dimarts, 2 de gener del 2018

HEBREOS 12:2

“Puestos los ojos en Jesús, el Autor y consumador de la fe”
El mensaje es claro. La mirada puesta en Jesús porque en Él no hay sombra de pecado y porque Él es el Autor de nuestra salvación. Al contemplar la santidad de Jesús se pone de manifiesto la inmundicia del ser humano. A medida que la mirada se va apartando de Jesús se la va poniendo en el hombre, con lo cual “maldito el hombre que confía en el hombre,…y su corazón se aparta del Señor” (Jeremías 17:5).
Joan Josep Omella, arzobispo de Barcelona nos invita a apartar los ojos de Jesús cuando en su escrito: “Navidad o la humildad de Dios”, nos aconseja de seguir el ejemplo de Francisco de Asís que en el año 1223 “tuvo la inspiración de reproducir en vivo el nacimiento de Jesús. Una preciosa tradición que hemos de conservar. Animo a las familias a colocar el belén en sus hogares. Que la contemplación del nacimiento…nos aumente a experimentar de forma concreta, viva  y actual la humilde grandeza del acontecimiento del nacimiento del Niño Jesús”. El arzobispo nos está diciendo que debemos ir a Jesús con la ayuda de un mediador, en este caso de un belén. En otros, de María, de los santos y de la misma iglesia. Puesta en práctica esta teología no debe extrañarnos que los mediadores de fabricación humana sean cada vez más ensalzados y que el único Mediador entre Dios y el hombre que es Jesús quede relegado a un segundo plano y, en muchos casos, totalmente olvidado.
“Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a sr cabeza el ángulo.  Y en ningún otro hay salvación, porque no hay otro Nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:11,12). Pongamos, pues, los ojos “en Jesús, el Autor y consumador de la fe”.
Jesús conversando con Nicodemo “un principal entre los judíos” que se supone que si no era un “doctor de la iglesia judía”, debería ser versado en la Ley. A este erudito Jesús lo remite a Levítico 21: 4-9) en donde “habló el pueblo contra Moisés” y en consecuencia “el Señor envió  entre el pueblo serpientes ardientes que mordían al pueblo, y murió mucho pueblo de Israel”. Para acabar con la plaga el Señor mandó a Moisés que hiciese “una serpiente ardiente, y ponla sobre una asta, y cualquiera que fuese mordido y mirase a ella vivirá”. Más tarde, el rey Ezequías “hizo pedazos la serpiente de bronce que había hecho Moisés, porque hasta entonces le quemaban incienso los hijos de Israel” (2 Reyes 18: 4). Lo que fue un símbolo de salvación se convirtió en objeto de adoración. Al llevar Jesús a Nicodemo a recordar un hecho histórico lo hace con el propósito de enseñarle el significado que tenía la serpiente de bronce: “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda más tenga vida eterna” (Juan 3: 14,15). De la misma manera que los israelitas convirtieron a la serpiente en un ídolo los obispos lo hacen con el “Jesusito” de los belenes cuando los bendicen. La mirada de fe la debemos poner en el Jesús muerto y resucitado para salvación del pueblo de Dios.


SALMO 51: 5

“He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre”
La expresión teológica “pecado original” no aparece en la Biblia. Sirve para expresar el hecho de que todas las personas por el mero hecho de haber sido concebidas son engendradas pecadoras. El rey David después de haber sido amonestado por el profeta Natán por su pecado de adulterio e indirectamente haber asesinado a Urías el esposo de la mujer ultrajada, escribe el salmo 51. El  versículo 5 reconoce la universalidad del pecado. De que no hay nadie justo. Y que por el hecho de que todos hemos pecado, todos, sin excepción, estamos destituidos de la gloria de Dios.
El texto que transcribo de Joan Josep Omella, arzobispo de Barcelona, merece una reflexión: “Esta Navidad, os animo a contemplar con gozo a nuestros niños y a descubrir en ellos la mirada del niño Jesús”. El arzobispo barcelonés nos presenta una imagen idealizada de la infancia que no se ajusta a la realidad. Cuando contemplamos a un bebé sonriendo en la cuna acostumbramos a decir: ¡Qué guapo, sí parece un angelito! Cuando a este mismo bebé lo contemplamos chillando, pataleando por conseguir algo, deja de ser un angelito para convertirse en un monstruo. No se puede idealizar a la infancia.
Dada la condición pecadora de los niños, por buenos que sean dentro de los límites que implica ser buenos, jamás debemos contemplarlos con la posibilidad que nos puedan proporcionar un bien espiritual. Creo que el arzobispo  se excede cuando dic que hemos de “contemplar con gozo a nuestros niños y descubrir en ellos la mirada del niño Dios”
Los niños, a pesar de su apariencia angelical pueden llegar a cometer los crímenes más atroces. La historia nos muestra la perversidad de personas que se han criado en un buen entorno. Los padres jamás deben mirar a sus hijos esperando ver en ellos al “niño Dios”, sino como pecadores que como David necesitan un Natán que les haga ver su pecado que les lleve a confesar: “En maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre”.
Los padres jamás deben ver a sus hijos como ejemplo a imitar. El único modelo perfecto, sin efecto, sin pecado, es Jesús. Contemplarlo a Él  pone de manifiesto el pecado de los padres y la necesidad del perdón que Dios concede por la fe en su Hijo
David pide a Dios: “vuélveme el gozo de tu salvación”. ¿Qué ocurre  cuando alguien hace esta súplica? La tal persona está segura de su salvación y, de la abundancia del corazón habla la boca: “Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos, y los pecadores se convertirán a ti”. Los padres que por fe miran a Jesús clavado en la cruz se convierten en los instrumentos que el Señor utiliza para que sus vástagos que por nacimiento natural son hijos del diablo puedan convertirse por la fe en Jesús en hijos de Dios.


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