GÉNESIS 25: 8
“Y
exhaló el espíritu, y murió Abraham en buena vejez, anciano y lleno de años, y
fue unido a su pueblo”
Por cuanto todos hemos pecado, todos
moriremos. ¿Estamos preparados para cuando llegue este evento? No todos
moriremos de buena vejez, pero todos falleceremos a no ser que antes venga el
Señor en su gloria a buscar a su pueblo que está bregando en las diversas
circunstancias que impone este mundo manchado por el pecado. La tierra por
haber sido maldecida por el pecado de Adán produce cardos y espinas. Con el sudor de la frente nos ganamos el pan
diario
Damos por asumido que todos moriremos.
Ahora bien, ¿de qué manera lo hemos?
El texto nos dice que cuando Abraham
falleció fue unido a su pueblo. Su cuerpo quedó en el lugar en que fue sepultado.
Si hoy se encontrase el sepulcro donde fue enterrado es muy posible que no
encontraríamos rastro de él. Pero el texto nos dice que Abraham fue unido a
todos sus antepasados por la línea de Set que forman parte de verdadero pueblo
de Dios. Junto con ellos Abraham vive acompañado de todos los hijos de Dios que
en el transcurso de los siglos se han unido a él y con los que se unirán hasta
que venga el Señor glorioso.
Por todos los santos los cementerios se
engalanan. Los frontales de los nichos espontáneamente se ven cubiertos de
flores de plástico. Rostros tristes y
lágrimas descendiendo por las mejillas inundan los cementerios. Pero los
difuntos ignoran todo lo que sucede a su alrededor porque la comunicación con los
vivos está cortada. Las oraciones por los difuntos no sirven de nada. Ni para
aquellos que nos escuchen ni para que
nos ayuden en nuestras necesidades. Un muro de silencio separa el mundo de los
vivos del de los muertos.
Pero Abraham y todos los que profesan su
fe en el Dios vivo y verdadero, antes y
después de él forman un pueblo de vivientes. Yo soy su Dios dice el Señor. Sus
cuerpos reposan en el sepulcro esperando el día de la resurrección. Dios no es
un Dios de muertos sino de vivos.
“Y
cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal
se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está
escrita: Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?
¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y
el poder del pecado la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la
victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Corintios 15: 54-57).
PROVERBIOS 16: 33
“La
suerte se echa en el regazo, mas del Señor depende todo aquello que
determinará”
El azar no existe. La aparición de unos
átomos que se auto crearon y que por infinidad de coincidencias se agruparon y
evolucionaron hasta formar la creación, es un mito. Los juegos de azar se han multiplicado
recientemente por su presencia en línea. La suerte siempre está echada a favor
del promotor del juego. El texto que comentamos nos dice con claridad meridiana
que la suerte no existe. Lo que llamamos azar es la providencia divina. La
posibilidad de que un número de lotería toque no depende del azar sino de la
voluntad de Dios que lo determina.
El amor al dinero es la base sobre la que
se asienta el auge de los jugos de azar. Si las personas estuviésemos
satisfechas con lo que el Señor nos proporciona, la infinidad de loterías
desaparecerían porque no existirían jugadores. Es más, los jugadores tendrían
más dinero porque no invertirían en operaciones improductivas. Pero el
gusanillo del deseo agazapado en lo profundo del alma incita a jugar a
sabiendas de que se va a perder. La duda: ¿Y si toca? Ante la duda se echa mano
a la cartera y se compra el décimo a pesar de que sea muy poca la posibilidad
de que toque el gordo de Navidad.
La realidad es que el hombre sin Dios
nunca está satisfecho con lo que tiene. Si posees un euro quieres tener dos. Si
tienes dos quieres tener cuatro. Si tienes cuatro, quieres tener dieciséis, Si
tienes dieciséis deseas poseer 256. Y así sucesivamente. Un corazón vacío jamás
está satisfecho con lo que tiene. Los bienes materiales jamás gratifican.
Cuanto más se tiene más se desea.
“La codicia rompe el saco”, dice el
refrán popular. Quien lo desea todo lo pierde todo. He aquí la importancia de
recordar las palabras de Jesús: “No os hagáis tesoros en la tierra…Porque donde
estés vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6: 19-21). En
el momento en que nuestro corazón esté
puesto en el dinero y en los bienes materiales, ello se convierte en un dios
que nos esclaviza y nos destruye. Lo hace individualmente robándonos la vida eterna
que da Jesucristo convirtiendo nuestra vida en un infierno. En el aspecto
colectivo en un dios que destruye socialmente arruinando la nación. La mayoría
de los males que padece la sociedad se debe a que su dios es el dinero. La
Biblia enfatiza: “Porque raíz de todos
los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos se extraviaron de la
fe, y fueron traspasados de muchos dolores”
(1 Timoteo 6:10).
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