CORRUPCIÓN VENCIDA
<b>La corrupción se convierte en
una metástasis cancerígena que invade todos los sectores de la
sociedad</b>
El tema de la corrupción está en boca de
todo el mundo. El Roto en una de sus viñetas describe a un hombre que se tapa
su boca y nariz con una mascarilla para protegerse de la polución ambiental en
la que se encuentra sumergida la persona en cuestión. En este caso a El Roto no
le interesa la contaminación ambiental generalizada, le preocupa la que descubre el texto que acompaña la imagen:
“¿A ver cuando eliminan el diesel de la política!” ¿Tiene solución el problema
de la corrupción?
Se dice que Diógenes iba por la calle
bajo un sol abrasador con un candil de aceite encendido en la mano. Se topa con
Alejandro el magno que le pregunta: “¿Por qué vas por la calle con el candil
encendido?” El filósofo le responde: “Busco
un hombre”. De hombres se ven muchos por doquier, pero un hombre, en el
pleno sentido de la palabra, qué difícil es encontrarlo. Groucho Marx nos
revela la manera de buscarlo cuando dice: “Solamente hay una manera de saber si
un hombre es honesto, preguntárselo. Si responde que sí, entonces sabes que es
corrupto”. La Biblia también indica la manera de hacerlo. Afirma que todos sin
excepción han pecado. Si se le pregunta a alguien si es pecador y responde que
no significa que el pecado de dicha persona no ha sido limpiado por la sangre
de Jesús y no ha sido transformada en una persona nueva. Es un corrupto porque
en ella sigue vivo el pecado que genera la corrupción.
Si no existe Dios como piensan algunos o
si alguna vez existió, pero está muerto, el problema de la corrupción es
insoluble. Unas perlas entre las muchas que tratan el tema de la corrupción:
“Si te corrompes no te pasará nada, si no lo haces eres un idiota. Ese es el
mecanismo que opera en la mente del español corrupto” (<b>Anxo
Augilde</b>). “Si a la avaricia le añades un cargo político tienes la
corrupción” (<b>Enrique Urbizán</b>, director de cine). “Una gran
parte de la corrupción se desconoce, porque se tapa por medio de acuerdos entre
los implicados” (<b>Manuel Villorio</b>, catedrático de ciencia
política de la Universidad Rey Juan Carlos). Mucho se escribe sobre la
corrupción. Se diagnostica el mal pero no se expende la receta.
Cuando Jesús llamó a Mateo, el cobrador
de impuestos, a seguirle y comió en su casa, los fariseos que se consideraban
ser buenas personas porque presumían ser
estrictos cumplidores de la Ley de Moisés, se quejaron a los discípulos de
Jesús diciéndoles: “¿Por qué come vuestro maestro con los cobradores de impuestos
y pecadores? Al oír esto, Jesús les dijo: Los sanos no tienen necesidad de
médico, sino los enfermos” (Mateo 9:11,12).
La prueba del algodón que descubre si las
personas son buenas o malas, si necesitan médico o no, son los Diez
Mandamientos. Este código de conducta si se lo analiza con honestidad y sin
prejuicios tiene la facultad de hacer ver a las personas si son pecadores,
personas espiritualmente corruptas que, si Dios en su misericordia no las
frena, son personas que potencialmente pueden llegar a cometer actos que cuando
los conocemos nos escandalizan. Los Diez Mandamientos “son nuestro mentor para
llevarnos a Cristo a fin de que seamos
justificados por la fe” (Gálatas 3: 24). Este es el secreto de la lucha contra
la corrupción. Algunos dicen que hablar demasiado del pecado hace que las
personas se preocupen y en consecuencia padezcan problemas de salud mental. Es
lo más lejos de la realidad esta opinión. Cuando espiritualmente nos miramos en
el espejo de la santidad que es Jesús inevitablemente resalta nuestra
inmundicia, cosa que nos hace exclamar: “Ten piedad de mí que soy pecador.” Un
verdadero creyente en Cristo se convierte en un luchador contra su propia
corrupción y con el arma que es la Palabra de Dios, la ajena. La lucha
finalizará en el día de la resurrección cuando poseyendo el cuerpo inmortal e
incorruptible, entonces “sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh
muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro tu victoria? ya que el aguijón de la
muerte es el pecado, y el poder del pecado es la ley (los Diez Mandamientos). Mas
gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor
Jesucristo” (1 corintios 15: 54-57).
Entretanto permanezcamos en la
tierra tal como es hoy tendremos que
luchar contra la corrupción propia y ajena. Con la resurrección y la implantación del reino de Dios esta
lucha será cosa del pasado porque en el Reino de Dios “no entrará en él ninguna
cosa inmunda o que hace abominación, sino solamente los que están inscritos en
el Libro de la Vida del Cordero” (Jesús) (Apocalipsis 21: 27). Las
frustraciones actuales serán historia pasada y olvidada.
Octavi
Pereña i Cortina
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