1 REYES 18: 17
“Y
cuando Acab vio a Elías, le dijo: ¿Eres tú el que perturbas a Israel?”
Una larga sequía de tres años abocó a
Israel a la miseria. Finalizado el tiempo determinado por el Señor, Elías
recibe el encargo: “Ve, muéstrate a Acab, y yo
haré llover sobre la tierra” (18:1). Cuando Elías se encuentra con el rey Acab
éste le dice al profeta las palabras del
texto que comentamos. Las palabras del monarca indican que en él no hay la más
mínima responsabilidad por la catastrófica situación en que se encuentra el
país. “¿Eres tú el que perturbas a Israel?” De Acab la Biblia dice: “Y Acab
hijo de Omri hizo lo malo ante los ojos del Señor, más que todos los que
reinaron antes de él” (1 Reyes 16:30). El profeta anuncia la sentencia por la
impiedad del monarca: “Vive el Señor Dios de Israel en cuya presencia estoy,
que no habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra” (17:1). Desde
el momento en que Elías predice la sequía hasta su reencuentro, Abdias,, siervo
de Acab, le dice al profeta: “Vive el Señor tu Dios, que no ha habido nación ni
reino a donde mi señor no haya enviado a buscarte, y todos han respondido: No
está aquí, y a reinos y naciones ha hecho jurar que no te han hallado” (18:10).
Para Acab Elías se había convertido en el enemigo público número uno de Israel.
En palabras de hoy Elías sería el terrorista más buscado. ¿Era Elías el
perturbador de Israel? ¿Era el profeta
el responsable de tan grave sequía? No. Elías era tan solo el heraldo del Rey que
juzga y castiga la deslealtad de su vasallo Acab.
¿Qué le responde Elías a Acab de su
acusación de ser el perturbador de Israel? “Yo no he turbado a Israel, sino tú
y la casa de tu padre, dejando los mandamientos del Señor, siguiendo a los
baales” (18:18). La sequía no solamente afecto a Israel, países adyacentes
también la padecieron. La viuda con el hijo que estaban a punto de morir de
hambre, a los que el profeta salvó de la muerte, eran de Serepta de Sidón.
Las graves sequías que afectan a grandes
extensiones de África y en otras zonas del mundo, los terremotos, las
inundaciones catastróficas, la deforestación de las selvas por la mano del
hombre, los incendios forestales naturales o provocados, todo ello y mucho más
lo consideramos “catástrofes naturales”. Pero no, detrás d todo ello se
encuentra la mano de Dios que castiga a los hombres por haber dejado “los
mandamientos de Dios, y seguido a los baales”. Los baales los podemos sustituir
perfectamente por los dioses de las zonas devastadas por las catástrofes
naturales”. En los países cristianos afectados por las “catástrofes naturales”
los baales son sustituidos por los santos/as, vírgenes que suplantan al Dios
único y verdadero.
Acab
acusa a Elías de perturbador. Los afectados por las “catástrofes naturales”
acusan a Dios por no protegerlos. Si Dios hablase hoy por medio de un profeta,
¿qué les diría a aquellos que lo acusan de desentenderse de ellos? “Yo no he
turbado vuestro país, sino vosotros y la casa de vuestro padre que habéis
dejado mis mandamientos para ir en pos de los dioses que os habéis hecho con
vuestras manos, que tienen ojos para ver pero no ven, oídos para oír pero no
oyen; manos que no ayudan, y pies que no los acercan a vosotros. Abandonadlos y
volveos a mí, Jesús, el Hijo de Dios vuestro Salvador.
1 REYES 8: 35,36
“Si
el cielo se cerrase y no lloviese, por haber ellos pecado contra ti, y te
rogaran en este lugar y confesaren tu Nombre, y se volvieren del pecado, cuando
los afligieres, tú oirás en los cielos, y perdonarás el pecado de tus siervos y
de tu pueblo Israel, enseñándoles el buen camino en que anden, y darás lluvia
sobre la tierra, la cual diste a tu pueblo
por heredad”
Estamos pasando por una grave sequía que
amenaza el suministro de agua potable en algunas poblaciones y la producción
agrícola por la escasez de agua de riego. Hasta el presente no tengo
conocimiento de que se vayan a organizar procesiones y rogativas a santos y
vírgenes locales para suplicarles que las nubes transporten agua.
Los versículos que comentamos no
solamente tienen que ver con el Israel nacional. Tal como enseñan los
versículos 41-43 las bendiciones de Dios también alcanzan a los extranjeros y
se cumplen determinadas condiciones.
La extrema sequía que soportan algunos
países va más allá el cambio climático. En un mundo que se seculariza y en
donde la religión es una tradición sin relación íntima con Dios, no gusta
relacionar los problemas hidrológicos con el Creador. Prefieren afrontar el
problema de manera científica, olvidando que el grifo del agua lo abre y cierra
Dios, no la ciencia. Esta intenta abrirlo pero no puede.
Si las nubes no transportan agua es “por
haber ellos pecado contra ti”. Pecado es una palabra que se pretende eliminar
del diccionario. Aun cuando se consiguiera, la rebeldía contra Dios
persistiría. Quiérase o no el hombre es un pecador que da la espalda a Dios. Se debe reconocer
que hemos pecado contra Dios y que en vez de seguirle a Él lo hemos hecho a
otros dioses de fabricación humana. La solución a los problemas hidrológicos es
que los hombres rueguen al Dios único y verdadero y abandonen el pecado. Si no
se produce una conversión masiva como la que se produjo en Asiria a la
predicación de Jonás, en donde desde el rey hasta el último súbdito se
arrepintieron de sus pecados y la destrucción que pendía de un hilo, se retrasó
hasta que Nabucodonosor rey de Babilonia la conquistó, no saldremos del
atolladero
No
es cuestión de apedazar el problema del pecado y de la relación con Dios. A los
habitantes de la Tierra se les debe enseñar “el buen camino en que anden, y darás
lluvia sobre la Tierra”. Los hombres deben desnudarse ante Dios. Deben
despojarse de sus delantales cosidos con hojas de higuera y que su injusticia
sea tapada con las túnicas de lino blanco que representan que sus pecados han sido lavados con la sangre
de Jesús. Dudo que la conversión masiva
a Jesús sea un hecho. La Biblia no da pie a creerlo. Pero cada persona
realmente convertida a Jesús se convierte en ciudadano de la Jerusalén
celestial en donde en el día de la resurrección le espera un río limpio de agua
de vida resplandeciente como cristal que sale del trono de Dios y del Cordero.
En medio de la calle de la ciudad, y a uno y otro lado del río, está el árbol
de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto, y las hojas del
árbol son sanidad para las naciones. El jardín convertido en desierto recupera
la lozanía perdida.
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