dilluns, 30 d’octubre del 2017

GÉNESIS 25: 8

“Y exhaló el espíritu, y murió Abraham en buena vejez, anciano y lleno de años, y fue unido a su pueblo”
Por cuanto todos hemos pecado, todos moriremos. ¿Estamos preparados para cuando llegue este evento? No todos moriremos de buena vejez, pero todos falleceremos a no ser que antes venga el Señor en su gloria a buscar a su pueblo que está bregando en las diversas circunstancias que impone este mundo manchado por el pecado. La tierra por haber sido maldecida por el pecado de Adán produce cardos y espinas.  Con el sudor de la frente nos ganamos el pan diario
Damos por asumido que todos moriremos. Ahora bien, ¿de qué manera lo hemos?
El texto nos dice que cuando Abraham falleció fue unido a su pueblo. Su cuerpo quedó en el lugar en que fue sepultado. Si hoy se encontrase el sepulcro donde fue enterrado es muy posible que no encontraríamos rastro de él. Pero el texto nos dice que Abraham fue unido a todos sus antepasados por la línea de Set que forman parte de verdadero pueblo de Dios. Junto con ellos Abraham vive acompañado de todos los hijos de Dios que en el transcurso de los siglos se han unido a él y con los que se unirán hasta que venga el Señor glorioso.
Por todos los santos los cementerios se engalanan. Los frontales de los nichos espontáneamente se ven cubiertos de flores de plástico. Rostros tristes  y lágrimas descendiendo por las mejillas inundan los cementerios. Pero los difuntos ignoran todo lo que sucede a su alrededor porque la comunicación con los vivos está cortada. Las oraciones por los difuntos no sirven de nada. Ni para aquellos  que nos escuchen ni para que nos ayuden en nuestras necesidades. Un muro de silencio separa el mundo de los vivos del de los muertos.
Pero Abraham y todos los que profesan su fe en el Dios vivo y verdadero, antes  y después de él forman un pueblo de vivientes. Yo soy su Dios dice el Señor. Sus cuerpos reposan en el sepulcro esperando el día de la resurrección. Dios no es un Dios de muertos sino de vivos.
“Y  cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Corintios 15: 54-57).



PROVERBIOS 16: 33

“La suerte se echa en el regazo, mas del Señor depende todo aquello que determinará”
El azar no existe. La aparición de unos átomos que se auto crearon y que por infinidad de coincidencias se agruparon  y evolucionaron hasta formar la creación, es un mito. Los  juegos de azar se han multiplicado recientemente por su presencia en línea. La suerte siempre está echada a favor del promotor del juego. El texto que comentamos nos dice con claridad meridiana que la suerte no existe. Lo que llamamos azar es la providencia divina. La posibilidad de que un número de lotería toque no depende del azar sino de la voluntad de Dios que lo determina.
El amor al dinero es la base sobre la que se asienta el auge de los jugos de azar. Si las personas estuviésemos satisfechas con lo que el Señor nos proporciona, la infinidad de loterías desaparecerían porque no existirían jugadores. Es más, los jugadores tendrían más dinero porque no invertirían en operaciones improductivas. Pero el gusanillo del deseo agazapado en lo profundo del alma incita a jugar a sabiendas de que se va a perder. La duda: ¿Y si toca? Ante la duda se echa mano a la cartera y se compra el décimo a pesar de que sea muy poca la posibilidad de que toque el gordo de  Navidad.
La realidad es que el hombre sin Dios nunca está satisfecho con lo que tiene. Si posees un euro quieres tener dos. Si tienes dos quieres tener cuatro. Si tienes cuatro, quieres tener dieciséis, Si tienes dieciséis deseas poseer 256. Y así sucesivamente. Un corazón vacío jamás está satisfecho con lo que tiene. Los bienes materiales jamás gratifican. Cuanto más se tiene más se desea.
“La codicia rompe el saco”, dice el refrán popular. Quien lo desea todo lo pierde todo. He aquí la importancia de recordar las palabras de Jesús: “No os hagáis tesoros en la tierra…Porque donde estés vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6: 19-21). En el momento  en que nuestro corazón esté puesto en el dinero y en los bienes materiales, ello se convierte en un dios que nos esclaviza y nos destruye. Lo hace individualmente robándonos la vida eterna que da Jesucristo convirtiendo nuestra vida en un infierno. En el aspecto colectivo en un dios que destruye socialmente arruinando la nación. La mayoría de los males que padece la sociedad se debe a que su dios es el dinero. La Biblia enfatiza: “Porque  raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores”    (1 Timoteo 6:10).



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