SANTIAGO 3: 5
“He
aquí cuán gran fuego enciende un pequeño fuego”
Estas palabras del escritor sagrado
ilustran el espantoso incendio forestal que ha arrasado extensiones enormes de
tierra gallega, consumiendo propiedades y provocando muertes anticipadas. Pero
Santiago no está preocupado por los daños físicos que pueden provocar un
incendio forestal, aunque bien seguro lo estaría ante un fuego real, sino por
los daños que puede producir una lengua descontrolada activada por Satanás.
Si una colilla lanzada desde un coche que circula por de una
zona forestal puede iniciar un gran fuego, “así también la lengua es un miembro
pequeño que se jacta de grandes cosas” (Santiago 3:5).
¿Por qué la lengua siendo un miembro tan
pequeño puede hacer tanto daño? Porque “la lengua es un fuego, un mundo de
maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el
cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el
infierno” (v.6). He aquí la perversidad de la lengua: “es inflamada por el
infierno”. La tecnología en sí misma no es ni buena ni mala. Es lo uno o lo
otro según sea la persona que la usa. La lengua no es ni buena ni mala. Es una
cosa u otra según la condición moral de la persona que la mueve.
Dada la condición moral de la mayoría de
las personas se utilizan las palabras como armas para destruir. De esta manera
se ha puesto de manifiesto durante el conflicto político entre Catalunya y
España en que se han dicho palabras que han salido de la boca de algunos
políticos como bombas incendiarias para destrozar al oponente político. Del
corazón airado salen palabras de las que después de dichas uno tendrá que
arrepentirse. Pero el arrepentimiento siempre llega tarde. Las palabras son
como las plumas lanzadas al viento que cuando se pretende recogerlas es
imposible hacerse con todas ellas para ponerlas en el saco. El mal hecho con
palabras incendiarias no se no se puede deshacer del todo. Siempre quedan
ascuas que producen heridas que no acaban de cicatrizar.
¿Puede una fuente manar agua potable si
el origen de donde procede está contaminado? ¿Verdad que no? Así tampoco de un
corazón inflamado por el infierno no puede salir palabras para edificar, construir. Las palabras que
brotan de un corazón inflamado por el infierno son como gasolina que se derrama
sobre el fuego. En vez de apagarlo lo aviva.
No se puede pedir peras al olmo. El árbol
malo debe hacerse bueno. Ya está demostrado que la educación no lo consigue. Ni
la religión por mucho que lo pretenda. Solamente existe una solución: Jesús.
Con su muerte y resurrección hace posible que quienes crean en Él se convierten
en árboles buenos. Jesús y nadie más que
Jesús es el Árbol que convierte el agua amarga en dulce.
DEUTERONOMIO
32: 10
“Le
halló en tierra de desierto, y en yermo de terrible soledad, lo trajo
alrededor, lo instruyó, lo guardó como la niña de su ojo”
Durante la larga travesía por el
desierto, aparentemente dejado a su suerte, la columna de nube y de fuego
protegía a Israel “para guiarlos por el camino y de para alumbrarlos, a fin de
que anduviesen de día y de noche” (Éxodo 13: 21). La presencia del Señor estaba
con ellos de día y de noche.
El texto que comentamos hoy muestra una
manera muy peculiar de protegernos Dios. Dios que guardó a Israel “como la niña
de su ojo”. El ojo es la parte más sensible del cuerpo. La más ínfima partícula
de polvo le produce un fuerte malestar. La luz resplandeciente del sol le
obliga a cerrar los párpados. El Señor nos viene a decir en este texto que con
la rapidez instantánea como actuamos para proteger el ojo de un elemento
extraño que lo perjudica, así el Señor reacciona para protegernos. El Señor que
había sacado con mano fuerte a Israel de la esclavitud egipcia seguiría
protegiéndolo durante la travesía del desierto y a lo largo de toda su
historia. Dios, por el don de la fe en su Hijo Jesucristo nos libra de la
esclavitud del pecado y de Satanás. En aquel instante se inicia un peregrinaje
que nos lleva desde la pertenencia a un reino temporal hacia el reino eterno de
Dios. El reino temporal al que seguimos perteneciendo a pesar de habernos
convertido en ciudadanos del Reino de Dios no está gobernado por la persona que
lo preside, sino por Satanás, que es el dios de este mundo. Satanás no quiere
que abandonemos el Egipto que gobierna. El antiguo Israel es una muestra de
ello. Obligado, dejó salir de Egipto a Israel. Al poco tiempo salió en
persecución de los fugitivos para hacerles volver a la esclavitud: Pero el Faraón y su ejército
pereció ahogado en las aguas del Mar Rojo. Los cristianos que hemos abandonado
Egipto todavía no hemos llegado a la Jerusalén celestial. Peregrinamos hacia
ella. Desconocemos la duración de nuestro viaje. Solamente el Rey lo sabe. Lo
que sí conocemos es que el Señor nos “guarda como la niña de su ojo.
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