ESPERANZA DE VIDA
<b>La
criopreservación es un negocio que esquila a quienes creen que la ciencia va a
resucitarles un día</b>
En
<i>Científicos en busca de la longevidad</i>,
<b>GuillermoAbril</b> describe las diversas técnicas que se emplean
para alargar la vida. Podemos alargarla, pero no podemos dar inmortalidad.
“Porque la paga del pecado es la muerte” (Romanos 3:23), la consecuencia lógica
es que todos moriremos. El gerontólogo inglés <b>Aubery Grey</b>
dijo: “Desarrollaremos estrategias que
harán marcha atrás al reloj del envejecimiento”. Percibimos que este propósito
se consigue, pero la muerte siempre vence. La sentencia dictada por Dios a
Adán: “Mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día
que de él comas, ciertamente morirás” (Génesis 2:17). Adán vivió 930 años y
murió. Lo mismo le ocurre a toda su descendencia. Matusalén el más longevo de
todos los hombres que vivió 969 años, también murió.
El
bioquímico Juan Carlos Izpisúa que trabaja en el Instituto Salk de California,
explica: “Tuve una infancia bastante feliz, pero dura. Mi madre no tenía medios
y no sabía leer ni escribir. Sacó adelante tres niños ella sola. Mi padre no
estaba, nunca estuvo. Y para ella fue muy difícil. Quizás viendo cuidando de
mis abuelos enfermos, sin ninguna esperanza de nada, me llevó a preguntarme
este tipo de cosas: ¿Qué hacemos aquí? ¿Esto de qué va? ¿Para qué sirve nuestra
existencia? Lo que hago hoy, en definitiva, es entender cómo se desarrolla la
vida. Cómo a partir de una célula se generan 250 tipos celulares que
constituyen el ser humano. Y como esto se controla y se descontrola y nos lleva
a la muerte o a la enfermedad”.
El
resultado de la tarea científica en el campo de la geriatría bien lo pueden
resumir las palabras de <b>GuillermoAbril</b> que cierran su
reportaje <i>Científicos en busca de la longevidad</i>: “¿La muerte
de la muerte? El término más suave que se me ocurre como científico es que
están equivocados”
La
esperanza de seguir viviendo más allá de la muerte que se da en el ser humano
es una esperanza frustratoria porque no se puede dar marcha atrás al reloj del
envejecimiento. Sí que existe esperanza. La muerte física no supone el fin de
la existencia humana. Lo sería si fuese verdad lo que dicen los evolucionistas
que el ser humano no es nada más que un animal evolucionado. Para estos, el fin
el ser humano es ser pasto de los gusanos. Cuesta creer esta filosofía. Por
ello la infinitud de movimientos filosóficos y religiosos que enseñan que hay
vida más allá de la muerte. El cristianismo es una más. Pero el cristianismo
posee una peculiaridad que no se da entre sus compañeros de viaje hacia la
inmortalidad. La inmortalidad de los cristianos no es una filosofía, es una
realidad basada en una persona histórica: Jesús de Nazaret. La historicidad de
Jesús no es comparable con la de los otros personajes históricos que han
fallecido y que hasta el presente sus restos siguen enterrados o
ceremonialmente depositados en majestuosos mausoleos. Todos ellos han sido
pasto de los gusanos. Su recuerdo es el que queda registrado en las crónicas
que son motivo de estudio de parte de los historiadores. Estos personajes no
dejan huella en la naturaleza espiritual del hombre.
La
Biblia deja bien claro que el cuerpo será pasto de los gusanos pero que
continúa más allá de la muerte: condenación eterna o muerte eterna. Cierto es
que las Escrituras no manifiestan excesivo interés en el destino eterno de los
condenados. La preferencia la destina a los creyentes en Cristo. El apóstol
Pablo en el capítulo octavo de Romanos dice cosas muy interesantes respecto a
esta cuestión: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en
Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu”
(v.1). El apóstol se refiere a dos maneras de andar, de vivir el presente. La
carnal que es la que viven todas las personas por el mero hecho de haber
nacido. La otra, la espiritual que es la de aquellas personas que habiendo
nacido de mujer y que habiendo creído en Jesús, por el Espíritu Santo se les da
el don de la fe y andan “según el Espíritu”. Este andar “según el Espíritu” es
la clave del problema. La historicidad de Jesús hemos dicho que no es
comparable a la de los otros personajes históricos porque por el poder de Dios
fue resucitado al tercer día según las Escrituras. He aquí la importancia que
tiene la resurrección de Jesús: “Y si el Espíritu de Aquel que levantó de los
muertos a Jesús, mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús
vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en
vosotros” (v.11). Atención a estas palabras: la esperanza de resurrección de
vida no se encuentra en el hecho de que uno se considere “cristiano
practicante”, que ha sido bautizado, que comulga asiduamente, se le entierra cristianamente.
La esperanza de resurrección de vida se halla en el hecho de si hoy “el
Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en
nosotros”. En este caso la esperanza de resurrección de vida está garantizada.
La muerte que atemoriza a tantas personas es la puerta de acceso a la vida
eterna i a la esperanza de resurrección cuando regrese Jesús glorioso a
buscarlo.
Octavi Pereña i Cortina
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