentra y quien pide recibe. Al tener en el corazón la Palabra de Dios se la guarda en él como el gran tesoro que es.



SALMO 124: 7

“Nuestra alma escapó cual ave del lazo de los cazadores, se rompió el lazo y escapamos”
Muchas personas se consideran libres porque pueden hacer los que les venga en gana. Pero desconocen que esta libertad en realidad es una esclavitud porque sus deseos los incita Satanás. Voluntariamente se ponen a las órdenes del Maligno. El salmista habla de escapar del lazo del cazador, de romper el lazo de la esclavitud, de liberarse del lazo de los cazadores.
El salmista escribe: “Bendito sea el Señor, que no nos dio por presa a los dientes de ellos…Nuestro socorro está en el Nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra” (vv. 6,8). El salmista reconoce que si no está atrapado por el lazo del cazador se debe a que  imposible ser su presa porque el socorro le ha llegado del Señor que ha hecho el cielo y la tierra, es decir, el Todopoderoso. Jesús es el Hombre más fuerte que Satanás, que nos libera de lazo que Beelzebú ha puesto alrededor de nuestro cuello para llevarnos dondequiera que él se proponga.
En cierta ocasión Jesús dijo a los judíos: “Si vosotros permanecéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres…Así que, si el Hijo del Hombre os libertare, seréis verdaderamente libres” (vv. 31,36). Jesús ha venido para deshacer la obra del diablo que en astucia maligna engañó a Eva y ésta con su zalamería hizo que Adán también comiese el fruto del árbol prohibido. Desde aquel instante, por nacimiento natural todos  nacemos siendo esclavos del diablo. Junto con del castigo llegó la misericordia de Dios. El Creador al vestir con pieles de animales, probablemente ovejas, que anunciaban que Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, estaba anunciando a Adán y Eva el Hombre fuerte que rompe el yugo de la esclavitud satánica. Lo trágico es que la dureza del corazón del hombre le impide reconocer que Jesús es el Libertador que necesita. Prefiere seguir siendo esclavo del diablo.
El Señor en su misericordia abre los ojos de los escogidos para salvación para que se den cuenta de la trágica situación en que se encuentran, les concede el don de la fe, regalo de Dios que les permite creer que Jesús libera de la esclavitud de Satanás y que con brazo fuerte los protege en su peregrinación hacia el reino de Dios que hoy se goza por fe  y que en el día de la resurrección se disfrutará plenamente. Si hoy, la libertad que Jesús concede a los suyos es tan maravillosa, aun cuando el pecado siga haciendo de las suyas, ¡cuán maravillosa no será la libertad plena cuando estemos en el Reino de Dios,  contemplando al Salvador glorioso, sin la más mínima muestra de pecado. Hoy por fe empezamos a disfrutar la plenitud del Reino de Dios.


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