dilluns, 9 d’abril del 2018

1 JUAN 3: 14

“Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte”
La prueba del algodón que muestra si una persona es cristiana o no es el amor a los hermanos. No si uno asiste con regularidad germánica a los cultos dominicales. La jerarquía católica ve como indicios de recuperación religiosa la alta participación de público en las procesiones de Semana Santa. ¿La multitudinaria asistencia en estos actos es síntoma de que las multitudes son cristianas? Si no aman al hermano, no. Según el apóstol Juan permanecen muertas en sus pecados y delitos.
Martin Luther King, pastor evangélico y defensor de los derechos de los negros estadounidenses dijo algo que merece reflexión: “Hemos aprendido a volar como pájaros, a nadar como peces,  pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos”. El hecho de que seamos tan malos alumnos en la escuela del amor se debe de que a pesar que podamos ser muy religiosos, “permanecemos en muerte”. A pesar de que nuestros labios pronuncien el Nombre de Dios, nuestros corazones están muy lejos de Él. No conocemos a Dios. No sabemos quién es Él. Dios es amor y los cristianos que no aman al prójimo ponen de manifiesto que desconocen al Dios que es amor.
Por nacimiento natural todos nacemos siendo hijos del diablo y que deseamos hacer las obras de nuestro padre el diablo que son: mentiras y homicidios. Con tal progenitor, ¿cómo podemos amar a los hermanos? Es imposible que aprendamos el sencillo arte de vivir como hermanos. Jesús nos enseña como el hombre puede amar a su hermano cuando dice: “O haced el árbol bueno, y su fruto bueno, o haced el árbol malo, y su fruto malo, porque por el fruto se conoce el árbol. ¡Generación de víboras! ¿Cómo podéis hablar lo bueno siendo malos? Porque de la abundancia del corazón habla la boca. El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca buenas cosas, y el hombre malo, del mal tesoro saca malas cosas” (Mateo 12: 33-35). El problema de la falta de amor entre los hombres se encuentra en el hecho de que nacemos siendo árboles malos que únicamente pueden producir frutos malos.
“El auténtico amor”, dice David Roper, “es un regalo de Dios para que podamos seguir dándolo”. Recibimos este regalo cuando abandonamos la hipocresía de considerarnos buenas personas. En el momento en que reconozcamos la maldad que anida en nuestros corazones y la confesamos a Jesús que es el Médico divino que puede perdonarnos y hacernos hijos del Dios que es Amor. Solamente entonces el Espíritu Santo pone en nuestros corazones el amor de Dios que hace posible que comenzamos a caminar por la senda de amar a los hermanos.



JOEL 2. 3

“Delante de Él consumirá fuego, tras de Él abrasará llama, como el huerto de Edén será la tierra delante de él, y detrás de él como desierto asolado.ni tampoco habrá quien de Él escape”
El profeta Joel contrasta la  situación catastrófica en que se encontraba el pueblo de Dios con la felicidad existente en el Edén. En un principio, Adán y Eva, nuestros primeros padres, gozaban de la presencia de Dios. El jardín era un lugar de delicias. ¡Ah! Adán y Eva desobedecieron la orden de Dios de no comer del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal porque el día que de él comáis ciertamente moriréis. Así sucedió. Eva dudó de Dios e hizo caso a satanás. Comió del árbol prohibido y sedujo a Adán a hacer lo mismo. El resultado fue que el jardín de convirtió en un lugar inhóspito. En lugar de dar frutos deliciosos “maldita será la tierra por tu  causa, y con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá… Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra” (Génesis 3: 17-19). Un antes y un después muy acusado. Pero Dios no dejó al hombre abandonado a su suerte. Inmediatamente después de la Desobediencia Dios les propone una manera para recuperar el paraíso perdido al vestirlos con túnicas fabricadas con las pieles que el mismo Dios sacrificó. El primer sacrificio expiatorio lo hizo Dios derramando la sangre que simbolizaba la sangre que Jesús derramaría milenios después para perdón de los pecados.

El Salmo 1 hace una descripción de cómo será  el paraíso definitivamente recuperado en el que no habrá “ninguna cosa inmunda o que haga abominación y mentira, sino solamente los que están  inscritos en el libro de la vida del Cordero” (Apocalipsis 21:27), con estas palabras: “Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado, sino que en la Ley del Señor está su delicia, y en su Ley medita de día y de noche. Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas que da su fruto a su tiempo, y su hoja no cae, y todo lo que hace prosperará” (vv. 1-3). Dando fe de lo que dice el Salmo 1, Apocalipsis 22: 1-5 nos hace  de una descripción de cómo será el paraíso definitivamente recuperado: “Después me mostró un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono  de Dios y del Cordero. En medio de la calle de la ciudad, y a uno y al otro lado del río, estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto, y las hojas el árbol eran para sanidad de las naciones. Y no habrá más maldición, y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán, y verán su rostro, y su Nombre estará en sus frentes. No habrá allí más noche, y no tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque Dios el Señor los iluminará, y reinarán por los siglos de los siglos”. La muerte y la resurrección de Jesús es la garantía de que este es el lugar que Jesús está preparando para  quienes han creído en Él.

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