dilluns, 20 de febrer del 2017

AMÓS 7: 10

“Entonces el sacerdote Amasias de Bet-el envió a decir a Jeroboam rey de Israel: Amós se ha levantado contra ti en medio de la casa de Israel, la tierra no puede sufrir todas sus palabras”
Amós, un pastor de Tecoa, probablemente un hombre no instruido según la manera que el hombre entiende por instrucción. Tal como hoy consideramos la educación, Amós tal vez no habría pasado de primaria y evidentemente desconocería que son los estudios universitarios. Evidentemente no habría asistido a la escuela de profetas, pero sí, se había sentado a los pies del Señor atendiendo su palabra y abriéndole el corazón con intensa oración.
Lo que el Nuevo Testamento dice de la niñez de Juan el Bautista: ”Y el niño crecía, y se fortalecía su espíritu, y estuvo en lugares desiertos hasta el día de su manifestación a Israel” (Lucas 1:80), bien se podría aplicar a Amós.
De Amós la Biblia no dice nada acerca de su infancia. Su profesión de pastor le mantenía alejado del mundo. El aislamiento no le impedía saber lo que le sucedía a su pueblo. La preparación espiritual que tanto él como Juan el Bautista habían adquirido en “lugares desiertos”, sirvió para que en el momento determinado por Dios, con voz de trueno, denunciasen el pecado de su pueblo y hablaran de la urgente necesidad de arrepentirse para recibir el perdón de Dios y así cambiar el sendero que conducía  la nación al desastre.
La predicación de Juan el Bautista hoy tampoco sería bien recibida en una sociedad hedonista que, ante todo, lo que persigue es el placer sensual. ¿Aceptaría la sociedad actual la denuncia que Juan el Bautista hacía del adulterio del rey Herodes con Herodías esposa de Felipe su hermano? Evidentemente no. ¿Sería bien recibido el mensaje de Amós en nuestros días denunciando que “vendían por dinero al justo, y al pobre por un par de zapatos. Pisotean en el polvo de la tierra las cabezas de los desvalidos, y trastornan el camino de los humildes, y el hijo y su padre se llegan a la misma mujer, profanado mi santo nombre? ” (1:7). Ni el mensaje de Juan el Bautista ni el de Amós hoy no serían bien recibidos.
La reacción al mensaje de Amós: El sacerdote  Amasias de Bet-el, centro idolátrico se apresura a ir al rey, el poder político, a buscar ayuda para silenciar la voz de trueno de Amós acusándolo de sedición: “Amós se ha levantado contra ti en medio de la casa de Israel, la tierra no puede sufrir todas sus palabras”. A los impíos les repele la Palabra de Dios porque “aman más las tinieblas que la luz, porque sus obras son malas” (Juan 3: 19)

 

JONÁS 1: 3

“Y Jonás se levantó para huir de la presencia del Señor a Tarsis…… y pagando su pasaje entró en (la nave) para irse con ellos a Tarsis, lejos de la presencia del Señor”
Cada hijo de Dios tiene una función que cumplir en la expansión del Reino de Dios aquí en la tierra. A menudo desertamos de nuestras responsabilidades por motivos desafortunados: xenofobia, misogamia, racismo, políticos…Cada vez que rechazamos a una persona, por el motivo que sea, dejamos de verla como el prójimo al que debemos ayudar. Puede ser que necesite ayuda material. No siempre es así. La mayoría de las personas que entran en contacto con nosotros necesitan el Pan y el Agua de Vida que es el Señor Jesucristo. Los judíos del tiempo de Jesús no se trataban con los samaritanos. Cuando Jesús dijo a sus compatriotas que Dios envió a Elías a una viuda gentil, sidonita para más precisión y no a las viudas de Israel y a Eliseo a limpiarde la lepra de Naamán, general del rey de Siria y no a los leprosos de Israel, “se llenaron de ira, y levantándose, le echaron fuera de la ciudad, y le llevaron hasta la cumbe del monte sobre la cual estaba edificada su ciudad, para despeñarlo” (Lucas 4: 25-29).
Los prejuicios raciales estorban la expansión del Reino de Dios. A principios de la iglesia y debido a la persecución que sufrían los cristianos de Jerusalén, éstos abandonaron la ciudad refugiándose en tierra de gentiles: “No hablando a nadie la Palabra, sino solo a los judíos” (Hechos 11:19), desatendiendo el mensaje que Jesús transmitió “de hacer discípulos a todas las naciones” (Mateo 28:19). Los gentiles no entraban en sus planes de evangelización. El amor al prójimo no estaba suficientemente arraigado en sus corazones. A pesar que Pedro gracias a una visión (Hechos 10: 9-27), tenía que desterrar prejuicios. Debo mencionar un versículo concreto en el que el apóstol dice a Cornelio, el centurión romano al que era enviado a hablar la Palabra de Dios. “Vosotros sabéis cuán abominable es para un judío juntarse o acercarse a un extranjero, pero a mí me ha mostrado Dios que a ningún hombre llame común o inmundo” (v. 28). A pesar de la revelación tan directa que recibió Pedro, el apóstol no entendió que Dios no hace acepción de personas y que sin distinción alguna todas tienen el derecho de recibir el Evangelio. El apóstol Pablo tuvo que reprenderle por no defender públicamente que la salvación exclusivamente es por fe y no por obras (Gálatas 2: 11-16).
Pidamos perdón a Dios por no haber aprendido la lección
                              


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