dilluns, 25 de febrer del 2019


MATEO 11.6

“Bienaventurado el que no halla tropiezo en mí”
Jesús el Príncipe de paz se convierte en motivo de contradicción. Jesús  lo afirma claramente cuando dice. “No penséis que he venido para traer paz a la tierra, no he venido para traer paz, sino espada. Porque he venido para poner en  disensión el hombre contra su padre, la hija contra su madre, y la nuera contra su suegra, y los enemigos del hombre serán los de su casa” (Mateo 10: 34-36). Entre los íntimos  es en donde se hace más evidente que la luz y las tinieblas  no pueden ir juntas. Las tinieblas aborrecen la luz. La rebelión de los ángeles contra Dios hace evidente que antes de la creación de Adán ya existía la confrontación de las tinieblas contra la luz. Hemos de asumir que este conflicto entre la luz y las tinieblas persistirá hasta el final del tiempo, por tanto, a nosotros de una manera u otra nos tocará participar en el combate.
Quienes no son verdaderos cristianos, como son parte de las tinieblas no tienen conflicto con ellas. Se encuentran a gusto danzando su música tenebrosa. Es a los verdaderos cristianos a quienes Pablo exhorta: “Fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza” (Efesios 6:10). El reino de las tinieblas tiene un rey que se llama Satanás. Comparado con nosotros es  invencible. Es por ello que el apóstol Pablo nos apremia a “vestirnos de toda la armadura de Dios para que podamos estar firmes contra las asechanzas del diablo” (v.2).
Los parientes que nos hacen la vida difícil debido a nuestra fe. Los gobiernos que persiguen a los cristianos por su fe, no son ellos nuestros principales enemigos, de alguna manera son marionetas manejados por Satanás. De la misma mera que persiguió a Jesús en su andar por este mundo, nos perseguirá igualmente a nosotros.  Palabras de Jesús: “Si a mí me han perseguido también os perseguirá a vosotros” (Juan 15:20). En la persecución nos identificamos con Jesús: “El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros perseguirán”.
En la lucha contra las tinieblas recordemos: “No tenemos lucha contra carne y sangre, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Por tanto tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes” (Efesios 6: 12,13). Recordemos las palabras de Jesús: ”No os dejaré huérfanos” (Juan 14:18).


1 REYES 11: 4-6

“Y cuando Salomón era ya viejo, y sus mujeres inclinaron su corazón tras dioses ajenos…Porque Salomón siguió a Astoret, diosa de los sidonios, y a Milcom, ídolo abominable de los amonitas. He hizo Salomón lo malo ante los ojos del Señor, y no siguió cumplidamente al Señor  como David su padre”
Un proverbio escrito por el mismo Salomón cuando la sabiduría divina inundaba sus corazón: “Y las moscas muertas hacen heder  y dar mal olor al perfume del perfumista, así una pequeña locura, al que es estimado como sabio y honorable” (Eclesiastés 10:1).
La degradación moral y sexual a que llegó Salomón en su vejez comenzó cuando se casó con la hija del faraón, cosa que no debería haber hecho nunca porque el Señor había prohibido explícitamente que sus hijos e hijas se casasen con gentiles pues los conyugues infieles llevarían por malos caminos a los fieles. La luz y las tinieblas no pueden ir juntas. Salomón no tenía excusa. “Y si anduvieres en ms caminos, guardando mis estatutos, como anduvo David tu padre, yo alargaré tus días” (1 Reyes 3: 14). Bien seguro que el casamiento de Salomón con la hija del faraón fue por razón de Estado. Pero, ¿es que el Señor no protegió a su padre David dándole victorias sobre sus enemigos? Mala cosa es apoyarse sobre la caña quebrada que es Egipto.
Bien cierto es que el casamiento de Salomón con la hija del faraón  fue el inicio del declive espiritual de Salomón, decadencia que se manifestó con del fausto con que se rodeó y los centenares de esposas y concubinas que lo convirtieron en adúltero. La suntuosidad palaciega y el buen nombre que gozaba Salomón entre los pueblos vecinos pueden hacernos pensar que su reino era el Reino de Dios en la tierra. Muy lejos de ser cierto. Cuando falleció Salomón y subió al trono su hijo Roboam, en su toma de posesión se descubre que el reinado de Salomón no se caracterizó precisamente por la justicia. Jeroboam como portavoz de las diez tribus que se separaron le dice al rey Roboam: “Tu padre agravó nuestro yugo, mas tú ahora disminuye algo de la dura servidumbre de tu padre, y del yugo pesado que puso sobre nosotros, y te serviremos” (1 Reyes 12: 4) Una mosca muerta hizo heder el perfume que inicialmente era Salomón. Un “pecado venial” como se llama a las pequeñas ofensas tiene el poder de destruir a una familia y puede ser el inicio de una escalada de agravios que llevan a un país a la ruina porque los gobernantes pierden de vista la justicia. No frivolicemos con el pecado. Considerémoslo como lo que realmente  es: una ofensa al Dios infinito que repercute en nuestras vidas porque el Señor no considera justo al injusto y castiga nuestras rebeliones. Una mosca muerta hace heder la fragancia en que nos ha convertido Dios por la fe en su Hijo Jesús.




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