SALMO 137:5
“Si
me olvido de ti, oh Jerusalén, pierda mi diestra su destreza”
Para los judíos Jerusalén era el objeto
de sus miradas porque en ella se
encontraba el templo, el signo externo de la presencia de Dios entre su pueblo.
Tan arraigado era este sentir que Daniel no tuvo inconveniente alguno de
desobedecer el decreto del rey Darío, que por instigación de los enemigos del
profeta condenaba a morir despedazado por los leones a cualquier persona “que
en el espacio de treinta días demande petición de cualquier dios u hombre fuera
de ti, oh rey” (Daniel 6:7). La reacción de Daniel cuando tuvo conocimiento el
edicto fue: “Entró en su casa, y abiertas las ventanas de su cámara que daban
hacia Jerusalén, se arrodillaba tres veces al día y daba gracias delante de su Dios,
como lo solía hacer antes” (v.17). a pesar de que se exponía a ser condenado
a muerte si se descubría que desobedecía el edicto del rey, persistió en su
costumbre de hacer sus oraciones orientando sus ojos hacia Jerusalén en cuyo
templo aun cuando estuviese en ruinas, simbólicamente estaba el Señor con su
pueblo.
En la conversación que mantuvo Jesús con
la samaritana junto al pozo de Jacob trataron el tema que abordamos. En
nuestras oraciones, ¿debemos orar al Señor orientándonos hacia la Ciudad Santa?
Jesús nos saca de dudas al decirle a la samaritana: “Mujer, créeme, que la hora
viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre” (Juan 4.21).
Se acerca el momento en que localizarar Dios en un punto geográfico concreto es
cosa del pasado. Jesús le da a la samaritana unas instrucciones que son la
clave de cómo tienen que ser nuestras oraciones: “Mas la hora viene, y ahora
es, cuando los verdaderos adoradores
adorarán al Padre en espíritu y en
verdad, porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren”
(v.28).
“¿No sabéis que sois templo de Dios”,
dice el apóstol Pablo a los cristianos de Corinto, “y que el Espíritu de Dios
mora en vosotros?” (1 Corintios 8:16). Sea donde sea que nos encontremos, allí
tenemos a Dios con nosotros porque cada uno de nosotros es templo de Dios que
mora en nosotros. Si en algún lugar concreto tenemos que encontrar a Dios es en
nuestro interior. Si en algún espacio tenemos que dirigir nuestra mirada de fe
es en el cielo en donde el Padre está sentado en su trono de gloria teniendo a
su diestra a Jesús intercediendo por nosotros para que nuestra fe no falte. Es
así como tenemos que adorar en espíritu y en verdad como Jesús aconsejó a la
samaritana.
ESDRAS 7:10
“Porque
Esdras había preparado su corazón para
inquirir la Ley del Señor y para cumplirla, y para enseñar en Israel sus
estatutos y decretos”
“Sobre toda cosa guardada, guarda tu
corazón, porque de él mana la vida” (Proverbios 4:23). Adán y Eva recibieron de
Dios el encargo de guardar el jardín en donde los había puesto el Señor. No lo
hicieron. No solamente los expulsó, también murieron. Físicamente Adán murió a
los 930 años (Génesis 5:5), pero instantáneamente en el momento en que inca el
diente en el fruto del árbol prohibido.
Es muy importante que guardemos aquello que el Señor nos manda que guardemos.
Esdras, siguiendo el consejo de Proverbios consideraba que su corazón era el
jardín que tenía que cuidar con el máximo esmero. Lo protegía desbrozando
diariamente los espinos que constantemente y de manera espontánea crecían
ufanos en su alma con el fin de impedir que su exuberancia ahogase el delicado
brote que germinaba de la semilla de la Palabra de Dios sembrada en su
corazón bien seguro que por sus padres.
Esdras había preparado su corazón.
Desconocemos cuándo empezó a hacerlo. Tuvo que haber un comienzo porque nadie
nace con un corazón que sea buena tierra, fértil, desbrozada para que la
semilla de la Palabra de Dios crezca lozana. Nosotros tampoco hemos nacido
siendo hijos de Dios. Lo hemos hecho siendo hijos del diablo y, en un momento
de nuestra existencia, por un medio u otro el Señor sale a nuestro encuentro
sembrando en nuestro corazón la semilla de la Palabra de Vida. En un principio
en terreno pedregoso e infectado de semillas de espinos. La responsabilidad del
recién nacido hijo de Dios es preparar su corazón para convertir el terreno
árido en suelo fértil, quitando las piedras que dificultan el crecimiento de la
buena semilla, arrancando los brotes de las malas hierbas, fertilizando el
terreno con el estiércol necesario para
que la Palabra de Vida encuentre los nutrientes necesarios para crecer
saludablemente.
¿Cómo se las arreglaba Esdras para
conseguir que su corazón siguiese siendo tierra fértil? Ingiriendo la Ley del
Señor y obedeciendo sus enseñanzas. ¿Qué dice Jesús al respecto? “Cualquiera
que me oye estas palabras y las hace le compararé a un hombre prudente que
edifica su casa sobre la Roca” (Mateo 7: 24). Para que la Palabra de Vida
sembrada por Jesús en el corazón goce de buena salud es obligatorio obedecerla.
Jesús denuncia a quienes son solamente oidores de la Palabra olvidándose de que
deben también obedecerla. Esdras se había propuesto inquirir diligentemente en
la Palabra para cumplirla con lo cual conservaba fértil el suelo que era su corazón lo cual hacía que
la Palaba de Vida creciese vigorosa y
dando fruto abundante.
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