JUAN 6:60
“Al
oírlas muchos de sus discípulos dijeron: Dura es esta palabra: ¿Quién la puede
oír?”
A las multitudes que buscaban a Jesús que
les había alimentado, les dijo: “De cierto de cierto os digo que me buscáis, no
porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os saciasteis”
(Juan 6:25), lo cual dio lugar a una conversación de un gran valor con respecto
al maná que los israelitas habían comido en el desierto. Al igual que la
samaritana que junto al pozo le pidió a Jesús el agua viva que aplaca la sed
para siempre para no tener que volver al pozo a llenar la vasija de agua y
acarrearla a su casa, los judíos le piden que les dé el pan con el que podrían
alimentarse sin necesidad de tener que trabajar. La situación es la apropiada
para que Jesús les diga: “Yo soy el pan de vida, el que a mi viene no tendrá
hambre, y el que en mí cree, no tendrá sed jamás” (Juan 6:35). Reafirma: “De
cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna. Yo soy el pan
de vida” (vv. 47,48). “Yo soy el pan vivo que descendió del cielo, si alguno
come de este pan, vivirá para siempre, y el pan que yo le daré es mi carne, la
cual yo daré para la vida del mundo” (v.51). ¿En qué sentido deben entenderse
estas palabras? Jesús da la respuesta al decir: “El Espíritu es el que da vida,
la carne para nada aprovecha, las palabras que yo os hablo son espíritu y son
vida” (v.63). Con estas palabras Jesús desmantela la teología católica que
enseña que Jesús está presente corporalmente en la hostia consagrada que se
utiliza en la comunión. Con todo mi respeto al fiel católico que cree en la
enseñanza que imparte su iglesia, debo decirle que Jesús no puede estar
corporalmente presente en la hostia porque ahora está sentado en el cielo a la
diestra del Padre. Además, porque Jesús dice
quien cree en Él tiene vida eterna, no quien ingiere una hostia
elaborada de manera especial con flor de harina.
Durante su peregrinaje terrenal Jesús no
podía estar presente en dos lugares a la vez. El cuerpo resucitado de Jesús
sentado a la diestra del Padre intercediendo por su pueblo no pude estar en el
cielo y en la tierra simultáneamente. Si no puede estar físicamente en dos
lugares a la vez, menos lo puede estar en millares de lugares cuando los fieles
católicos comulgan al mismo tiempo.
Unas palabras del apóstol Pablo que
ayudarán al fiel católico a disipar sus dudas respecto a la presencia de Jesús
en la hostia: “¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? (1
Corintios 6:15). Después añade: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del
Espíritu Santo?” (v.19). Por su Espíritu Jesús habita en aquellos que por fe
creen en Él ¡Qué privilegio tienen los cristianos haber sido convertidos en
templo de Dios! Sea donde sea que estén el Señor está presente en ellos. No
tienen necesidad de tener que ir a un lugar determinado para encontrarse con
Él.
SALMO 73: 28
“Pero
en cuanto a mí, el acercarme a Dios es el bien, he puesto en el Señor Dios mi
esperanza, para contar todas sus obras”
Lawrance Darmani es un comentario que
escribe inserta esta ilustración: “Una mujer deseosa de orar cogió una silla
vacía y se arrodilló ante ella. Con lágrimas dijo: “Padre celestial, haz el
favor de sentarte aquí. Tú y yo necesitamos hablar”. Entonces, mirando
directamente a la silla oró. La mujer demostró confianza al acercarse al Señor.
Se imaginaba que Él estaba sentado en la silla y creía que Él escuchaba su
súplica”. No solamente arrodillados ante una silla vacía nos podemos imaginar
que el Señor está presente junto a nosotros. Cualquier lugar en que nos
encontremos es un espacio que no sólo nos imaginamos, sino que realmente el
Señor está presente.
Jesús nos da esta recomendación para
orar: “Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento y cerrada la puerta, ora a tu
Padre que está en secreto, y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en
público” (Mateo 6:6). Dejando de momento esta recomendación de Jesús, no
debemos olvidar de orar de manera informal. Nehemías, copero del rey
Artajerjes, estando triste pensando en el lastimoso estado en que se encontraba
Jerusalén, el rey se dio cuenta de la tristeza que reflejaba su rostro. El
monarca le preguntó por qué estaba triste. Refiriéndose a esta conversación, el
texto dice: “Entonces oré al Dios de los cielos” (Nehemías 2:4). Una oración
informal tuvo grandes consecuencias beneficiosas para el pueblo de Dios. En
respuesta a la oración silenciosa de Nehemías Dios tocó el corazón del rey
permitiendo que su siervo fuese a Jerusalén para contribuir a su
reconstrucción. Nuestras oraciones no
deben ser exclusivamente informales. Si así es, al poco tiempo dejaremos de
orar.
Debemos seguir el consejo de Jesús.
Debemos tener un espacio a nuestra disposición que nos permita aislarnos del
mundanal ruido y encontrarnos a solas con el Señor. En nuestra agenda debemos
disponer de un tiempo para ello para
poder hablar con él sin interferencias. Durante el día pueden presentarse
multitud de breves oportunidades en medio de nuestras ocupaciones que
permitirán poder cerrar la puerta y estar a solas con el Señor.
Creo que el mejor momento de cerrar la
puerta de nuestro aposento para estar a solas con el Señor sin interferencias
es por la mañana, al iniciar la jornada. El orante se fortalece en el Señor. Si
no se es fuerte en el Señor difícilmente se podrá salir victorioso en los
diversos encontronazos con los que se va a encontrar a lo largo del día.
Instintivamente puede decirse: ¡Dios mío!
Esta exclamación puede convertirse en un pronunciar el Nombre de Dios en
vano si no se toma la precaución de cerrar la puerta del aposento de una manera
real cada día.
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