PROVERBIOS 14: 32
“Mas el justo en su muerte tiene
esperanza”
El
justo según la Biblia es una persona que por la fe en Jesús sus pecados han
sido perdonados, la sangre de Jesús los ha borrado todos. El justo es una
persona pecadora a la que Dios no tiene en cuenta su pecado. Con un velo Dios
ha cubierto su pecado para no verlo. Lo ha lanzado al fondo del mar atado a una
piedra para no acordarse de él. El justo que por la fe en Jesús se ha
convertido en un hijo de Dios, “en su muerte tiene esperanza” porque posee la
vida eterna. Vida eterna significa esto: que perdura para siempre, que no tiene
fin. El justo es alguien que sabe con certeza que la muerte física no es el fin
de su existencia, que más allá de la muerte sigue existiendo en una dimensión
totalmente diferente a la actual, gozando de la presencia de Dios con su cuerpo
glorificado en el día de la resurrección. La esperanza del justo no es como la
esperanza de los impíos que se desvanece porque es incierta y que debe irse
renovando con nuevas esperanzas que también se esfuman. La esperanza del justo
está anclada en Cristo la Roca eterna.
El
apóstol Pablo nos advierte del porque la esperanza del justo no se desvanece.
Lo hace con el argumento de la resurrección de Jesús. Si Cristo no resucitó
“los muertos no resucitan tampoco”. Si Cristo no resucitó “nuestra fe es vana,
aún estamos muertos en nuestros pecados. Entonces los que duermen en Cristo
perecerán”. “Si en esta vida solamente esperamos en Cristo (que no ha
resucitado), somos los más dignos de compasión de todos los hombres” (1
Corintios 15: 19). Pero el apóstol no nos deja en la incertidumbre: “Mas ahora
Cristo ha resucitado de los muertos, primicias de los que durmieron es hecho”
(v. 20). La evidencia de la resurrección de Cristo Pablo no la da en base a
suposiciones dudosas sino de testigos oculares de ella (vv. 4-9).
Si
el lector no es un verdadero cristiano, sino uno de los que considero calienta bancos, que son cristianos domingueros, que asisten a los cultos
dominicales como si fuese ir a un espectáculo, que lo hacen por costumbre, que
solamente conocen de la resurrección de Cristo y de los cristianos de oídas,
pero que no es nada experimental, si desean despojar sus dudas sobre el más
allá, deben dejar de ser cristianos de tradición para convertirse en cristianos
de convicción. De tu corazón debe brotar una sincera oración: “Dame fe, Señor,
ayuda mi incredulidad”. El Señor promete: Pedid y se os dará, buscad y
hallaréis, llamad y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, halla; y al que
llama, se le abrirá” (Lucas 11: 9,10).
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MATEO 11: 28
“Venid a mí todos los que estáis
trabajados y cargados, y yo os haré descansar”
Leía
que un hombre que conducía una furgoneta se encuentra en la carretera a una
mujer que llevaba un pesado fardo. Se detuvo y la invitó a subir. La mujer se
lo agradeció y subió a la parte posterior del vehículo. Poco después el hombre
se dio cuenta de algo extraño. La mujer estaba sentada con el fardo a cuestas.
El conductor asombrado, le dijo: “Señora, descargue su fardo y descanse. Mi
furgoneta puede llevarle a usted y a su fardo. Descanse”.
Esta
anécdota puede hacernos sonreír la torpeza de la mujer. La actitud de la mujer
sentada en la furgoneta llevando a cuestas el fardo debe hacernos pensar en
nuestra actitud de llevar cuestas la pesada carga del pecado estando en Jesús.
El
profeta Isaías refiriéndose a Jesús dice. “Ciertamente llevó Él nuestras
enfermedades” (54:4). La carga que como humanos llevamos es la del pecado. No
es una carga material sino moral, espiritual, que son las enfermedades a las
que se refiere el profeta. En términos actuales las enfermedades que nos
oprimen son el estrés, la depresión, el insomnio, en sus diversas variantes,
porque somos incapaces de afrontar las diversas situaciones que la vida nos
presenta. No sabemos manejar la climatología. Somos incapaces de afrontar los
cambios políticos y sociales que se producen. Somos impotentes para afrontar
las incertidumbres que nos depara el futuro. El afán y la ansiedad son pesadas
cargas que nos oprimen. Nos preocupamos por lo que comeremos mañana y Jesús
tiene que decirnos que nos fijemos en “las aves del cielo que no siembran, ni
siegan, ni recogen en graneros, y vuestro Padre celestial las alimenta, ¿no
valéis vosotros mucho más que ellas?” (Mateo 6:26). Para acabar con el tema de
la ansiedad Jesús dice: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su
justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que no os afanéis por el
día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su
propio mal” (vv. 33,349.
En
el Padrenuestro Jesús no dice a sus oyentes que pidan al Padre por el pan de
mañana. NO, Les dice: “El pan
nuestro de cada día, dánoslo hoy” (v.11).
Los
cristianos que vivimos afanosos por lo incierto, ¿hemos creído verdaderamente
en Jesús? ¿O es nuestro cristianismo una práctica religiosa desconectada de
Jesús? ¿Podemos decir a Dios Padre nuestro que estás en los cielos y Señor a
Jesús? Si no es por el Espíritu Santo: NO.
¿Tenemos la certeza de que el Espíritu Santo guía nuestras vidas? Si no la
tenemos debemos dudar de nuestra conversión. Si no tenemos la certeza de
nuestra conversión, entonces no podemos hacernos nuestras las palabras de
Jesús: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré
descansar”. Seguimos comportándonos como
la mujer que subida en la furgoneta seguía cargando con el pesado fardo.
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