dimarts, 11 de juny del 2019


JONÁS 1: 1,2

“Vino palabra del señor a Jonás, hijo de Amitai, diciendo: Levántate y ve a Nínive aquella gran ciudad, y pregona contra ella, porque ha subido su maldad delante  de mí”
Muchos creen que a Dios no le interesan los problemas humanos. Por decirlo de manera caricaturesca piensan que el Creador de todo lo existente y del hombre está tumbado en una hamaca debajo de una palmera caribeña sorbiendo un refresco contemplando la belleza de las aguas azules.
El texto que comentamos desmiente el concepto pasota que muchos tienen de Dios. Dios no solo se interesa  por los hombres sino que también desea que su interés sea compartido por su pueblo. Tal como enseña el libro de Jonás no es Dios quien se desentiende de los problemas humanos. En este caso es Jonás, profeta del Altísimo que por prejuicios raciales y religiosos no desea atender el llamado del Señor de que vaya a Nínive a anunciar el mensaje de salvación a un pueblo que se encontraba al borde de su destrucción si no se arrepentía de sus pecados.
Cuando el Señor le dice a Jonás “levántate” da la impresión de que el profeta estaba ocioso, de que estaba satisfecho consigo mismo, disfrutando de la salvación que por fe en el Señor disfrutaba. Tal vez ni tan siquiera se interesaba por el bienestar espiritual de su propio pueblo ya que según los mensajes proclamados por otros profetas no gozaba de buena salud espiritual.
Quizás el Señor le digiera a Jonás que no se excusase de no querer ir a Nínive pensando que primero tenía que ir a evangelizar a su propio país. Pero el Dios Salvador tiene unos planes que deben obedecerse a pesar de que no se comprendan. Nínive tenía un plazo de cuarenta días de existencia. Finalizado este período de gracia, la ciudad sería destruida.  ¿Por qué Nínive tenía que ser destruida? El Señor expone el motivo: “porque ha subido su maldad delante de mí”. Dios, antes de destruir siempre avisa. Noé conocido como “pregonero de justicia”, durante todo el tiempo que duró la construcción del arca salvadora anunció a su generación que un diluvio acabaría con la vida en toda la tierra. No se le hizo caso y aquella sociedad violenta pereció ahogada bajo las aguas que cubrieron toda la faz de la tierra. A pesar de que el profeta Jonás cumplió a regañadientes el encargo recibido de pregonar el arrepentimiento, los ninivitas creyeron y aquella generación de pecadores se salvó de la destrucción.
Antes de su ascensión a los cielos Jesús mandó a sus discípulos y a la iglesia incipiente que hicieran discípulos en todas las naciones. Para que este mandato pueda llevarse a cabo es preciso que los prejuicios raciales y religiosos desaparezcan. ¿Seremos como Jonás que los prejuicios nos impidan evangelizar y que tengamos que hacerlo de manera forzada? Jonás es una amonestación para que abandonemos los prejuicios que nos impiden anunciar las buenas noticias de salvación por la fe en Jesús a los extranjeros que viven entre nosotros.


SALMO 24: 3

“¿Quién subirá al monte del Señor? ¿Y quién entrará en su lugar santo?”
El salmista se pregunta: ¿Quién conoce realmente a Dios? El salmista no se refiere a los religiosos que practican la religión por el mero placer de ser considerados  buenas personas por sus conocidos aun cuando el veredicto del Señor no les sea favorable.
Un  fariseo y un cobrador de impuestos se encontraban orando en el templo. El primero se alababa a sí mismo ante Dios de las virtudes que presumía poseer. El segundo se humillaba ante el Señor reconociendo su condición de pecador. El veredicto de Jesús fue: “Os digo que éste, (el publicano) descendió a su casa justificado antes que el otro, porque cualquiera que se exaltase será humillado, y el que se humilla será exaltado” (Lucas 18:14). No es la religiosidad externa lo que atrae a Jesús, sino los motivos del corazón. Ante Jesús lo que cuenta son las intenciones del corazón.
A la pregunta planteada: ¿Quién conoce realmente a Dios? La responde el salmista diciendo: “El limpio de manos y puro de corazón, el que no ha elevado su alma a cosas vanas, ni jurado con engaño”. En la respuesta que da el salmista hay dos ingredientes que merecen una reflexión seria.
“El limpio de manos y puro de corazón”, característica que únicamente pueden adquirirse por la fe en Jesús cuya sangre derramada en el Gólgota limpia todos los pecados (1 Juan 1:7). La fe en Jesús muerto y resucitado hace que el pasado  sea pasado y que una nueva vida amanezca, amanecer que se caracteriza por una vida santa que a medida que el tiempo transcurra se va formando la imagen de Jesús, imagen que se hace más visible a medida que se vaya creciendo en santidad. La cualidad de santo que se recibe por la fe en Jesús hace posible que la limpieza de manos y pureza de corazón se vayan viendo públicamente. “La senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto” (Proverbios 4: 18).
“El que no ha elevado su alma a cosas vanas”. Antes de haber creído en Jesús como Señor y Salvador se seguían las vanidades. El dios dinero es una de ellas. Los dioses del deporte y del espectáculo forman parte de la feria de las vanidades a las que son adictos quienes no tienen a Dios en sus corazones. Los dioses de oro, plata  y otros materiales dominan el mundo de la religión sin Dios. En Jesús las vanidades son cosa del pasado. El verdadero creyente en Jesús tiene los ojos puestos en Él porque “no hay otro Nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4: 12)



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