dilluns, 2 de gener del 2017

JUAN 12: 32

“Y yo si soy levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo”
La muerte de Jesús para perdón de los pecados es un evento que recorre la eternidad pasada hasta la futura. Antes de la fundación del mundo Dios ya decidió que su Hijo debía morir para salvar  a su pueblo de sus pecados. En la eternidad futura el cuerpo de Jesús glorificado seguirá exhibiendo las señales de los clavos en sus manos y pies y la herida de la lanza a su costado. La muerte de Jesús es el hecho central de la eternidad.
Venido el cumplimiento del tiempo el Hijo de Dios se encarna en Belén en la persona de Jesús. Su venida a este mundo está bañada por su sangre redentora. El ángel que visitó a María para anunciarle la concepción virginal, le dijo: “Y darás a luz un hijo y llamarás su nombre Jesús” (Lucas 1:31). Cuando María fue a visitar a su parienta Elisabet, al saludo de ésta, dijo: “Engrandece mi alma al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador” (Lucas 1: 46).
Transcurridos nueve meses el ángel que se presentó a los pastores les dijo: “Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, el Salvador, que es Cristo el Señor” (Lucas 2:11). Y el ángel que le hace desaparecer a José la vergüenza de pensar que María con quien estaba unido con vínculo matrimonial le había sido infiel, le dijo: “Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús, porque salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1. 21).
Al inicio de su ministerio público, Jesús dialogando con Nicodemo, un principal de entre los judíos, le dice: “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado” (Juan 3:14). Estas palabras de Jesús nos hacen retroceder unos mil años en la historia de Israel y nos sitúan en el desierto cuando debido a las murmuraciones contra Dios una plaga de serpientes venenosas asoló el campamento produciendo muchas muertes. El remedio fue una serpiente de bronce  levantada al extremo de un palo. Todo afectado por la mordida de una serpiente, al mirar a la serpiente de bronce curaba de su infección mortal. La serpiente de bronce es un símbolo de Jesús clavado en la cruz para salvación del pueblo de Dios.
En medio de tanto jolgorio carnal que se produce durante la Navidad, los cristianos debemos estar gozosos por la salvación que nos ha dado Jesús nuestro Salvador. La alegría del mundo es efímera y al estar manchada por el pecado no satisface. El gozo de la salvación obtenido por la fe en Jesús el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, es permanente. Las situaciones más adversas que nos podamos imaginar no lo pueden hacer desaparecer. Hemos de decidir entre el jolgorio mundano y el gozo eterno que nos proporciona Jesús con el perdón de nuestros pecados.


ECLESIASTÉS 5: 2

“No te des prisa con tu boca, ni tu corazón se apresure a proferir palabra delante de Dios, porque Dios está en el cielo, y tú sobre la tierra, por tanto sean pocas tus palabras”

Con Dios muy a menudo actuamos de la misma manera como lo hacemos con las personas: llevamos la voz cantante. Siempre queremos tener razón. El consejo que nos da el texto es que debemos aprender a escuchar. ¿Por qué este consejo? Muy sencillo: como personas creadas que somos y además pecadores, nuestro conocimiento es limitado y defectuoso. Por esto se nos recomienda: Escuchar. Escuchar, si es a personas buenas y justas se puede aprender mucho. ¡Cuánto más si el interlocutor es Dios!

“No te des prisa con tu boca”. Cierra tus labios con un candado. Permite hablar a Dios. El Señor se lo dijo a Job: “¿Es sabiduría contender con el Omnipotente? El que disputa con Dios responda”. A lo cual Job respondió: “He aquí que yo soy vil, ¿qué te responderé? Mi mano pongo sobre mi boca. Una vez hablé, mas no responderé, aun dos veces, mas no volveré a hablar” (Job 40: 1-5).
Al final del capítulo Job le dice al Señor: “Yo conozco que todo lo puedes, y que no hay pensamiento que se esconda de ti. ¿Quién es el que oscurece el consejo sin entendimiento? Por tanto, yo hablaba lo que no entendía, cosas demasiado maravillosas para mí, que yo no comprendía. Oye, te ruego, y hablaré, te preguntaré y tú me enseñarás. De oídas te había oído, mas ahora mis ojos te ven, por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza” (42: 1-6).
Salomón declara la sabiduría divina cuando escribe: “ni tu corazón se apresure a profesar palabra delante de Dios, porque Dios está en el cielo, y tú sobre la tierra, por tanto sean pocas tus palabras”. ¿Aprendemos la lección? No. Siempre queremos decir la última palabra ante los hombres y lo que es más triste, ante Dios. Nuestra razón ofuscada por el pecado nos hacer lo bueno malo y lo malo bueno. Esta forma de pensar es inevitable dada nuestra condición de pecadores.
“Deje el hombre inicuo sus pensamientos…porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo el Señor. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Isaías 55. 7-9)
La iglesia de nuestros días tiene graves problemas doctrinales que resolver que no se solucionarán porque los pensamientos y los caminos de los cristianos no son los del Señor. La iglesia tiene graves problemas morales que la destruyen: divorcio, homosexualidad… ¿La causa? Porque los caminos y los pensamientos de los cristianos no son los del Señor. ¿Por qué persisten los problemas? Porque queremos que Dios acepte nuestros pensamientos y caminos inicuos. Arrepintámonos de nuestro narcisismo.
                       http://octavipeenyacortina22.blogspot.com



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