dilluns, 9 d’octubre del 2017

HECHOS 17: 31

“Por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará el mundo con justicia, por aquel Varón que designó, dando fe a todos con haberlo levantado de los muertos”
Los pueblos claman justicia. Los derechos humanos son pisoteados incluso en aquellas naciones cuyos gobernantes alardean de democráticas. La violencia está bien arraigada por doquier. El machismo está bien asentado. La esclavitud persiste y no pierde terreno. La venta de armas es un negocio floreciente porque las guerras se multiplican. ¿Por qué seguir citando comportamientos que son pecaminosos? La maldad en su variada expresión existe y se intensifica porque no hay temor de Dios en los corazones de los hombres. Según estos, porque Dios no existe. Entonces sigamos gozando de la vida porque nadie va a pedirnos cuenta de nuestros pecados. Si la condena tuviese que venir de mano de la justicia humana, en este caso sí que se podría eludir la ejecución de la sentencia, porque hay diversidad de maneras de evitar que la justicia cumpla con su deber de castigar al malvado y premiar al justo: soborno, imposibilidad de que el brazo ejecutor llegue a todos los rincones, jueces injustos que miran hacia  otro lado a la hora de dictar sentencia…
Los hombres no creen en la justicia divina porque no creen en Dios Padre de nuestro Señor Jesucristo. Los hombres pretenden hacer desaparecer a Dios barriéndolo debajo de la alfombra y manteniéndole allí para que no moleste. Pero Dios no es un Dios al que se le han tapado los ojos con un pañuelo para que no vea lo que ocurre sobre la faz de la Tierra. La Biblia nos dice que jamás duerme, lo que significa que tiene los ojos constantemente abiertos. Para Él las tinieblas son luz y la noche día.
“Por cuanto (Dios) ha establecido un día en el cual juzgará el mundo con justicia”. ¿Quién será el Juez? Aquel “Varón que designó”. El notario da fe de los hechos. La firma del notario  es garantía de que lo que escribe es cierto, a pesar de que la credibilidad humana tiene sus límites. El Notario divino da fe de que el día establecido para juzgar el mundo con justicia será porque ha “levantado de los muertos” el Varón Jesús, el Juez que dictará sentencia. Si Jesús no hubiese sido levantado de entre los muertos por Dios, su sentencia sería de escaso valor porque sería parecida a las que se dan en los tribunales de justicia humanos. Pero la sentencia que dictará Jesús en el día final será para toda la eternidad. En aquel día los cargos que se presentarán contra los acusados serán inapelables porque los condenados reconocerán que la sentencia será justa. Aún se está a tiempo para arrepentirse, pedir perdón a Dios por los por los pecados cometidos y que son limpiados por la sangre que Jesús derramó en la cruz del Gólgota. Hoy aún es posible alcanzar la misericordia de Dios, mañana es muy posible que sea demasiado tarde.



PROVERBIOS 20: 4

“En el otoño el perezoso no quiere labrar, en el tiempo de la siega, busca, pero no encuentra nada”
Proverbios tiene un cierto parecido  con las parábolas: utiliza situaciones terrenales para ilustrar realidades espirituales, en este caso la sabiduría de Dios. La sabiduría de Dios no está al alcance del perezoso. A pesar de que la sabiduría de Dios es un don, es decir un regalo de Dios, solamente la obtienen los diligentes. El apóstol Pablo tiene que decir a los cristianos de Corintio que no podía  hablarles como espirituales sino “como a niños en Cristo” (1 corintios 3.2). El apóstol Pablo les dice a sus hermanos en Cristo que con el tiempo que hacía que habían creído en Cristo ya que tenían que ser adultos en la fe, que no debían permanecer en los rudimentos de la fe y que ya era hora de que se encarasen con las enseñanzas que son difíciles de digerir.
Tal vez el lector es un cristiano que se encuentra en el otoño de su vida cristiana y que ha dejado de labrar su corazón con el fin de quitarle las piedras que hacen que la semilla de la Palabra sembrada el brote se seque tan pronto nazca por falta de humedad. Al dejar de pasar el arado por el corazón los espinos crecen y como lo hacen con mayor rapidez que la buena semilla, la ahogan. Estos hermanos que han llegado al otoño de sus vida cristiana van al granero y lo encuentran vacío. En él no encuentran grano con que nutrir a sus almas. La pereza espiritual los ha llevado a pasar hambre. Como del pan de vida que es Jesús sólo ingieren una muy pequeña cantidad, lo poco que comen les mantiene vivos, pero hambrientos. Como del agua viva que en Jesús apenas toman sorbitos, pocas fuerzas tienen para seguir adelante como cristianos.
El apóstol considera a estos cristianos hambrientos y sedientos “carnales. ¿Queremos que el apóstol también nos considere así a nosotros que teniendo que ser adultos por los largos años que llevamos de cristianos, que teniendo que ser adultos capaces de coger el tenedor y el cuchillo seamos incapaces de comer carne y nos limitemos a vasos de leche  propios de la infancia? No. No debemos dar esta imagen. Todavía estamos a tiempo de cambiar nuestra miseria espiritual si con la ayuda del Señor nos desperezamos, salimos de la cama, nos vamos al almacén cogemos el arado y la yunta de bueyes y con renovado vigor volvemos a arar el estéril terrenos de nuestro corazón para devolverle la fertilidad para que crezca lozana la simiente de la Palabra de Dios que vigoriza el alma.



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