JEREMIAS 3: 15
“Y
os daré pastores según mi corazón, que os apacienten con ciencia y con inteligencia”
Jeremías denuncia la fornicación
espiritual de Israel y Judá: “Convertíos hijos rebeldes, dice el Señor, porque
yo soy vuestro esposo, y yo tomaré uno de cada ciudad, y dos de cada familia, y
os introduciré en Sion” (v.14). El llamamiento del Señor a que un pueble rebele se vuelva a Él es
constante. El mismo sentimiento de conceder perdón sigue vigente hoy. Los
brazos extendidos dispuestos a abrazar a los hijos pródigos siguen alzados.
Como el padre de la parábola, el Padre celestial otea el camino para ver si en
la lejanía aparece el hijo que abandonó la familia y malgastó la herencia en
libertinaje.
Alejados de Dios los hombres son como
ovejas sin pastor. Andan extraviados y expuestos a que el diablo como león
rugiente se lance sobre ellos dispuesto a destruirlos. El Padre celestial al
igual que el padre de la parábola está dispuesto a perdonarlos y a hacerlos
gozar los deleites de Sion. Es imprescindible que desanden el camino que los ha
llevado a la miseria espiritual. Volver a Dios tiene sus consecuencias. Mientras
vivamos sin tener en cuenta a Dios buscamos pastores a nuestra medida.
Anunciamos: SE BUSCA PASTOR. Antes de aceptar a los candidatos como pastores se les concede un tiempo de
prueba para saber si su pastoreado será el adecuado. Pasado satisfactoriamente
la prueba se le reconocerá su autoridad pastoral. Pasado algún tiempo las
discrepancias aparecen y el pastor se ve obligado a buscarse otro rebaño. Los
pastores escogidos según la sabiduría humana no funcionan.
Cuando los pródigos vuelven al Padre y se
someten a su autoridad, entonces “os daré pastores según mi corazón, que os
apacienten con ciencia con
inteligencia”. Serán hombres temerosos de Dios, conscientes de que el
pastoreado no se ejerce a cambio de un salario. Recompensarlo monetariamente es
legítimo y debe hacerse con dadivosidad. Pero el jornal no es el motivo por el
que se ejerce el pastoreado. El buen pastor es un intermediario entre el Buen
Pastor que es Jesús y las ovejas que son el pueblo de Dios.
Los pastores que son según el corazón de
Dios que apacientan el rebaño con ciencia y con inteligencia poseen el Espíritu
del Pastor del salmo 23 que provee las necesidades espirituales del rebaño,
conoce a cada oveja por su nombre y las lleva a delicados pastos en donde
encuentran los alimentos que sus almas hambrientas del pan del cielo necesitan.
Camina delante de las ovejas y las lleva a descansar junto a aguas de reposo. A
diferencia de los pastores asalariados que dan de comer a las ovejas pastos que
han sido pisoteados y aguas turbias, los
buenos pastores que han sido escogidos por el Buen Pastor suministran el Pan de
Vida y el Aguja viva que es Jesús que satisfacen las necesidades de las ovejas
sedientas y hambrientas de Dios.
Vuélvanse las ovejas perdidas y
extraviadas al Señor y Éste les dará pastores que tengan el corazón de Dios.
PROVERBIOS 24: 10
“Si
fueres flojo en el día de la angustia, tu fuerza es muy pequeña”
Las reacciones ante el dolor ponen al
descubierto la calidad de la fuerza moral de las personas que las manifiestan.
Las imágenes patéticas de dolor que nos muestran la televisión y la sintonía de
los telespectadores ponen de manifiestos que la fuerza moral de las personas es
muy pequeña.
¿De qué sirven las campañas de apoyo a
las víctimas del terrorismo, de la violencia de género, de las masacres, si no
sirven para reforzar la debilidad de quienes muestran patetismo ante el
sufrimiento?
Marck Littleton narra la siguiente
historia: “Una misionera en Pakistán lo pasó muy mal cuando perdió a su hijo de
seis meses. Una anciana punjabí fue a visitarla y le dijo: “Una tragedia como
esta se parece a ser lanzado al agua hirviendo. Si eres un huevo, tu aflicción
te hará duro e insensible. Si eres una patata saldrás tierna y maleable,
flexible y adaptable”. La misionera comenta que, aun cuando pueda parecer
extraño muchas veces le pido a Dios: “Oh Señor, hazme una patata”.
Debido al pecado fuimos expulsados del
paraíso y nos introdujimos en una selva en la que hay muchos peligros. A pesar
de podamos habernos convertido a Cristo y nuestros pecados perdonados, no
dejamos de ser pecadores. En esperanza hemos recuperado el paraíso en el que el
dolor habrá desaparecido para siempre. Hoy, seguimos viviendo en la selva con
todos los peligros que en ella se
esconden. Debemos ser conscientes de que el dolor más o menos intenso jamás nos
abandonará en este mundo. Como la misionera era debemos pedirle a Dios: “Oh
señor, hazme una patata”.
“Invócame en el día de la angustia”, nos
dice el señor, “te libraré, y tú me honrarás” (Salmo 50: 15). Como cada día es
una jornada portadora de ciertas angustias, invocar al Señor debe ser una
acción permanente. No siempre podemos aislarnos en el secreto de nuestra cámara
para invocar formalmente al Señor, pero sí que podemos invocar secretamente a
Dios en las diversas situaciones de la vida en que podamos sentirnos
amenazados. Es así como podemos seguir el consejo. “Orad sin cesar”.
“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro
Señor Jesucristo, Padre de misericordia y Dios de toda consolación, el cual nos
consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros
consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación
con que nosotros somos consolados por Dios”
(2 Corintios 1: 3,4).
En un mundo en que el dolor se expresa
con tanto patetismo, los cristianos ¿lo expresamos con la serenidad con que se
debiera porque estamos en contacto directo con el Dios de toda consolación?
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