dilluns, 25 de març del 2019


SALMO 137:5

“Si me olvido de ti, oh Jerusalén, pierda mi diestra su destreza”
Para los judíos Jerusalén era el objeto de sus  miradas porque en ella se encontraba el templo, el signo externo de la presencia de Dios entre su pueblo. Tan arraigado era este sentir que Daniel no tuvo inconveniente alguno de desobedecer el decreto del rey Darío, que por instigación de los enemigos del profeta condenaba a morir despedazado por los leones a cualquier persona “que en el espacio de treinta días demande petición de cualquier dios u hombre fuera de ti, oh rey” (Daniel 6:7). La reacción de Daniel cuando tuvo conocimiento el edicto fue: “Entró en su casa, y abiertas las ventanas de su cámara que daban hacia Jerusalén, se arrodillaba tres veces al día y daba gracias delante  de su Dios,  como lo solía hacer antes” (v.17). a pesar de que se exponía a ser condenado a muerte si se descubría que desobedecía el edicto del rey, persistió en su costumbre de hacer sus oraciones orientando sus ojos hacia Jerusalén en cuyo templo aun cuando estuviese en ruinas, simbólicamente estaba el Señor con su pueblo.
En la conversación que mantuvo Jesús con la samaritana junto al pozo de Jacob trataron el tema que abordamos. En nuestras oraciones, ¿debemos orar al Señor orientándonos hacia la Ciudad Santa? Jesús nos saca de dudas al decirle a la samaritana: “Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre” (Juan 4.21). Se acerca el momento en que localizarar Dios en un punto geográfico concreto es cosa del pasado. Jesús le da a la samaritana unas instrucciones que son la clave de cómo tienen que ser nuestras oraciones: “Mas la hora viene, y ahora es,  cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en  verdad, porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren” (v.28).
“¿No sabéis que sois templo de Dios”, dice el apóstol Pablo a los cristianos de Corinto, “y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?” (1 Corintios 8:16). Sea donde sea que nos encontremos, allí tenemos a Dios con nosotros porque cada uno de nosotros es templo de Dios que mora en nosotros. Si en algún lugar concreto tenemos que encontrar a Dios es en nuestro interior. Si en algún espacio tenemos que dirigir nuestra mirada de fe es en el cielo en donde el Padre está sentado en su trono de gloria teniendo a su diestra a Jesús intercediendo por nosotros para que nuestra fe no falte. Es así como tenemos que adorar en espíritu y en verdad como Jesús aconsejó a la samaritana.


ESDRAS 7:10

“Porque Esdras había preparado su corazón  para inquirir la Ley del Señor y para cumplirla, y para enseñar en Israel sus estatutos y decretos”
“Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón, porque de él mana la vida” (Proverbios 4:23). Adán y Eva recibieron de Dios el encargo de guardar el jardín en donde los había puesto el Señor. No lo hicieron. No solamente los expulsó, también murieron. Físicamente Adán murió a los 930 años (Génesis 5:5), pero instantáneamente en el momento en que inca el diente en  el fruto del árbol prohibido. Es muy importante que guardemos aquello que el Señor nos manda que guardemos. Esdras, siguiendo el consejo de Proverbios consideraba que su corazón era el jardín que tenía que cuidar con el máximo esmero. Lo protegía desbrozando diariamente los espinos que constantemente y de manera espontánea crecían ufanos en su alma con el fin de impedir que su exuberancia ahogase el delicado brote que germinaba de la semilla de la Palabra de Dios sembrada en su corazón  bien seguro que por sus padres.
Esdras había preparado su corazón. Desconocemos cuándo empezó a hacerlo. Tuvo que haber un comienzo porque nadie nace con un corazón que sea buena tierra, fértil, desbrozada para que la semilla de la Palabra de Dios crezca lozana. Nosotros tampoco hemos nacido siendo hijos de Dios. Lo hemos hecho siendo hijos del diablo y, en un momento de nuestra existencia, por un medio u otro el Señor sale a nuestro encuentro sembrando en nuestro corazón la semilla de la Palabra de Vida. En un principio en terreno pedregoso e infectado de semillas de espinos. La responsabilidad del recién nacido hijo de Dios es preparar su corazón para convertir el terreno árido en suelo fértil, quitando las piedras que dificultan el crecimiento de la buena semilla, arrancando los brotes de las malas hierbas, fertilizando el terreno  con el estiércol necesario para que la Palabra de Vida encuentre los nutrientes necesarios para crecer saludablemente.
¿Cómo se las arreglaba Esdras para conseguir que su corazón siguiese siendo tierra fértil? Ingiriendo la Ley del Señor y obedeciendo sus enseñanzas. ¿Qué dice Jesús al respecto? “Cualquiera que me oye estas palabras y las hace le compararé a un hombre prudente que edifica su casa sobre la Roca” (Mateo 7: 24). Para que la Palabra de Vida sembrada por Jesús en el corazón goce de buena salud es obligatorio obedecerla. Jesús denuncia a quienes son solamente oidores de la Palabra olvidándose de que deben también obedecerla. Esdras se había propuesto inquirir diligentemente en la Palabra para cumplirla con lo cual conservaba fértil  el suelo que era su corazón lo cual hacía que la Palaba de Vida creciese vigorosa  y dando fruto abundante.




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