JUAN 12: 32
“Y yo si soy levantado de la tierra, a
todos atraeré a mí mismo”
La muerte de
Jesús para perdón de los pecados es un evento que recorre la eternidad pasada
hasta la futura. Antes de la fundación del mundo Dios ya decidió que su Hijo
debía morir para salvar a su pueblo de
sus pecados. En la eternidad futura el cuerpo de Jesús glorificado seguirá
exhibiendo las señales de los clavos en sus manos y pies y la herida de la
lanza a su costado. La muerte de Jesús es el hecho central de la eternidad.
Venido el
cumplimiento del tiempo el Hijo de Dios se encarna en Belén en la persona de
Jesús. Su venida a este mundo está bañada por su sangre redentora. El ángel que
visitó a María para anunciarle la concepción virginal, le dijo: “Y darás a luz
un hijo y llamarás su nombre Jesús” (Lucas 1:31). Cuando María fue a visitar a
su parienta Elisabet, al saludo de ésta, dijo: “Engrandece mi alma al Señor, y
mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador” (Lucas 1: 46).
Transcurridos
nueve meses el ángel que se presentó a los pastores les dijo: “Os ha nacido
hoy, en la ciudad de David, el Salvador, que es Cristo el Señor” (Lucas 2:11).
Y el ángel que le hace desaparecer a José la vergüenza de pensar que María con
quien estaba unido con vínculo matrimonial le había sido infiel, le dijo: “Y
dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús, porque salvará a su pueblo de
sus pecados” (Mateo 1. 21).
Al inicio de su
ministerio público, Jesús dialogando con Nicodemo, un principal de entre los
judíos, le dice: “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es
necesario que el Hijo del Hombre sea levantado” (Juan 3:14). Estas palabras de
Jesús nos hacen retroceder unos mil años en la historia de Israel y nos sitúan
en el desierto cuando debido a las murmuraciones contra Dios una plaga de
serpientes venenosas asoló el campamento produciendo muchas muertes. El remedio
fue una serpiente de bronce levantada al
extremo de un palo. Todo afectado por la mordida de una serpiente, al mirar a la
serpiente de bronce curaba de su infección mortal. La serpiente de bronce es un
símbolo de Jesús clavado en la cruz para salvación del pueblo de Dios.
En medio de
tanto jolgorio carnal que se produce durante la Navidad, los cristianos debemos
estar gozosos por la salvación que nos ha dado Jesús nuestro Salvador. La
alegría del mundo es efímera y al estar manchada por el pecado no satisface. El
gozo de la salvación obtenido por la fe en Jesús el Cordero de Dios que quita
el pecado del mundo, es permanente. Las situaciones más adversas que nos podamos
imaginar no lo pueden hacer desaparecer. Hemos de decidir entre el jolgorio
mundano y el gozo eterno que nos proporciona Jesús con el perdón de nuestros
pecados.
ECLESIASTÉS 5: 2
“No te des prisa con tu boca, ni tu
corazón se apresure a proferir palabra delante de Dios, porque Dios está en el
cielo, y tú sobre la tierra, por tanto sean pocas tus palabras”
Con
Dios muy a menudo actuamos de la misma manera como lo hacemos con las personas:
llevamos la voz cantante. Siempre queremos tener razón. El consejo que nos da
el texto es que debemos aprender a escuchar. ¿Por qué este consejo? Muy
sencillo: como personas creadas que somos y además pecadores, nuestro
conocimiento es limitado y defectuoso. Por esto se nos recomienda: Escuchar.
Escuchar, si es a personas buenas y justas se puede aprender mucho. ¡Cuánto más
si el interlocutor es Dios!
“No te des
prisa con tu boca”. Cierra tus labios con un candado. Permite hablar a Dios. El
Señor se lo dijo a Job: “¿Es sabiduría contender con el Omnipotente? El que disputa
con Dios responda”. A lo cual Job respondió: “He aquí que yo soy vil, ¿qué te
responderé? Mi mano pongo sobre mi boca. Una vez hablé, mas no responderé, aun
dos veces, mas no volveré a hablar” (Job 40: 1-5).
Al final del
capítulo Job le dice al Señor: “Yo conozco que todo lo puedes, y que no hay
pensamiento que se esconda de ti. ¿Quién es el que oscurece el consejo sin
entendimiento? Por tanto, yo hablaba lo que no entendía, cosas demasiado
maravillosas para mí, que yo no comprendía. Oye, te ruego, y hablaré, te
preguntaré y tú me enseñarás. De oídas te había oído, mas ahora mis ojos te
ven, por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza” (42: 1-6).
Salomón declara
la sabiduría divina cuando escribe: “ni tu corazón se apresure a profesar palabra
delante de Dios, porque Dios está en el cielo, y tú sobre la tierra, por tanto
sean pocas tus palabras”. ¿Aprendemos la lección? No. Siempre queremos decir la
última palabra ante los hombres y lo que es más triste, ante Dios. Nuestra
razón ofuscada por el pecado nos hacer lo bueno malo y lo malo bueno. Esta
forma de pensar es inevitable dada nuestra condición de pecadores.
“Deje el hombre
inicuo sus pensamientos…porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos,
ni vuestros caminos mis caminos, dijo el Señor. Como son más altos los cielos
que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis
pensamientos más que vuestros pensamientos” (Isaías 55. 7-9)
La iglesia de
nuestros días tiene graves problemas doctrinales que resolver que no se
solucionarán porque los pensamientos y los caminos de los cristianos no son los
del Señor. La iglesia tiene graves problemas morales que la destruyen:
divorcio, homosexualidad… ¿La causa? Porque los caminos y los pensamientos de
los cristianos no son los del Señor. ¿Por qué persisten los problemas? Porque
queremos que Dios acepte nuestros pensamientos y caminos inicuos.
Arrepintámonos de nuestro narcisismo.
http://octavipeenyacortina22.blogspot.com
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