SALM 123:1
“A
ti alzaré mis ojos, a ti que habitas en los cielos”
Existen muchas maneras de alzar los ojos.
Quienes vivimos en un país supuestamente
cristiano se nos apela a que miremos a santos/as y vírgenes, y cuando se
trata de Jesús a una supuesta imagen suya clavado en la cruz o yaciendo en las
procesiones de Semana Santa. Si el salmista viviese en nuestros días volvería a
escribir: “A ti alzaré mis ojos, a ti que habitas en los cielos”. Quienes han
inventado los santos y las vírgenes no han ideado nada sobrenatural. Se han
limitado a poner en pedestales a hombres y mujeres que siendo personas caídas
en pecado son incapaces de salvar.
El salmista aparata los ojos del hombre y
de los ídolos que fabrica y los pone en el Señor que habita en los cielos.
Lector querido, ¿dónde pones tu mirada? ¿Con qué imagen el salmista quiere
mostrarnos al Invisible que habita en los cielos? Para nosotros, el mundo que
el salmista pone ante nuestros ojos tal vez no nos diga nada. Tenemos que
intentar ponernos en la piel de los hombres de aquella época. Hoy, el mundo
laboral está regido por los derechos del trabajador en los países democráticos.
Si estos derechos no se respetan se organizan huelgas como protesta a su violación. También existe el derecho de
poder cambiar de empresa. Si el trabajador considera que no recibe los tratos
que considera ser merecedor, cambia de empresa.
En los tiempos del salmista imperaba la
esclavitud. Es muy posible que cuando el salmista se refiera a siervo y sierva
tenga en mente a los esclavos. Éstos no eran considerados personas, se los
suponía meros objetos sin alma sujetos al mercado de la oferta y de la demanda.
Eran personas sin derechos y muchas obligaciones. Visto así el panorama laboral
de la época del salmista es posible que
entendamos mejor como los ojos de
los siervos miran a la mano de sus señores, y como los ojos de la sierva a la
mano de su señora (v.2), la confortabilidad de los siervos y siervas
dependía del buen o mal humor con el que
los señores y señoras ponían los pies en el suelo al levantarse por la mañana.
Es lógico suponer que la servidumbre, por no decir esclavos, haría todo lo
posible para que sus señores estuviesen contentos para no ser castigados, a
menudo cruelmente.
El salmista no quiere decir que tengamos
que mirar al Señor con miedo de que Dios se levante de mal humor y nos azote a
la más mínima infracción. No. Lo que quiere enseñarnos es que nuestra mirada
esté siempre depositada en Él, porque de Él y únicamente de Él nos llega el
socorro que necesitamos. Imploremos como lo hace el salmista: “Ten misericordia
de nosotros, oh Señor, ten misericordia de nosotros” (v.3). “Como los ojos de
los siervos miran a las manos de sus señores, y como los ojos de la sierva a
los de su señora, así nuestros ojos miran
al Señor nuestro Dios, hasta que tenga misericordia de nosotros”.
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