SALMO 119: 162
“Me
regocijo en tu palabra como el que encuentra un
gran botín”
El Señor Jesús ilustra el regocijo que
produce la Palabra de Dios en dos parábolas: la del tesoro encontrado y la
perla de gran valor. Ambas se refieren al Reino de Dios. ¿Qué sabríamos del
reino de los cielos si no fuese que lo enseña la Palabra?
En la parábola del tesoro escondido se
intuye que el hombre que ara el campo es un asalariado. No es propietario del
campo que labra. El arado destapa el cofre escondido bajo tierra. Al abrirlo
descubre que está lleno de monedas de oro y joyas de gran valor. La alegría es
inmensa por el hallazgo. Lo sacará de la pobreza y le permitirá vivir
holgadamente por el resto de su vida. Pero el tesoro pertenece al dueño
del campo que labra. ¿Qué hará el
afortunado? Esconde el tesoro hallado y “vende toldo lo que tiene y compra
aquel campo” (Mateo 13: 44). “Me regocijo en tu palabra como el que encuentra
un gran botín”.
Los cristianos evangélicos presumimos ser
el pueblo de la Biblia. ¿Realmente lo somos? El estado de conservación de la
Biblia certifica el uso que se hace de
ella. El ejemplar de la Biblia que tenemos en el estante de la librería,
¿conserva el buen estado en que se
encontraba en el momento de su compra o manoseado por el uso frecuente que se
hace de ella? Si la Biblia tiene los desperfectos que indican el uso frecuente
que su propietario hace de ella, indica que se regocija en la Palabra de Dios y
la considera un valor más precioso que si hubiese encontrado una vasija llena
de monedas de oro al derribar una pared de su casa.
La otra parábola, la de la perla de gran
precio también enseña la importancia que tiene Dios para el lector. Un mercader
busca buenas perlas. Afanosamente busca la que no tiene. Trata con todos los
mercaderes de perlas. Al fin encuentra “una perla preciosa”. El hallazgo le
produce una gran alegría. Seguramente hace entrega de una cantidad a cuenta al
dueño de tan excelente perla. Vende todo lo que tiene y la compra (Mateo 13:
45,46).
Las dos parábolas comentadas nos enseñan
algo muy valioso. Que la Palabra puede llegar a nosotros sin pensar en ella. Ya
estamos bien con lo que no tenemos. Pero cuando nos llega y vemos el valor
incalculable que tiene ya no podemos prescindir de ella. La ponemos en el
primer lugar en nuestras vidas. En este caso, en un principio somos pasivos,
cuando la tenemos nos desvivimos por ella. En el segundo caso se tiene
conocimiento de que en algún lugar existe un tesoro de gran valor. Se inicia la
búsqueda. Jesús dice: quien busca encuentra y quien pide recibe. Al tener en el
corazón la Palabra de Dios se la guarda en él como el gran tesoro que es.
SALMO 124: 7
“Nuestra
alma escapó cual ave del lazo de los cazadores, se rompió el lazo y escapamos”
Muchas personas se consideran libres
porque pueden hacer los que les venga en gana. Pero desconocen que esta
libertad en realidad es una esclavitud porque sus deseos los incita Satanás.
Voluntariamente se ponen a las órdenes del Maligno. El salmista habla de
escapar del lazo del cazador, de romper el lazo de la esclavitud, de liberarse
del lazo de los cazadores.
El salmista escribe: “Bendito sea el
Señor, que no nos dio por presa a los dientes de ellos…Nuestro socorro está en
el Nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra” (vv. 6,8). El salmista
reconoce que si no está atrapado por el lazo del cazador se debe a que imposible ser su presa porque el socorro le
ha llegado del Señor que ha hecho el cielo y la tierra, es decir, el
Todopoderoso. Jesús es el Hombre más fuerte que Satanás, que nos libera de lazo
que Beelzebú ha puesto alrededor de nuestro cuello para llevarnos dondequiera
que él se proponga.
En cierta ocasión Jesús dijo a los
judíos: “Si vosotros permanecéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis
discípulos, y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres…Así que, si el
Hijo del Hombre os libertare, seréis verdaderamente libres” (vv. 31,36). Jesús
ha venido para deshacer la obra del diablo que en astucia maligna engañó a Eva
y ésta con su zalamería hizo que Adán también comiese el fruto del árbol
prohibido. Desde aquel instante, por nacimiento natural todos nacemos siendo esclavos del diablo. Junto con
del castigo llegó la misericordia de Dios. El Creador al vestir con pieles de
animales, probablemente ovejas, que anunciaban que Jesús es el Cordero de Dios
que quita el pecado del mundo, estaba anunciando a Adán y Eva el Hombre fuerte
que rompe el yugo de la esclavitud satánica. Lo trágico es que la dureza del
corazón del hombre le impide reconocer que Jesús es el Libertador que necesita.
Prefiere seguir siendo esclavo del diablo.
El Señor en su misericordia abre los ojos
de los escogidos para salvación para que se den cuenta de la trágica situación
en que se encuentran, les concede el don de la fe, regalo de Dios que les
permite creer que Jesús libera de la esclavitud de Satanás y que con brazo
fuerte los protege en su peregrinación hacia el reino de Dios que hoy se goza
por fe y que en el día de la resurrección
se disfrutará plenamente. Si hoy, la libertad que Jesús concede a los suyos es
tan maravillosa, aun cuando el pecado siga haciendo de las suyas, ¡cuán
maravillosa no será la libertad plena cuando estemos en el Reino de Dios, contemplando al Salvador glorioso, sin la más
mínima muestra de pecado. Hoy por fe empezamos a disfrutar la plenitud del
Reino de Dios.
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