JEREMIAS 4:3
“Porque
así dice el Señor a todo varón de Judá y de Jerusalén: Arad camino para
vosotros, y no sembréis entre espinos”
Un encargo que el profeta Jeremías
transmite a quienes están interesados en crecer espiritualmente. Para quienes
desean permanecer tal como están. Quienes no quieren luchar porque consideran
muy peligroso emprender una guerra espiritual, que no sigan leyendo. Quienes no
estén satisfechos con su condición actual con la colaboración del Espíritu
Santo, la lectura de este comentario es posible que les ayude a crecer
espiritualmente.
El profeta nos presenta un panorama agrícola
y nos ofrece un trabajo a realizar: Arar.
Un objetivo. No sembrar entre espinos. Debido a la maldición que cayó sobre la
tierra por el pecado de Adán, arar es un trabajo fatigoso que produce sudor.
Arar es un trabajo que exige esfuerzo.
Quien no dese esforzarse y sudar que se quede en casa tumbado en el sofá viendo
la televisión. Quienes no estén satisfechos con su estado espiritual actual y
deseen cambiarlo, que cojan el arado y emprendan la labor de arar en su corazón
para no sembrar entre espinos. Debido a que Satanás, el enemigo de nuestra alma
no duerme nunca, cuando nosotros dormimos se encarga de sembrar simiente de
malas hierbas en nuestro corazón. La tarea de labrar no se hace una sola vez al
año, debe repetirse cada día. Debe empezarse de madrugada confesando nuestros
pecados a Jesús para que su sangre derramada en la cruz del Gólgota los borre
todos, con lo que se consigue eliminar las malas semillas que el maligno ha
esparcido en nuestro corazón. Leer la Biblia y meditar en la lectura realizada
es un buen desayuno que nos dará fuerzas para emprender la jornada sin
desfallecer emprendiendo las tareas previstas y las imprevistas que se
presenten.
¿Por qué es tan importante arar para no
sembrar entre espinos? Cuando Jesús narra la parábola del sembrador dice que
“parte (de la simiente) cayó entre espinos y los espinos crecieron y la
ahogaron” (Mateo 13:7). Jesús explica el significado: “El que fue sembrado
entre espinos, éste es el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el
engaño de las riquezas ahogan la palabra y se hace infructuosa” (v.22). He ahí
la importancia de arar el corazón para no sembrar la palabra de Dios entre
espinos. Ello nos liberará del afán de este siglo y del engaño de las riquezas
que son el veneno que destruye al hombre que no cuida como se merece mantener
limpio el corazón de espinos.
JUAN 8:8
“Pero
ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando
desde los más viejos hasta los postreros, y quedó sólo Jesús y la mujer que
estaba en medio”
Los hombres que llevaron ante Jesús a la
mujer sorprendida en adulterio lo hicieron como jueces injustos, ¿Dónde se
encontraba el hombre que estaba con la
mujer cuando fue sorprendida en adulterio? La mujer culpable. ¿El hombre no?
¿Quiénes eran los hombres que trajeron a
la adúltera ante Jesús? Escribas y fariseos. Personas que se consideraban
estrictos cumplidores de la Ley de Moisés. Eran de aquellos que no querían
tener contacto con pecadores para no contaminarse. ¡Este celo no les impide
coger a la mujer pecadora para llevarla ante Jesús para que la condene!
Los cristianos no somos ciegos que guían
a ciegos para que todos caigan en el hoyo. Éramos ciegos como Bartimeo y los
otros ciegos a quienes Jesús les devolvió la vista. Lo ha hecho y vemos. Vemos
la realidad tal como es realmente. Sin deformarla por no tener ningún defecto
de visión. La realidad nos hace ver que, aun cuando Jesús nos ha perdonado y su
sangre derramada nos ha limpiado todos nuestros pecados, la verdad es que
seguimos siendo pecadores y que no debemos comportarnos como fariseos que ven
la mota en el ojo del vecino e incapaces de ver la biga en el propio.
Como Jesús nos ha devuelto la vista vemos
los muchos adulterios que se cometen a nuestro alrededor, pero no podemos ser
ultra ortodoxos porque esta actitud nos convertiría en cristianos fariseos.
Jesús pone el adulterio en el lugar que le corresponde cuando afirma que se
comete adulterio con solo mirar a una mujer para desearla. ¿Dónde se encuentra
el hombre que en su corazón jamás haya puesto los ojos en la mujer ajena para
codiciarla? Este hombre no existe. En este sentido Jesús tiene que decir a los
fariseos cristianos lo mismo que dijo a los escribas y fariseos que le
presentaron a la mujer sorprendida en adulterio para que la condenase: “El que
de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella”.
Es una acusación que traspasa el alma
que puede producir dos efectos. El uno es el que produjo en los escribas
y fariseos del relato que acusados por
su conciencia abandonaron el escenario, avergonzados sí, pero no arrepentidos,
como tampoco lo fue Judas que abandonó el cenáculo de noche poseído por
Satanás. El otro efecto es el que nos hace exclamar: ¡Señor, ten piedad de mí
que soy un pecador! Esta postura convierte a los jueces en médicos que buscan
la salvación de los adúlteros de nuestros días. ¡Cuántos médicos no se
necesitan!